
23 de marzo
Toribio
era graduado en derecho, y había sido nombrado Presidente del Tribunal
de Granada (España) cuando el emperador Felipe II al conocer sus grandes
cualidades le propuso al Sumo Pontífice para que lo nombrara Arzobispo
de Lima. Roma aceptó y envió en nombramiento, pero Toribio tenía mucho
temor a aceptar. Después de tres meses de dudas y vacilaciones aceptó.El
Arzobispo que lo iba a ordenar de sacerdote le propuso darle todas las
órdenes menores en un solo día, pero él prefirió que le fueran
confiriendo una orden cada semana, para así irse preparando debidamente a
recibirlas.En 1581 llegó Toribio a Lima como
Arzobispo. Su arquidiócesis tenía dominio sobre Perú, Ecuador, Colombia,
Venezuela, Bolivia, Chile y parte de Argentina. Medía cinco mil
kilómetros de longitud, y en ella había toda clase de climas y
altitudes. Abarcaba más de seis millones de kilómetros cuadrados.Al
llegar a Lima Santo Toribio tenía 42 años y se dedicó con todas sus
energías a lograr el progreso espiritual de sus súbditos. La ciudad
estaba en una grave situación de decadencia espiritual. Los
conquistadores cometían muchos abusos y los sacerdotes no se atrevían a
corregirlos. Muchos para excusarse del mal que estaban haciendo, decían
que esa era la costumbre. El arzobispo les respondió que Cristo es
verdad y no costumbre. Y empezó a atacar fuertemente todos los vicios y
escándalos. A los pecadores públicos los reprendía fuertemente, aunque
estuvieran en altísimos puestos.Las medidas
enérgicas que tomó contra los abusos que se cometían, le atrajeron
muchos persecuciones y atroces calumnias. El callaba y ofrecía todo por
amor a Dios, exclamando, «Al único que es necesario siempre tener
contento es a Nuestro Señor».Tres veces visitó
completamente su inmensa arquidiócesis de Lima. En la primera vez gastó
siete años recorriéndola. En la segunda vez duró cinco años y en la
tercera empleó cuatro años. La mayor parte del recorrido era a pie. A
veces en mula, por caminos casi intransitables, pasando de climas
terriblemente fríos a climas ardientes. Eran viajes para destruir la
salud del más fuerte. Muchísimas noches tuvo que pasar a la intemperie o
en ranchos miserabilísmos, durmiendo en el puro suelo. Los preferidos
de sus visitas eran los indios y los negros, especialmente los más
pobres, los más ignorantes y los enfermos.Logró la
conversión de un enorme número de indios. Cuando iba de visita pastoral
viajaba siempre rezando. Al llegar a cualquier sitio su primera visita
era al templo. Reunía a los indios y les hablaba por horas y horas en el
idioma de ellos que se había preocupado por aprender muy bien. Aunque
en la mayor parte de los sitios que visitaba no había ni siquiera las
más elementales comodidades, en cada pueblo se quedaba varios días
instruyendo a los nativos, bautizando y confirmando.Celebraba
la misa con gran fervor, y varias veces vieron los acompañantes que
mientras rezaba se le llenaba el rostro de resplandores.Santo
Toribio recorrió unos 40,000 kilómetros visitando y ayudando a sus
fieles. Pasó por caminos jamás transitados, llegando hasta tribus que
nunca habían visto un hombre blanco.Al final de su
vida envió una relación al rey contándole que había administrado el
sacramento de la confirmación a más de 800,000 personas.Una
vez una tribu muy guerrera salió a su encuentro en son de batalla, pero
al ver al arzobispo tan venerable y tan amable cayeron todos de
rodillas ante él y le atendieron con gran respeto las enseñanzas que les
daba.Santo Toribio se propuso reunir a los
sacerdotes y obispos de América en Sínodos o reuniones generales para
dar leyes acerca del comportamiento que deben tener los católicos. Cada
dos años reunía a todo el clero de la diócesis para un Sínodo y cada
siete años a los de las diócesis vecinas. Y en estas reuniones se daban
leyes severas y a diferencia de otras veces en que se hacían leyes pero
no se cumplían, en los Sínodos dirigidos por Santo Toribio, las leyes se
hacían y se cumplían, porque él estaba siempre vigilante para hacerlas
cumplir.Nuestro santo era un gran trabajador.
Desde muy de madrugada ya estaba levantado y repetía frecuentemente:
«Nuestro gran tesoro es el momento presente. Tenemos que aprovecharlo
para ganarnos con él la vida eterna. El Señor Dios nos tomará estricta
cuenta del modo como hemos empleado nuestro tiempo».Fundó
el primer seminario de América. Insistió y obtuvo que los religiosos
aceptaran parroquias en sitios supremamente pobres. Casi duplicó el
número de parroquias o centros de evangelización en su arquidiócesis.
Cuando él llegó había 150 y cuando murió ya existían 250 parroquias en
su territorio.Su generosidad lo llevaba a repartir
a los pobres todo lo que poseía. Un día al regalarle sus camisas a un
necesitado le recomendó: «Váyase rapidito, no sea que llegue mi hermana y
no permita que Ud. se lleve la ropa que tengo para cambiarme».Cuando
llegó una terrible epidemia gastó sus bienes en socorrer a los
enfermos, y él mismo recorrió las calles acompañado de una gran multitud
llevando en sus manos un gran crucifijo y rezándole con los ojos fijos
en la cruz, pidiendo a Dios misericordia y salud para todos.El
23 de marzo de 1606, un Jueves Santo, murió en una capillita de los
indios, en una lejana región, donde estaba predicando y confirmando a
los indígenas.Estaba a 440 kilómetros de Lima.
Cuando se sintió enfermo prometió a sus acompañantes que le daría un
premio al primero que le trajera la noticia de que ya se iba a morir. Y
repetía aquellas palabras de San Pablo: «Deseo verme libre de las
ataduras de este cuerpo y quedar en libertad para ir a encontrarme con
Jesucristo».Ya moribundo pidió a los que rodeaban
su lecho que entonaran el salmo que dice: «De gozo se llenó mi corazón
cuando escuché una voz: iremos a la Casa del Señor. Que alegría cuando
me dijeron: vamos a la Casa del Señor».Las últimas palabras que dijo antes de morir fueron las del salmo 30: «En tus manos encomiendo mi espíritu».Su
cuerpo, cuando fue llevado a Lima, un año después de su muerte, todavía
se hallaba incorrupto, como si estuviera recién muerto.Después
de su muerte se consiguieron muchos milagros por su intercesión. Santo
Toribio tuvo el gusto de administrarle el sacramento de la confirmación a
tres santos: Santa Rosa de Lima, San Francisco Solano y San Martín de
Porres.El Papa Benedicto XIII lo declaró santo en 1726.Y
toda América del Sur espera que este gran santo e infatigable apóstol,
quizás el más grande obispo que ha vivido en este continente, siga
rogando para que nuestra santa religión se mantenga fervorosa y
creciente en todos estos países.
ADVIENTO: EN LA ESPERA DEL SEÑOR
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