Cinco décadas de camporismo, dos de kirchnerismo y cuatro de democracia, para no aprender nada
Nota extraída de TN por Marcos Novaro
2023 va a ser un año ideal para hacer balances, pensar en errores cometidos y aprender de ellos. Salvo para el kirchnerismo, porque a ellos la historia solo les sirve para autocelebrarse y repetir lo que ya fracasó. Hoy más que nunca se intoxican de pasado, tratando de evadir su destino.
Estos días estarán llenos de homenajes por el medio siglo que acaba de cumplirse del triunfo de Héctor Cámpora, en marzo de 1973 y por los veinte años que estamos por completar de predominio político del kirchnerismo en el país, más los balances que se puedan hacer de los cuarenta de democracia que hacía fin de año vamos a festejar, salvo que se verifique la admonición de Cristina y nuestra democracia desaparezca, los K se han puesto más nostálgicos que nunca.
Y es una nostalgia doblemente tóxica. Primero porque, como dice o más bien canta Joaquín Sabina, la peor nostalgia que puede experimentarse consiste en añorar algo que nunca jamás sucedió. El camporismo celebró este sábado el 11 de marzo de 1973 como si no importaran o directamente no hubieran existido todas las desgracias que precedieron, acompañaron y siguieron a esa jornada electoral de hace medio siglo por la que Cámpora y el peronismo de izquierda llegarían al gobierno. Desgracias perpetradas no solo por los entonces derrotados sino también, y en forma creciente, por los que ese día festejaron. Quieren recordar como un gran logro para el país la algarabía de muchos jóvenes entusiastas, que si prestamos un poquito de atención se estaban comportando con la misma ceguera que los músicos del Titanic. Y encima hacernos creer que no eran también ellos parte del problema, no le habían puesto, y seguirían poniendo en el tiempo que siguió, más hielo al iceberg. Como están haciendo, cincuenta años después, sus herederos.
Pero lo peor no es eso, es que además nos invitan a que pensemos la solución para nuestros problemas actuales en una repetición compulsiva de esa nefasta experiencia. Este es el costado más absurdo del viaje en el tiempo por el que los k quieren escapar de su destino, lo más tóxico de la nostalgia kirchnerista por lo que nunca jamás sucedió. Porque el camporismo no fue solución para ninguno de los problemas que tenía que resolver, ni para la economía, ni para la violencia política ni para la afirmación de reglas constitucionales en medio de la tormenta orquestada entre el militarismo y el guerrillerismo. Todo lo contrario, hizo mal lo poco bueno que intentó y muy bien todo lo malo que se propuso.
Y pese a todas las evidencias que existen al respecto, la mejor idea que se les ha ocurrido a los camporistas de nuestros días no es otra que revivir, no solo las ideas y las políticas de esos tiempos, sino hasta sus consignas. “Luche y vuelve”, proclaman, no ya Perón, sino Cristina; no del exilio, sino de una oficina del poder a la inmediata superior; no de la proscripción, sino de la autoexclusión para no correr el riesgo de ser apaleada en las urnas.
El infantilismo domina el ánimo de los K, mientras preparan sin darse cuenta otro final de fracaso a toda orquesta. El futuro se les presenta cada día que pasa un poco más negro. Encima sigue sin llover, así que las esperanzas en que sus enemigos jurados del campo les volverán a salvar las papas con sus dólares se van extinguiendo. Pero ellos, en vez de hacer algo sensato para lidiar con la situación, se evaden más y más. Involucionan en vez de evolucionar, desempolvando sus consignas más demodés y desacreditadas, la atribución de todos los inconvenientes de la gestión a una conspiración encabezada por Magnetto y tejida por jueces y medios, la invocación a ´militar más y más´, como si haciendo más intensamente lo mismo que han hecho hasta aquí fueran a obtener resultados distintos a los conseguidos. Se repiten y abrazan así a la promesa de volver a un mundo feliz, un pasado en que todos supuestamente la pasamos bárbaro, aunque lo único comprobable es que los realmente felices fueron ellos y sus compinches, porque todo parecía salirles bien y sacaban chapa de salvadores de la patria. Hasta que la fiesta terminó, pasaron los efectos del alcohol y empezó a salirles todo mal, cada vez peor.
