Nota extraída de The New York Times por Thomas L. Friedman
El conflicto representa en realidad tres enfrentamientos simultáneos: entre Israel y Hamas, entre moderados y extremistas de los dos bandos, y entre Irán y sus socios contra todos los demás
NUEVA YORK.- Visto desde afuera, por momentos el conflicto Hamas-Israel resulta difícil de entender porque en realidad son tres guerras que se libran en simultáneo: una guerra entre los judíos israelíes y los palestinos fogoneados por un grupo terrorista, una guerra interna en las sociedades palestina e israelí sobre su destino futuro, y una guerra entre Irán y sus aliados contra Estados Unidos y sus aliados.
Pero antes de meternos en el análisis de esas tres guerras simultáneas, lo más importante a no perder de vista es lo siguiente: existe una única fórmula capaz de potenciar al máximo las posibilidades de que las fuerzas de la decencia se impongan en esos tres conflictos. Y es la fórmula que, en mi opinión, está impulsando el presidente Joe Biden, por más que por el momento no pueda enunciarla abiertamente, y es también la fórmula que todos deberíamos apoyar.
Esta fórmula consiste en que Hamas sea derrotado, que los civiles palestinos de la Franja de Gaza se vean afectados lo menos posible, que el primer ministro Benjamin Netanyahu y sus aliados extremistas sean eyectados del gobierno de Israel, que todos los rehenes sean liberados, que Irán se vea disuadido en su accionar, y que la Autoridad Palestina que gobierna Cisjordania se fortalezca, en alianza con los países árabes moderados.
Prestemos especial atención a este último punto: el relanzamiento de la Autoridad Palestina es la piedra angular para que las fuerzas de la moderación, la tolerancia y la decencia triunfen en las tres guerras, para resucitar la solución de los dos Estados, para construir cimientos sólidos que permitan la normalización de las relaciones entre Israel y el mundo musulmán en su conjunto, y para generar una alianza entre Israel, los países árabes moderados, Estados Unidos y la OTAN que pueda debilitar a Irán y a sus fuerzas delegadas, como Hamas, Hezbollah y los hutíes, todas ellas dispuestas a lo peor.
Lamentablemente, como señaló esta semana Amos Harel, corresponsal militar del diario israelí Haaretz, “Netanyahu está acorralado por la extrema derecha y los colonos de los asentamientos israelíes, que están embarcados en una lucha sin cuartel contra la idea de cualquier involucramiento de la Autoridad Palestina en la Franja de Gaza, básicamente por temor a que Estados Unidos y Arabia Saudita exploten esa situación para relanzar el proceso político e impulsar una solución de dos Estados que implique que Israel deba a hacer concesiones en Cisjordania”. Así que Netanyahu, “bajo presión de sus socios políticos, ha clausurado cualquier discusión sobre ese punto”.
Si Netanyahu está preso de su derecha política, Biden debe tener mucho cuidado de no quedar preso de Netanyahu: caso contrario, no habrá manera de ganar esas tres guerras a la vez.
La primera y la más obvia de esas tres guerras es este último round de una batalla centenaria entre dos pueblos originarios —judíos y palestinos— por un mismo territorio, pero ahora con un nuevo giro: esta vez, el bando palestino no es liderado por la Autoridad Palestina, que desde los Acuerdos de Oslo se comprometió a buscar la solución de los dos Estados basada en las fronteras existentes antes de la guerra de 1967. Hoy los palestinos son liderados por Hamas, una organización de milicias islamistas abocadas a la destrucción y erradicación del Estado judío.
El 7 de octubre, Hamas se embarcó en una guerra de aniquilación, y los mapas que llevó a esa guerra no son los de la solución de los dos Estados, sino de los kibutz israelíes donde podía matar y secuestrar a la mayor cantidad posible de judíos.
Si bien no tengo dudas de que terminar con el gobierno de Hamas en Gaza —algo que todos los regímenes árabes sunnitas, excepto Qatar, anhelan secretamente— es imprescindible para que los palestinos de Gaza y los israelíes tengan la esperanza de un futuro mejor, también es cierto que todo el esfuerzo bélico de Israel perderá toda legitimidad y será insustentable a menos que sus fuerzas tengan mucho más cuidado con las vidas de los civiles palestinos.
Catástrofe humanitaria
La invasión de Hamas y la apurada contrainvasión israelí han desatado una catástrofe humanitaria que lo único que hace es subrayar la importancia de que Israel legitime a su socio palestino para que ayude a gobernar Gaza cuando Hamas sea expulsado del poder.
La segunda guerra, muy relacionada con la primera, es la lucha dentro de las sociedades palestina e israelí sobre sus respectivas visiones a largo plazo.
Hamas sostiene que se trata de una guerra étnico-religiosa entre musulmanes palestinos y judíos, y que su objetivo es un Estado islámico en todo el territorio palestino, desde el río Jordán hasta el mar Mediterráneo. Para Hamas, el ganador se queda con todo.
La visión extremista de Hamas tiene su contrapartida del lado israelí. Los colonos supremacistas judíos representados en el gabinete de Netanyahu no hacen distinción entre los palestinos que abrazaron los compromisos de Oslo y los que abrazan a Hamas: para ellos, todos son saqueadores.
