viernes, octubre 18

Los candidatos nacionales y las elecciones provinciales en Marte y Saturno

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Nota extraída de TN por Marcos Novaro

Las últimas elecciones distritales permitieron tanto a Rodríguez Larreta como a Bullrich, a Alberto Fernández y a Schiaretti decir que sus estrategias nacionales salen fortalecidas por triunfos locales. Pero es un cuento. Y el reiterado fracaso de Milei en los distritos también lo demuestra.

Nunca la política de provincias ha estado más separada de la nacional como en estos días. Las elecciones de los distritos se suceden, y parecieran darle la razón a todos y cada uno de los contendientes nacionales. Lo que significa que no se la dan a ninguno. Y es lógico, porque si en algo han tenido éxito los gobernadores en estos años es en aislarse de la política nacional, convertirse en administradores no de una parte del país, sino de satélites tan remotos como el planeta Neptuno, cosa que el malhumor social no los afecte y poder ser reelectos, o hacer elegir a sus delfines. El desdoblamiento respecto de los comicios nacionales justamente tuvo también ese objetivo.

Hasta en los pocos casos en que estas estrategias fracasan, y los oficialismos provinciales caen derrotados, las posibilidades de sacar lecciones útiles para la política nacional son escasas o nulas.

Dos casos de derrotas de oficialismos distritales

Hasta ahora, tenemos dos casos de derrotas de oficialismos distritales acostumbrados a ganar sin problemas desde 1983, Neuquén y San Luis. En los dos casos, la novedad se explica por la crisis interna de esos grupos gobernantes, una porción de los cuales se alió a los opositores para desbancar a sus anteriores socios. El MPN en un caso, y el Saáismo en el otro, perdieron, pero en parte ante sí mismos. ¿Eso significa que habrá renovación y cambio en esos distritos, o que tendrán continuidad los mismos regímenes, políticas y métodos que gobernaron los últimos cuarenta años, apenas con nombres distintos? Es difícil hacer un pronóstico al respecto porque hay que ver cómo gobiernan los que acaban de ser electos, y para eso va a hacer falta tiempo.

Eso no impidió que Horacio Rodríguez Larreta se tomara el trabajo de volar desde Corrientes hasta San Luis para proclamar que la derrota de Alberto Rodríguez Saá, de la mano de Adolfo Rodríguez Saá, era casi un triunfo propio, pues se había fundado en su idea de ampliar Juntos por el Cambio hacia el peronismo disidente, y la antesala de un gran cambio, tanto en esa provincia como en el país, animado por sus iniciativas.

El problema es, claro, que lo que pasó en San Luis difícilmente se pueda replicar en otros lados. De hecho, no hay ningún otro distrito donde el peronismo se esté fracturando como el puntano. Ni siquiera en aquellos donde seguramente caerá derrotado, como es el caso de Santa Fe, o Entre Ríos. La tendencia general es más bien la contraria a la que proclama Larreta: los peronistas siguen unidos, los disidentes disponibles son los que ya había tres o cuatro años atrás, y muchos votos no tienen. Si se quieren captar los votos decepcionados con el oficialismo, entonces, tal vez sea mejor seguir la receta de Patricia Bullrich, plantearle a sus administraciones una oposición dura y batirlo en las urnas.

Con ese ánimo, fue Bullrich el domingo a festejar el triunfo en las PASO mendocinas de su aliado y próximamente de nuevo gobernador, Alfredo Cornejo. Los resultados en esa provincia parecieron darle la razón a los duros de JxC: el peronismo salió tercero, con porcentajes que perforaron el piso mínimo de votos de esa fuerza en toda su historia (apenas 16,8%, un papelón). En gran medida porque los que se dividieron fueron los de Juntos, y sus disidentes atrajeron parte del voto opositor distrital. En relación al peronismo, cabría preguntarse entonces: ¿qué sentido tiene ir en búsqueda de aliados de un partido que está colapsando electoralmente? Mejor que se consuma su derrota, y después ver quién queda vivo, qué posición adopta frente a la nueva administración y si ofrece una colaboración útil para el programa de cambio o no.