Repiten hoy, en suma, el mecanismo a la vez autocelebratorio y negacionista que se ve los extasía del trágico periplo vivido por sus predecesores camporistas, la “algarabía de marzo del 73″, una borrachera efímera al filo de la catástrofe.
El acto en Avellaneda, con mucho más calor del sol que militante, fue una expresión patética de esos etílicos vahos e infantiles mecanismos. Y todo para tratar de convencer a la señora de que se digne volver sobre sus pasos y se resigne a ser candidata este año, a algo, cualquier cosa, así todos los demás pueden seguir usufructuando cargos, aunque sea en algún rincón del sistema político.
El encuentro no pudo evitar tener, de todos modos, un tufillo a final de época, o al menos a final de temporada. Por más que los militantes se esforzaron por mostrarse entusiastas, porque el temor a que ella los deje colgados del pincel, y tengan que optar, en una penosa reedición del 2015, entre Scioli y Massa, se extiende.
Más motivos para evadirse del presente, no enfrentarse a lo que se viene, y dedicarse a celebrar un pasado que nunca jamás sucedió. Así que, seguramente, actos como el del sábado se van a repetir, y también encuentros de fe cristinista como el del viernes, tal vez de nuevo en universidades públicas usadas como locales partidarios, por autoridades pseudo académicas que no disimulan su espíritu faccioso ni su agradecimiento al grupo político que los sostiene. Y después se indignan cuando algunos en la oposición dudan de la conveniencia de seguir poblando el país de burocracias que se dedican a parasitar el presupuesto educativo y transmitir su fracaso a esforzados estudiantes universitarios. No es de asombrarse que esos sean ámbitos que le gusta recorrer a Cristina, y donde todavía la homenajean.
Los veinte años que se cumplirán pronto de la emergencia del kirchnerismo como polo predominante del peronismo, y de la política argentina en general, les van a dar una excelente excusa para repetir el show.
Veinte años son un montón. Más todavía lo han sido bajo el imperio de esta forma de gobernar. Nada menos que la mitad de toda nuestra experiencia democrática, que está también por celebrar un cumpleaños redondo, la cuarentena. La mitad de nuestra vida bajo la ley y la constitución ha estado dominada, en suma, por el kirchnerismo, y lo que Cristina y los suyos nos dicen a la hora de hacer un balance, es que no ha sido todavía suficiente, que necesitamos más, mucho más de ellos al mando.
Más todavía, todo se resolvería si pudiéramos volver a los años más felices de esos veinte, es decir, ir para atrás. No se les pasa por la cabeza pensar que al menos algunos de los problemas que nos afectan tengan algo que ver con lo que se hizo durante esas dos décadas, aunque sea en parte. La inflación, el crimen organizado, la fuga de divisas, la enemistad permanente y sin resolución entre dos “modelos de país”, las disputas sobre la politización para un lado o el otro de la Justicia, la fragmentación y la discordia en los partidos, en particular en el propio peronismo, nada de eso tiene para los k ningún impacto en la autoimagen que se construyen, la autopercepción de que son la solución para problemas que otros habrían causado.
Ni siquiera hoy, que baten récords de mala imagen en la sociedad, incluso entre los sectores bajos y los jóvenes, donde otrora imperaban ampliamente. Como nada de eso alcanza para hacerlos reflexionar, insistirán hasta el final en que todo se resolvería si vamos, de su mano, para atrás.
Idea que tampoco es la primera vez que se intenta llevar a cabo. Recordemos, esa fue la mayor promesa que Perón ofreció al país para justificar su retorno al poder. Que él iba a lograr que viviéramos de nuevo “los años más felices”. Que en su caso no eran más que dos o tres, los que iban de sus primeras victorias políticas, en 1945 y 1946, al estallido de su primera estanflación, la mezcla de inflación y recesión que se prolongarían desde 1949. Sabemos hoy con certeza que esa promesa no condujo a una mejor democracia ni a una mejor economía, terminó en un doble desastre. Y algo de eso debe sospechar la gente, incluso los peronistas con algo más de memoria y capacidad reflexiva, cuando le desconfían a Cristina de seguirla en una empresa que se pretende equivalente, medio siglo después.