En el clásico del bochorno, River fue más que Boca y reafirmó su idea
Con un penal que causó una batalla, el local se impuso ante un Boca demasiado conservador
Darío Herrera fue el olvidable protagonista de un partido que se diluía entre intentos sin profundidad de River, que siempre propuso más, y Boca, que tan solo se mostró ordenado hasta la provocación de Agustín Palavecino. La película que empezó después del gol de Miguel Borja fue de terror, un grotesco a contramano de lo que se había visto hasta el minuto noventa.
Las siete tarjetas rojas son la síntesis del descontrol final. Hasta la polémica acción de Agustín Sández -falta clara para el referí, apenas un roce casual según Sergio Chiquito Romero- sucedió lo peor. Pero antes de eso hubo un encuentro áspero, pobre en líneas generales. Y en ese duelo, fue River el que se mostró más ambicioso y con más variantes que Boca, que apenas adaptó su esquema para limitar a su oponente, y no mucho más.
Sobre la jugada que se discutirá por días, se notan dos cosas: que el roce que sanciona Herrera existe, y que no parece lo suficientemente fuerte como para derrumbar al jugador de River. Sobre el festejo de Palavecino, lo que se advirtió fue clarito: una celebración fuera de lugar, y una reacción desmedida de los futbolistas xeneizes. Todos mal. Todo mal.
Este clásico no definía demasiadas cuestiones. Salvo un accidente, más parecido a la ciencia ficción que a la realidad, River ganará este campeonato con holgura. La importancia del partido radicaba en el combustible para lo que vendrá, para ambos, en la Copa Libertadores. Y en ese sentido, el premio para el Millonario es la ratificación de la idea, después de la goleada que le propinó Fluminense. A eso se refirió en rueda de prensa Enzo Pérez. Ponerse de pie y ratificar.
En ese sentido Boca dio un paso hacia atrás. Aún siendo ordenado al respetar su plan, no tuvo alas con Luis Advíncula ni Valentín Barco. Sólo neutralizó a River, por momentos, resignando casi todo a la suerte de alguna contra de Sebastián Villa. Y cuando se conformaba con el cero a cero, la torpeza de Agustín Sández se transformó en castigo. La clasificación en Copa Libertadores asoma como objetivo real, y en ese sentido, Jorge Almirón ordenó al caos. No debería sufrir para conseguirlo.
Martín Demichelis, con los ojos húmedos por las lágrimas, lo necesitaba más que nadie, incluso más que su equipo, que había sido puesto en duda después de la debacle en Río. Para Almirón, más trabajo por delante. Con lo que plantó en el Monumental no alcanzó para dar otro salto en el plano competitivo.
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