El asalto es considerado el golpe más audaz del siglo XXI. Fue en 2003, en Bélgica. Los delincuentes lograron sortear los sistemas de seguridad más sofisticados, pero los delató el ADN que dejaron en sandwichs de salame.
No se puede robar. La bóveda está en un sótano. El lugar tiene diez medidas de seguridad diferentes, entre ellas, detectores de calor infrarrojos, radar Doppler, un campo magnético, un sensor sísmico, una rejilla de barras de acero, una cámara externa de seguridad, un sensor de luz, un sensor de movimiento, una cámara interna y una cerradura con 100 millones de combinaciones posibles. Queda en el edificio Diamond Center, del barrio de los diamantes de Amberes, Bélgica, donde, además, hay barreras en casi todas las calles y más policías que comerciantes. El lugar más seguro de una de las zonas más seguras del mundo. ¿Robarlo? No, es inviable, imposible, impracticable, inalcanzable, inasequible, utópico. Y lo robaron.
Leonardo Notarbartolo y la escuela de Turín
La gran virtud de Leonardo Notarbartolo es su simpatía. Es una persona jovial y conversadora que proviene de una región bañada por el sol alegre de Sicilia, y que ni siquiera preso se quita de su muñeca ni disimula su Rolex plateado.
Era el verano de 2001. Notarbartolo tomaba un café espresso en un barcito de la calle Hoveniersstraat, en el barrio de los diamantes. En el bar, apenas cabían seis mesas pequeñas, pero tenía una ventaja estratégica: quedaba en una esquina y desde allí Notarbartolo miraba todo lo que ocurría en el centro mundial de los diamantes.
El horario comercial era (es) un loquero, como lo describió el fotógrafo y artista Nick Waplington para la revista Wired. Se veían judíos ortodoxos caminando apurados con sus maletines esposados a sus muñecas; autos blindados estacionados por todas partes, de los que descendían o ascendían corpulentos hombres con carteras negras; africanos con trajes azules brillantes; comerciantes indios con lupas colgadas de sus cuellos; y armenios calvos con anteojos de lentes rectangulares de lectura colocados a la altura de sus frentes.
Miles de millones de dólares en diamantes pasan por la ventana del café. Por la noche, todas las piedras relucientes quedan encerradas en cajas fuertes y bóvedas subterráneas. “Es una de las concentraciones de riqueza más densas del mundo”, ha dicho Waplington. En consecuencia, es el paraíso de un ladrón.
En 2000, Notarbartolo alquiló una pequeña oficina en el Diamond Center, uno de los edificios más grandes de la zona. También un pequeño departamento. Dijo que era importador de joyas con sede en Turín y programó reuniones con numerosos distribuidores. Compró piedras pequeñas, pagó en efectivo, se vistió bien y despedazó alegremente el idioma francés. Nadie sospechó que se había incorporado al circuito de los diamantes uno de los mejores ladrones de joyas del mundo.
Según el propio Notarbartolo, ese mismo año cometió docenas de robos importantes aunque no en el Diamond Center. ¿Cómo hacía? Por ejemplo, robaba un collar de diamantes en Italia, lo desmantelaba, llevaba las piedras a Amberes y las vendía; se hacía pasar por joyero y lo invitaban a oficinas, talleres e incluso bóvedas para que inspeccionara la mercancía. Se interesaba por tales o cuales piezas, compraba algunas, tenía información de primera mano de cada lugar que visitaba y luego, una semana o un mes después, robaba por la noche todo el stock de la empresa u oficina que había elegido. En el barrio de los diamantes sólo tenía la oficina y el departamento alquilados, pues él vivía con su mujer y sus hijos cerca de Turín e iba dos veces al mes a Amberes. Tenía su propio grupo y a muchos de sus compañeros los conocía desde la infancia. A esa pandilla le habían dado el nombre de “La Escuela de Turín”.