El problema es que nacionalizar el caso de Mendoza tampoco tiene mucho sentido. Supone ignorar lo que simutáneamente sucedió en Tucumán. Una provincia comparable en términos de peso electoral y gravitación política, donde nada cambió, el peronismo, a pesar de haber tenido que cambiar de candidatos a último momento, forzado por la intervención de la Corte Suprema, hizo una muy buena elección, como si no tuviera absolutamente nada que ver con la gestión nacional.

De lo que se ocuparon los justicialistas tucumanos, prohibiéndoles a los funcionarios nacionales asomarse por su distrito durante la campaña. Ahora sí, después de contados los votos, los reciben con los brazos abiertos: apareció enseguida Wado de Pedro, y se anotó para el día después el propio presidente. El satélite fuera de órbita volvió a contactar con la Tierra y los votantes tucumanos fueron notificados de que habían avalado la gestión de Alberto, de Wado y de Massa. Muy a su pesar.

Wado y Alberto Fernández se mostraron también eufóricos el domingo

“¿Vieron que el peronismo es eterno, incombustible, resiste todo, hasta una gestión como la nuestra?”, parecían espetarle a sus contrincantes. Pero, ¿les va a servir de algo a los funcionarios nacionales pasearse por un distrito que su partido logró conservar recurriendo a las malas artes del más hipócrita localismo? Probablemente no de mucho. Manzur tal vez vuelva a insistir con tener algún papel en la política nacional, y hasta puede que lo consiga. Pero difícilmente pueda aportarle a una fórmula presidencial de su fuerza una proporción importante de los votos que demostró poder conservar a nivel distrital. Simplemente porque los votantes distinguen, una cosa es la administración provincial, a la que no se le pide mucho, a veces se le pide realmente lo mismo que a un intendente. Y otra muy distinta es la gestión nacional, de la que los tucumanos opinan bastante parecido a los mendocinos.

En el medio también Schiaretti festejó, porque la mayoría de los municipios que están votando en su provincia renuevan su confianza en los oficialismos, y eso tal vez anticipe que los votantes harán lo mismo con la gestión provincial dentro de pocos días. Imagina que con ese respaldo estará en condiciones de lanzarse a rehabilitar la avenida del medio, y capitalizar el esperado derrumbe del Frente de Todos, la migración en masa de votos peronistas a otros destinos.

El problema para Schiaretti es que la mayoría de esos votantes están tan enojados que se van de rosca; no parecen interesados en otra versión del peronismo, prefieren votar algo bien distinto. Cuanto más alejado mejor. De allí, el arrastre que está teniendo Javier Milei también en Córdoba: las encuestas lo muestran allí superando a Bullrich y Larreta, más o menos lo mismo que sucede en provincia de Buenos Aires, incluso en feudos tradicionales del peronismo en el conurbano.

Milei, el único sin festejos

Este domingo, sin embargo, Milei fue el único que no tuvo nada que festejar. Ni lo intentó: tuvo el tino de mantenerse callado al respecto y seguir hablando de sus temas preferidos, la dolarización, los zurdos malditos, la conspiraciones en su contra, esas cosas.

Es que sus votantes fueron arrastrados por la polarización en San Luis. Terminaron absorbidos por la disidencia cambiemita en Mendoza. Y su horrible aliado tucumano, Ricardo Bussi, terminó espantándolos hacia cualquier otro lado. ¿Lo afectará o no esta seguidilla de fracasos distritales, que se suman a los flacos desempeños en otras provincias que votaron previamente?

Si él quisiera armar una nueva fuerza política seguramente lo afectaría. Pero ese no parece ser su plan. Su idea sería aprovecharse del divorcio existente entre la política nacional y la territorial, que el peronismo fomenta para preservar sus distritos del vendaval de furia y hartazgo que han desatado sus líderes nacionales, para hacer exactamente lo contrario, construir una corriente de opinión casi virtual, inmaterial, desvinculada de toda otra figura, de toda organización, de todo asunto local o distrital. Con eso no podría gobernar nadie, claro, pero sí tal vez puede ganarse una elección tan loca como la que está por producirse.