Nota extraída de Clarín por EduardoVan Der Kooy.
Se blanqueó la tensión política entre el Presidente y su vice. El fenómeno se extiende en el Frente dede Todos. Inquietud K por los crecientes problemas de Kicillof en Buenos Aires.
La proclama de Cristina Fernández sirvió para blanquear tres secretos a voces que recorren la política argentina. Primero, el conflicto político objetivo instalado entre el Presidente y la vicepresidenta a diez meses de iniciada la gestión. Segundo, que no existe alquimia capaz de superar la lógica y el ordenamiento natural que, antes o después, impone cualquier sistema de poder. Tercero, que la Argentina asiste de nuevo a la comprobación que un mecanismo ideado para ganar una elección, luego no resulta eficaz para gobernar. Le sucede al Frente de Todos. Le ocurrió a Cambiemos en el turno anterior.
La reiteración de aquellos inconvenientes no debe sorprender. Está en la génesis de la historia del país. El peronismo dio, a propósito, una trágica lección en la década de los 70. La Alianza la repitió con la relación disruptiva entre Fernando de la Rúa y Carlos Alvarez. Derivó en la caída del gobierno y la gran crisis del 2001. El kirchnerismo atesora su propio antecedente traumático cuando Cristina, en 2007, compartió el binomio con el radical Julio Cobos. En una transversalidad de poca monta. Así y todo, la derrota en el conflicto con el campo, sellada por el voto en el Senado del dirigente mendocino, llevó al matrimonio Kirchner al umbral de la renuncia. La intervención del entonces jefe de Gabinete, Alberto Fernández, evitó otro quiebre.
Quizá lo menos trascendente de la proclama de Cristina haya sido la advertencia de que hay funcionarios que no funcionan. El Presidente lo sabe pero choca con tres limitaciones. No posee garantía de que cualquier vacante que genere no pretenda ser ocupada por el cristinismo. Tampoco podría desplazar a ciertos funcionarios que no satisfacen pero llegaron de la mano de la vicepresidenta. Juan Cabandié, el ministro de Medio Ambiente, y Luis Basterra, de Agricultura, no serían casos únicos. Tiene en carpeta para fortalecer el Gabinete algunos nombres que no superan el veto de Cristina. Martín Redrado, el ex titular del Banco Central, es uno de ellos.
La señal política más inquietante de Cristina en la proclama fue su afán por deslindar responsabilidades sobre lo ocurrido en el Gobierno hasta ahora. Se esmeró por enumerar las potestades y la autonomía de Alberto. El inconsciente pudo haberla inducido a exageraciones. Pero ella misma reconoce que la psicología nunca ha sido su fuerte. Un dirigente opositor ensayó una síntesis con cinco palabras: “No soy yo. Es él”, habría sido la intención de transmitir a la sociedad su visión acerca de la crisis y el desnorte del Gobierno.
Tampoco la vicepresidenta se privó de recordar, pese al esfuerzo que dijo haber hecho para construir el Frente de Todos, que hay heridas que continúan abiertas. Sus menciones a Vilma Ibarra, la secretaria Legal y Técnica, y a Sergio Massa, el titular de la Cámara de Diputados, no fueron casuales. Ambos supieron criticarla con vehemencia en el pasado. Son piezas estratégicas para Alberto. Ibarra ha crecido mucho en el papel del Gobierno. Con intervenciones de carácter en reuniones de ministros. El Presidente se fue caminando ladeado en primera línea con ellos hasta el CCK para rendirle tributo a Néstor Kirchner. Donde no estuvieron ni Cristina ni Máximo. El gesto presidencial no pudo no interpretarse como una réplica simbólica a la vicepresidenta.
La prescindencia del diputado, hijo del ex presidente, debió ser leída en un marco general. Curiosamente tampoco estuvo de manera presencial en el debate por la ley de Presupuesto. Un proyecto crucial, según el entender de Alberto y su ministro de Economía, Martín Guzmán. Ni siquiera quiso hacer la defensa de la norma aprobada en el cierre de la sesión como jefe del bloque oficialista. Fue perceptible en el recinto la desorientación que esa conducta provocó en Massa.
El círculo áulico de Máximo ofreció explicaciones sobre sus últimos gestos que conformaron a medias. Las ausencias en el homenaje al padre y durante la ley de Presupuesto habrían obedecido a ocupaciones en Buenos Aires. Su territorio político y el de su madre. Es cierto que estuvo en Lomas de Zamora para recordar al ex presidente. Pero en un horario que no le hubiera impedido compartir con Alberto el homenaje en el CCK. También fue verdad que en la madrugada del jueves, mientras se debatía el Presupuesto, Axel Kicillof enfrentaba en Guernica el operativo de desalojo que encabezó Sergio Berni.
Cristina y Máximo están inquietos por lo que sucede con el gobernador. Sus déficits de política y de gestión parecen insolubles. La imagen sigue cayendo entre los bonaerenses. Se suceden episodios que trasuntan descontrol. Pasa con la inseguridad. Con el narcotráfico en los asentamientos densos del Conurbano. Figura además la acción de organizaciones sociales, afines al Frente de Todos, que en los últimos días ensayaron ocupaciones en tres intendencias administradas por la oposición: La Plata, Junín y Olavarría.