”Me gustaría contratarte para un gran robo”
En aquél verano del 2001, cuando bebía su espresso en el bar de siempre, Notarbarloto contó (si es que hay que creerle, pero es la única versión que existe del origen de los extraordinarios acontecimientos futuros) que había entrado un joyero de su confianza. Se sentó en su mesa y le hizo una propuesta insólita. Este joyero no quiso quedarse en el café y salieron a pasear. “Me gustaría contratarte para un… gran robo”.
A Leonardo no se le movió un músculo de la cara, ni siquiera cuando el otro le dijo: “Ahora bien. Te pago 100.000 euros si me respondés una sola pregunta”. Notarbartolo esperó. “Quiero saber si se puede robar la bóveda del Centro de Diamantes de Amberes (el Diamond Center)”. La respuesta era muy sencilla: no. Pero un pago de 100.000 euros por responder una pregunta tan inocente no era cosa para despreciar, aún sin perder de vista que su compañero no era un mentecato sino un comerciante de probado ingenio.
El italiano prometió fotografiar el lugar pues él era inquilino del edificio y tenía allí una caja de seguridad. Antes daría un paseo por el barrio de los diamantes. Llevaba un bolígrafo en el bolsillo de su saco. Contenía una cámara digital en miniatura capaz de almacenar 100 imágenes de alta resolución. La fotografía está limitada en el barrio, pero nadie notó el bolígrafo del ladrón.
Pasó por la cabina policial de la calle Schupstraat. Detrás del vidrio a prueba de balas de la cabina, dos policías monitoreaban toda el área. Las tres manzanas principales del barrio estaban llenas de cámaras de video: cada centímetro de calle y cielo parecía estar bajo vigilancia. La cabina también contenía los controles de los cilindros de acero retráctiles que se despliegan para evitar que circulen vehículos. Entonces se dirigió al Diamond Center.
El edificio gris tiene catorce pisos. Había seguridad privada en la entrada. En el acceso, se habían colocado molinetes metálicos y los guardias interrogaban a los visitantes. Notarbartolo mostró su tarjeta de identificación de inquilino y pasó rápido. Su cámara capturaba todo. Tomó el ascensor y descendió dos pisos hasta una habitación pequeña que era la antecámara de la bóveda. Esta tenía una puerta de acero de 3 toneladas con una rueda combinada con números del 0 al 99. Para entrar, había que marcar cuatro números, y los dígitos solo se podían ver a través de una pequeña lente en la parte superior de la rueda. Había 100 millones de combinaciones posibles. La puerta podía soportar doce horas de perforación contínua. Además, las primeras vibraciones de una broca activarían la alarma sísmica incorporada.
La puerta estaba vigilada por un par de placas metálicas contiguas, una en la propia puerta y otra en la pared justo a la derecha. Cuando se activaban formaban un campo magnético. Si se abría la puerta, el campo se rompería, activando una alarma. Para desarmar el campo, se debía escribir un código en un teclado cercano. Por último, la cerradura requería una llave de treinta centímetros de largo casi imposible de duplicar. Durante el horario comercial, la puerta se dejaba abierta y quedaba solo una rejilla de acero para evitar el acceso. Es decir que quien intentara el robo tendría que hacerlo de noche, después de que los guardias hubieran cerrado la bóveda, vaciado el edificio y cerrado las entradas con puertas enrollables de acero. A la noche, nadie vigilaba porque confiaban en las defensas tecnológicas.
Notarbartolo tocó un timbre en la rejilla de acero. Un guardia de arriba miró la transmisión de video, reconoció al inquilino y desbloqueó de forma remota la reja. Notarbartolo entró en la bóveda. Estaba en silencio, rodeado por gruesos muros de concreto. El lugar estaba equipado con detectores de movimiento, calor y luz. Una cámara de seguridad transmitió sus movimientos a la estación de guardia, y la transmisión fue grabada en video. Las cajas de seguridad estaban hechas de acero y cobre y requerían una llave y una combinación para abrirse. Cada caja tenía 17.576 combinaciones posibles.
Notarbartolo abrió y cerró su caja y salió. Ya tenía una respuesta para ganar esos 100.000 euros: el robo era imposible. Le dio todas las fotografías que había tomado al comerciante en joyas para demostrarlo.
