Nota extraída de La Nación por Guillermo Oliveto
El consumo de los bienes más básicos –alimentos, bebidas, cosméticos y productos de limpieza– tuvo en octubre el peor mes del año. Sus ventas cayeron 4,5% medidas en unidades al compararlas con el mismo mes del año anterior. En los pequeños autoservicios de barrio, la contracción fue sustancialmente mayor: -10%, de acuerdo con los datos de Scentia.
Finalmente sucedió lo previsible: “El audio empezó a cerrar con el video”. Aquella historia donde la macroeconomía crujía y la economía de la calle no se daba por enterada empezó a encontrar su límite en el último trimestre de 2022.
Para la sociedad, el año se divide en dos: antes y después de las vacaciones de invierno. Sienten y expresan que algo cambió entre julio y agosto. El registro no podría ser más preciso. Hasta el primer semestre la inflación corría a un ritmo del 60% anual y, en promedio, los salarios lograban “empatarla”.
Pero ahora, que corre a un ritmo del 90% anual y subiendo (llegaría al 100% anual al final de diciembre), empiezan a experimentar en sus percepciones y en sus bolsillos que se trata de una dinámica que duplica, en promedio, todos los precios de la economía en un año. Todos sienten que “corren de atrás” y que sus ingresos pierden aceleradamente poder de compra. Es altamente probable que, al concluir el año, vuelva a darse una pérdida de poder adquisitivo en buena parte de las familias. El “equilibrio” del primer semestre entre ingresos y gastos se perdió en el segundo.
La contracción se está sintiendo más allá de los productos básicos. Empieza a correr como un aire helado que atraviesa múltiples rubros.
Uno de los más notorios es el de la indumentaria. Lleva tres meses con caídas interanuales de doble dígito. En octubre, la baja fue de 19%, según la Confederación Argentina de la Mediana Empresa (CAME).
Otro sector fuertemente afectado es el de la venta de motos: -20%. Y, quizás el dato que podría lucir como algo menor, pero que vale la pena monitorear por su capacidad de anticipar el ciclo económico, es el de la construcción. Es el primer mes en mucho tiempo que los despachos de cemento muestran una evolución interanual negativa: -1,3%, y que los insumos para la construcción no crecen.
Si miramos hacia adelante, con todas las dificultades que ese ejercicio conlleva en un entorno de alta incertidumbre y fragilidad como el actual, el escenario más probable para 2023 que proyecta Ecolatina indica un crecimiento económico de +1,3%, con una inflación rondando el 90% anual. Esa hipótesis asume que el Gobierno logrará evitar una devaluación brusca.
Si la economía creciera cerca del 5% este año, y proyecta 1% para el año próximo (algo con lo que coincide la mayor parte de los economistas), el 2023 se parecería mucho más al segundo semestre 2022 que al primero.
Haciendo una analogía con el fútbol será para las empresas un partido en la altura. Arduo, trabajoso, trabado y desgastante, donde el empate es negocio.
La tensión entre lo que la gente quiere y lo que puede tiende a crecer, por lo tanto habrá que extremar la creatividad para generar tentaciones accesibles. El consumidor de hoy está mucho más atento a su imperiosa necesidad de un disfrute paliativo que lo haga “irse de la realidad” que a la fidelidad a marcas, productos y lugares de compra. Cambiará lo que tenga que cambiar con tal de pasarla lo mejor posible. Las lealtades se vuelven lábiles cuando el deseo se choca con la restricción.
El nuevo patrón de compra que se consolida es un aparente oxímoron: “la impulsión pensada”. Se traduce así: “me quiero dar un gusto porque lo necesito, pero no estoy dispuesto a pagar cualquier cosa”.
El incremento de la propensión a consumir pospandemia se sostiene. Si antes la gente gastaba 80 y ahorraba 20, ahora gasta 100 y ahorra 0. Los recuerdos bien presentes de un pasado cercano traumático y la inflación que derrite el dinero hacen que se piense puramente en el hoy y se actúe en consecuencia. Eso ayuda para que la contracción del consumo de corto plazo sea más suave de lo que indicarían las circunstancias.
De hecho, de no mediar ningún hecho disruptivo, será un muy buen verano.
Lo que sí indican las luces amarillas del tablero de control es que el impulso de la salida llegó hasta acá. El consumo está haciendo techo y lo máximo que podríamos esperar para 2023 es que se mantenga o caiga poco.
Para las empresas será un mercado de “cuchillo entre los dientes”. Para los ciudadanos y consumidores será “menos de lo mismo”.
No es de extrañar que en la última encuesta nacional de Synopsis el 80% de la población señaló que para la elección 2023 entre continuidad y cambio, elige cambio.Guillermo Oliveto
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