Sin embargo, de ambos lados también hay quienes ven esta guerra como un capítulo de una lucha política entre dos Estados-naciones, cada uno con una población diversa que no cree que el ganador de una guerra necesariamente tenga que quedarse con todo. Esas personas visualizan una partición del territorio en un Estado palestino con musulmanes y cristianos —e incluso judíos— que incluya Cisjordania, la Franja de Gaza y Jerusalén Oriental, y que coexista pacíficamente junto a un Estado israelí con su propia mezcla de judíos, árabes y drusos.
En este momento, sin embargo, los defensores de ese resultado están a la defensiva en sus propias comunidades que luchan por un solo Estado. Por lo tanto, a Estados Unidos y a todos los moderados les conviene recuperar la opción de los dos Estados. Y para eso hace falta una Autoridad Palestina revitalizada, limpia de corrupción y de incitaciones antisemitas en sus libros escolares, y que cuente con fuerzas de gobierno y de seguridad que sean confiables. Y es en este punto donde deberían involucrarse inmediatamente países como los Emiratos Árabes Unidos y Arabia Saudita, junto con Estados Unidos.
Cualquier futura solución de dos Estados será imposible sin una Autoridad Palestina legítima y creíble, en la que Israel confíe para gobernar una Gaza y Cisjordania post-Hamas. Pero para eso no solo hace falta el consentimiento israelí, sino también que los palestinos actúen en conjunto. ¿Están a la altura?
Sin eso, la victoria en la tercera guerra también será imposible. Y esa tercera guerra es la que más miedo me da. Es la guerra entre Irán y sus fuerzas delegadas —Hamas, Hezbollah, las milicias hutíes y chiitas en Irak— contra Estados Unidos, Israel y los estados árabes moderados de Egipto, Arabia Saudita, Jordania, los Emiratos Árabes Unidos y Bahréin.
Y esa guerra no es solo por la hegemonía, el poder impuesto por la fuerza y los recursos energéticos, sino también por los valores. Israel en su mejor expresión y Estados Unidos en su mejor expresión representan el fomento de conceptos humanistas occidentales de empoderamiento de la mujer, democracia multiétnica, pluralismo, tolerancia religiosa y Estado de derecho, que son una amenaza directa a la teocracia islámica y misógina de Irán, siempre lista para encarcelar o incluso matar a mujeres iraníes por no cubrirse el cabello.
Y si bien los aliados árabes de Estados Unidos e Israel no son democracias ni aspiran a serlo, todos sus líderes están apartándose del viejo modelo de construir legitimidad a través de la resistencia —resistencia a Israel, a Estados Unidos, a Irán y a los chiitas de los países respaldados por Irán—, y están optando por legitimarse haciendo más resilientes a sus pueblos, a través de mejor educación, capacitación, y una creciente conciencia ambiental, para que puedan desarrollar todo su potencial.
Pero la agenda de Irán no es esa, sino imponer la ley del más fuerte, que decida quién se alza con la hegemonía en toda la región: por un lado, el Irán chiita, vinculado a Rusia y extendiendo su alcance a Irak, Siria, el Líbano y Yemen, y por el otro Arabia Saudita, dominada por los árabes suníes, en una alianza tácita con Bahréin, los Emiratos Árabes Unidos, Jordania, Egipto e Israel, y todos respaldados por Estados Unidos. En esta tercera guerra, el objetivo de Irán es expulsar a Estados Unidos de Medio Oriente, destruir a Israel e intimidar a los árabes sunitas aliados de Estados Unidos para doblegarlos a su voluntad.
Si Irán se sale con la suya, su apetito por exprimir a cualquier rival con su avanzada terrestre no hará más que crecer. Israel puede presentar batalla y tiene capacidad de atacar a Irán hasta lo profundo de su territorio. Pero en última instancia, para romper con las crecientes aspiraciones hegemónicas de Irán, Israel necesita como aliados a Estados Unidos, la OTAN y los países árabes moderados. Y Estados Unidos, la OTAN y los países árabes moderados necesitan a Israel para contener a Irán.
Pero tal alianza no se concretará si Netanyahu mantiene su política de socavar a la Autoridad Palestina en Cisjordania e insiste con que Israel y sus siete millones de judíos controlen indefinidamente a los cinco millones de palestinos de Gaza y Cisjordania. Ni las fuerzas pronorteamericanas de la región ni el propio Biden pueden ser parte de eso ni lo serán.
Así que termino donde empecé, aunque espero que hayan quedado totalmente claras tres cosas.
1. La piedra angular para ganar las tres guerras es una Autoridad Palestina moderada, efectiva y legítima que pueda reemplazar a Hamas en el gobierno de Gaza, que sea un socio activo y creíble para encarrilar la solución de los dos Estados con Israel, y de ese modo permitir que Arabia Saudita y otros países árabes musulmanes puedan justificar la normalización de las relaciones con el Estado judío y el aislamiento de Irán y sus representantes.
2. Las anti-piedras angulares son Hamas y la coalición de extrema derecha de Netanyahu, que se niega a mover un dedo para reconstruir, y mucho menos ampliar, el rol de la Autoridad Palestina.
3. Israel y su respaldo, Estados Unidos, no lograrán forjar una alianza regional post-Hamas ni estabilizar Gaza de manera sustentable mientras Netanyahu siga siendo primer ministrode Israel.