El genio, el monstruo y el rey de las llaves
Pasaron cinco meses hasta que el joyero se comunicó otra vez con Notarbartolo. Quería reunirse en un depósito abandonado fuera de Amberes. Cuando Notarbartolo llegó lo esperaba el joyero con otras tres personas. Cuando el italiano entró en el depósito quedó confundido. Todo el lugar estaba cubierto con lonas negras. El joyero tiró de un plástico negro y las lonas cayeron. El ladrón no lo podía creer: con sus fotografías en alta resolución habían replicado exactamente el segundo subsuelo y la bóveda del Centro de Diamantes. Todo era igual.
Dentro de la bóveda falsa, tres italianos hablaban sin darle bolilla. Cuando los llamó el joyero, se presentaron. Uno de ellos era “El Genio”, especialista en sistemas de alarma, que podía desactivar cualquier tipo de dispositivo. “¿Puedes deshabilitar esto?”, preguntó Notarbartolo refiriéndose a los sistemas de seguridad de la bóveda. “El Genio” le contestó: “La mayor parte… Algunas cosas las vas a tener que hacer vos”.
El segundo hombre era alto y musculoso y le decían “El Monstruo” porque era desmesuradamente bueno en todo lo que hacía. Era un experto en cerraduras, electricista y mecánico, con una enorme fuerza física. Además, su aspecto daba miedo y era otra razón para su apodo.
El tercer hombre aparentaba más edad que los demás. Era “El Rey de las Llaves”. Según el joyero estaba entre los mejores falsificadores de llaves del mundo. Una de sus contribuciones al golpe en preparación sería duplicar la llave de bóveda de 30 centímetros de largo.
El golpe
En septiembre de 2002, un guardia se acercó a la puerta de la bóveda y comenzó a girar la rueda combinada. Eran las 7 de la mañana. No sabía que justo a sus espaldas, a la altura de su cabeza, detrás del resplandor de una luz empotrada, había una cámara de video del tamaño de la yema de un dedo que capturó cada uno de sus movimientos. Con cada giro, la combinación se basó en un número. Una pequeña antena transmitió la imagen hacia dispositivos que recogían y grababan señales de video. Este artilugio estaba ubicado dentro de un matafuegos convenientemente preparado y colocado en un altillo en el edificio de al lado de la bóveda. Cuando el guardia terminó de marcar la combinación, insertó la llave. La cámara de video grabó una imagen nítida de la llave antes de que desapareciera dentro del ojo de la cerradura. El custodio hizo girar la manija y la puerta de la bóveda se abrió.
El 13 de febrero de 2003 un camión blindado cruzó el centro de la ciudad de Amberes. Justo dos días antes de la final del torneo de tenis “Proximus Diamond Games”, organizado por los comerciantes de diamantes. La carga de aquel camión era el envío mensual de diamantes de la firma De Beers, por millones de euros. De Beers es la compañía minera de diamantes más grande del mundo. En 2003, controlaba el 55 por ciento del suministro mundial de diamantes y explotaba minas en Sudáfrica, Namibia y Botswana, entre otros países. Las piedras en bruto y sin pulir eran trasladadas a Londres y allí las dividían y colocaban en 120 cajas, una para cada distribuidor oficial de De Beers, muchos con sede en Amberes.
Lo imposible lo realizarían el 16 de febrero, el día de la final de tenis. El barrio de los diamantes estaban vacío. Notarbartolo manejó un automóvil Peogeot 307. A su lado iba su amigo de la infancia “Speedy”. Llegó hasta un edificio cercano al Diamond Center. Del coche, bajaron “El Monstruo”, “El Genio”, “El Rey de las Llaves” y “Speedy”. “El Rey de las Llaves” abrió la cerradura y “El Genio” subió hasta la terraza. De allí pasó al edificio del Diamond Center, donde, usando un escudo de polyester, inutilizó una alarma de calor y logró entrar. El resto de los ladrones lo siguió, cubriendo las cámaras de seguridad con plástico negro. Llegaron a la bóveda.