El gobernador tuvo una ocurrencia para evitar nuevas tomas que augura pleitos y desató desencanto general. El pago de un subsidio de $ 50 mil durante seis meses. En parte, con fondos podados a Horacio Rodríguez Larreta en la Ciudad. La propuesta encendió internas. El Movimiento Evita no banca más a la CTEP de Juan Grabois. La CGT siente que las organizaciones sociales, con la extorsión, obtienen mayores beneficios que la central obrera, sujeta al diálogo formal.
Kicillof acumula otros problemas. Con intendentes propios, a raíz de la inseguridad y los intentos de usurpaciones frente a los cuales sienten mucha desprotección. Con los alcaldes de la oposición por decisiones serias y discriminatorias: reciben menos fondos, o directamente no reciben, para la lucha contra el Covid en sus distritos.
El posible fracaso del dispositivo en Buenos Aires colocaría en jaque todo el proyecto de Cristina. Incluso, tal vez, la ambición de ver a Alberto como un mandatario de transición. Puente para el aterrizaje de un cristinista puro en el poder en 2023. Aquella proclama de la vicepresidenta apunta a debilitar al discípulo. A condicionarlo. Pero no más. Un derrumbe terminaría por arrastrar a todo y a todos.
Cambiemos tampoco fue indiferente a la irrupción de Cristina. Al menos, en dos planos. Elisa Carrió se preocupó por la soledad y el aislamiento con que la vicepresidenta pretende condenar a Alberto. Sospecha de un golpe blando. Radicales y macristas prefirieron eludir el entuerto y descifrar otra cosa. La propuesta de un supuesto gran acuerdo para hacer frente a la emergencia económico-social. En especial, el dilema del sistema bimonetario.
Carrió, igual que muchos sindicalistas y gobernadores del PJ, cree que es momento para ir en socorro del Presidente. En esa ruta lanzó una propuesta que alteró a Cambiemos. Dar respaldo en el Senado para la aprobación del juez Daniel Rafecas como procurador general. El viejo candidato de Alberto por quien la vicepresidenta no movió un dedo. Ni siquiera convocó a las audiencias públicas, el paso bautismal.
El kirchnerismo, a través del senador Oscar Parrilli, promueve la modificación de la ley del Ministerio Público para la elección de su titular. Busca que sea consagrado por mayoría simple. Sin los dos tercios que fortalecen la postura de Cambiemos. Cristina tiene candidatos que le agradan mucho más que Rafecas. Una es Graciana Peñafort, la secretaria administrativa del Senado. Por esa razón Carrió se empeña en apuntalar al juez.
Cambiemos había asegurado que cualquier decisión sobre el procurador sería adoptada por unanimidad. No existe un criterio formado acerca de cómo proceder. Sobrevolaba la idea de oponerse. Pero la propuesta de Carrió abrió otro juego. Hay radicales que se avienen a analizarla siempre y cuando vaya acompañada por una negociación sobre una nueva ley del Ministerio Público. En el macrismo dominan preguntas: ¿es posible prestarse al acuerdo por la extorsión kirchnerista? ¿No se estaría repitiendo la historia que sucedió con Alejandra Gils Carbó? ¿No sería un desaire para quienes demandan una mejor calidad institucional?
Las mismas dudas invaden la posibilidad de un acuerdo por la crisis. Una charla temprana entre Mauricio Macri y Miguel Angel Pichetto pareció dar resultados. Nadie salió a descalificar la hipotética convocatoria. Pero el ingeniero estableció requisitos con seguridad inaceptables para el kirchnerismo. ¿Sería fiable la propuesta de Cristina que sistemáticamente boicoteó las insinuaciones acuerdistas de Alberto con empresarios y sindicalistas?
Tampoco Alberto derrocha confianza. Nunca respondió a las dos propuestas que le hizo Cambiemos. Sus posiciones, en todos los órdenes, son de un zigzagueo permanente. Que haya vuelto a hablar con empresarios significa poco. También, para los propios hombres de negocios.
El Presidente estuvo dos semanas ausente mientras Grabois y funcionarios de su gobierno intrusaron en Entre Ríos una propiedad de la familia de Luis Etchevehere, ex titular de la Sociedad Rural. En un momento dijo que se trataba de un asunto entre ricos. Como si los pleitos por herencias familiares, como aquél, tuvieran connotación clasista. Luego sostuvo que la idea del líder social de repartir tierras (y sembrar plantines) no sería descabellada. El Presidente no puede soltarle la mano a nadie.
El Gobierno vivió con alivio la solución de las tomas de Guernica y Entre Ríos. Los conflictos reflejan penosamente dos cosas. La matriz de pensamiento que impera en sectores influyentes del kirchnerismo. También, la calidad de los problemas y debates que ocupan a la Argentina en la segunda década del siglo XXI.
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