“El Genio” desarmó las medidas de seguridad de la puerta. Cuando llegó el momento de abrir la puerta con la llave de seguridad, “El Rey de las Llaves” descargó un taladro casero de manivela manual y lo equipó con un delgado eje de metal. Atascó el eje en una de las cerraduras y giró durante unos tres minutos, hasta que la cerradura se rompió y abrió la caja. Apagaron las luces y abrieron la puerta.
“El Monstruo” entró y, como lo habían practicado, dio once pasos hasta el centro de la bóveda, levantó las manos y desactivó el panel que accionaba los sensores. Le echaron spray de laca al sensor de calor y movimiento que lo dejó fuera de combate por unos minutos, suficientes para que lo anularan, y emplearon cinta aislante para el sensor de luz. Entonces empezaron a trabajar con los taladros para abrir las cajas de seguridad. A las 05.30 de la madrugada, habían violado ciento nueve cajas. Ese era su hora límite, ya que después el barrio empezaría a llenarse de comerciantes. Durante una hora cargaron el coche con las bolsas llenas de barras de oro, diamantes, otras piedras preciosas y millones y millones de dólares en diferentes monedas. Llevaron todo al departamento de Notarbartolo. Abandonaron aquello que no pudieron cargar, por eso el piso de baldosas blancas de la bóveda quedó cubierto de diamantes, perlas, esmeraldas, rubíes, oro y plata, joyeros vacíos forrados en terciopelo, brillantes de todos los cortes y quilates. Quedó hasta un ladrillo de oro macizo.
Después, cuando Notarbartolo contó el golpe con lujo de detalles, dijo una gran mentira, aunque infantil. Que cuando se pusieron a ver el contenido de cada bolsa se dieron cuenta de que la mayoría de los estuches estaba vacío y que en total reunieron veinte millones de dólares. Que, en verdad, algunos de los joyeros y mercaderes de diamantes, prepararon el golpe, sacaron sus mercancías antes de robo, y ahora podrían reclamar al seguro y quedarse con las joyas. Es decir que se trató de una estafa de seguro. La mentira era muy burda. Del Centro de Diamantes faltaban entre 100 y 150 millones de euros en diamantes (tallados o en bruto), oro y joyas. El botín nunca fue encontrado.
La basura
En el departamento revisaron el contenido de las bolsas con los diamantes. Notarbartolo se pegó una ducha mientras los demás prepararon sánguches de salame. Juntaron toda la basura y decidieron separarse para reunirse luego en Italia y repartir el botín. Netarbartolo y “Speedy” se prepararon para recorrer la autopista E19. Eran diez horas de viaje hasta Turín. En el asiento trasero levaban las bolsas con la basura. “Speedy” estaba tan nervioso que quería ir a Bruselas a tirar la basura, pero Leonardo le dijo que la ciudad estaría llena de policías. Antes de que a su amigo le agarrara un ataque de pánico le propuso tirarla en un camino de tierra, al costado de la autopista, en un bosque.
El tendero jubilado August Van Camp tenía el hobby de cazar comadrejas. Había comprado una granja en el bosque pegado a la autopista E19, cerca de su casa. Van Camp encontró mucha basura en el terreno, pero desperdicios que le llamaron la atención, por ejemplo sanguches de salame a medio comer, cintas de video, una botella de vino, algunos sobres blancos donde alguien escribió “diamond center” o “Amberes”. El jubilado lo denunció a la Policía enojadísimo porque le ensuciaban su bosque.
Treinta y seis horas después del robo, la banda se reunió en Adro, una pequeña ciudad al noreste de Milán. Allí se dividieron el botín. El comerciante en joyas que llevó la idea a Notarbartolo obtuvo un tercio por financiar la operación y armar el equipo.
Los detectives Patrick Peys y Agim De Bruycker, especialistas en investigaciones sobre robo de diamantes, no sabían por donde empezar hasta que les cayó del cielo la denuncia del viejo tendero Van Camp. Esa basura les dio el ADN de todos, al menos de todos los que comieron sánguches de salame. No obstante, creían que no los atraparían rápido. Pensaban que estarían ya en Brasil, Tailandia o Rusia. Se olvidaron de la vieja máxima que dice que el delincuente siempre vuelve al lugar del crimen, y eso fue justamente lo que hizo Notarbartolo. Mientras un amigo holandés lo esperaba en la calle fuera del Diamond Center, apareció Notarbartolo que saludó al guardia de seguridad y se acercó para agarrar su correo. El guardia sabía que la policía lo estaba investigando y llamó por teléfono al gerente del edificio, quien a su vez dio aviso a Peys y De Bruycker.
Cuando llegaron, encontraron a Notarbartolo charlando con el gerente y comenzaron a interrogarlo. El amigo holandés, despacio y sin ser advertido porque toda la atención estaba puesta en el italiano, se alejó del lugar. Las preguntas comenzaron a complicar a Notarbartolo y entonces fingió que no era capaz de entender bien el francés. Le preguntaron cuál era la dirección exacta de su departamento y él dijo que el nombre de la calle nunca lo pudo retener en su memoria, que simplemente sabía cómo llegar hasta el lugar.
“Vamos entonces”, le dijo Peys y subió con el italiano a un patrullero. Finalmente, Notarbartolo señaló el departamento.
Cuando el coche de la Policía se detuvo en la puerta, la esposa de Notarbartolo y unos amigos salían de allí, cansados de esperarlo. Habían quedado en tomar un aperitivo y luego cenar en Amberes. La Policía los detuvo a todos, aunque se comprobó luego que no tenían nada que ver con el robo.
Se lograron descubrir una serie de tarjetas SIM prepago que estaban vinculadas a teléfonos celulares utilizados casi exclusivamente para llamar a tres italianos: Elio D’Onorio, alias “El Genio”; Ferdinando Finotto, alias “El Monstruo”; y la persona más ansiosa y paranoica de todos, Pietro Tavano, alias “Speedy”. La noche del robo, una torre celular en el barrio de los diamantes registró la presencia de los tres, además de Notarbartolo.
El día que este fue arrestado, la policía italiana abrió la caja fuerte de su casa en la ciudad de Turín. Encontraron 17 diamantes pulidos adjuntos a certificados que los detectives de diamantes belgas rastrearon hasta la bóveda. Más gemas fueron aspiradas de la alfombra enrollada del apartamento de Notarbartolo en Amberes.
“El Monstruo” Finotto fue arrestado en Italia en noviembre de 2007. Suyo era, además, el ADN de un medio sánguche de salame tirado al bosque. Cumplió una sentencia de cinco años. “El Genio” D’Onorio admitió que había instalado cámaras de seguridad en la oficina de Notarbartolo, pero negó cualquier participación en el crimen. Sin embargo, su ADN fue encontrado entre los restos de la basura y en una cinta adhesiva dejada en la bóveda. Fue extraditado a Bélgica en noviembre de 2007 y también cumplió una condena de cinco años. A su vez, Pietro Tavano o “Speedy” pasó cinco años de cárcel en Italia. El quinto ladrón, es decir el llamado “Rey de las Llaves”, nunca ha sido identificado, aunque la policía sabe de su existencia por medio de registros de los teléfonos celulares y los rastros de ADN.
Los tribunales belgas consideraron que Leonardo Notarbartolo era el jefe de la banda que robó el Centro de Diamantes o que cometió “el robo del siglo XXI” o “el mayor robo de diamantes de la historia”. Lo sentenciaron a diez años de prisión. Después de seis años de encierro, fue liberado en marzo de 2009 por buena conducta.
Leonardo Notarbartolo dijo que desde pequeño quiso ser ladrón, y que su único sueño en la vida era tener un paquete de cigarrillos lleno de diamantes. “Si realmente lo hiciera, me retiraría a la vida privada”. Todos lo conocen como un hombre simpático, culto, seductor y muy pero muy mentiroso.
f: TN
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