jueves, junio 27

¡Viejo de mierda!: después de los 65 hay mucho más que “viejismo”

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Nota extraída de Clarín por Pacho ODonnell

Las personas mayores sufrimos el acoso del «viejismo», pero también lo practicamos en nosotros mismos. Hoy estamos preocupados por saber si hay vida después de la muerte, pero ¿hay vida antes de la muerte? La que yo vivo, ¿es vida?

Somos 8 millones de ancianas y ancianos que sufrimos el acoso del «viejismo». Las publicidades de viajes, autos y electrodomésticos están dirigidas a los jóvenes. Y a nosotros nos tocan escasas y baratas ofertas de pegamentos de prótesis dentales, pañales de adultos y colágeno para las articulaciones.

No es casual que la palabra “viejo” tenga tantos sinónimos en el diccionario de la Real Academia Española, y no especialmente positivos: vejestorio, matusalén, decrépito, veterano, maduro, senil, achacoso, longevo, vetusto, centenario, añoso, arcaico, anticuado, pretérito, antiguo, rancio, fósil, lejano, trasnochado, antediluviano, arqueológico, gastado, estropeado, deslucido, ajado, usado, destartalado…

Con el «viejismo» rompemos la colectiva estrategia de negación de la muerte. Porque la ancianidad «amenaza» con la muerte. Nos recuerda que todos vamos a morir a pesar de los esfuerzos por negarlo con cirugías, tinturas y botox.

La certeza de la muerte es intolerable para el ser humano. La filosofía se propone explicar y comprender, y ojalá conjurar, el absurdo destino de nacer para morir.

Según Platón la filosofía consiste en aprender a morir. Las religiones prometen otras vidas basadas en la fe, promesas nunca comprobadas. La ciencia brega por alcanzar la inmortalidad aunque por ahora solo ha logrado, meritoriamente, prolongar la vida de algunos. Hay científicos que consideran seguro que con los diagnósticos genéticos y reemplazos de órganos se llegará a la inmortalidad, a la que llaman «amortalidad», pues no impedirá la muerte por arma de fuego o accidente.

«Viejo de mierda», se dispara ante un altercado de tránsito cualquiera. O «parecés un viejo», o «no te vistas como una vieja».

¿Es acaso la inmortalidad lo deseable? Borges lo niega en su relato «El inmortal». Marco Flaminio, su personaje, descubre que la inmortalidad es una condena, porque es la muerte la que da sentido a cada acto ante la posibilidad de ser el último.

Si la vida fuera un partido de fútbol sin pitada final ningún valor tendrían los goles, pues se anotarían infinitos que no merecerían festejo ni emoción.

Saber de la muerte es saber del tiempo, y es el tiempo lo más valioso que tenemos. El uso que le demos, conscientes de su paso y finitud, sin tibiezas, es lo que dará sentido a nuestra existencia y alimentará de coloridos recuerdos nuestra ancianidad.

Una buena vejez es consecuencia de una buena vida.

El problema es que las personas mayores practicamos el «viejismo» en nosotros mismos. Asumimos que la vejez es equiparable a una enfermedad grave, incurable, letal. Que viejas y viejos somos feos, vulnerables, depresivos, que hablamos de personas y sucesos que a los más jóvenes no les interesan, que preferimos los brazos del sillón a los de alguien amado. Que hemos abandonado el cuerpo y el sexo y que ahora vamos de guardia en guardia y de consultorio en consultorio.

En “Mi viejo” Piero canta “Es un buen tipo mi viejo/Que anda solo y esperando/Tiene la tristeza larga/De tanto venir andando”. En soledad esperando la muerte, triste. El viejismo en su clara expresión.

Ser jóvenes hasta morir de viejos

Es cierto que nuestra sociedad de consumo nos descarta por ser malos consumidores debido a nuestra incapacidad de generar ingresos y las injustas e irritantes jubilaciones.

No obstante, en la medida de las posibilidades, les propongo que lleguemos a un acuerdo: no hemos nacido para dilapidar la vida en nimiedades mediocres, no hemos nacido para desperdiciarla en trabajos que no nos satisfacen, en relaciones de pareja ya extinguidas, en obligaciones a que nos condena nuestra cobardía. Ellos serán los haberes y deberes de los implacables balances de nuestra vejez.

«Viejos, lo que se dice viejos/eso es sólo un rumor de los muchachos/por ahora la clave es seguir siendo jóvenes/hasta morir de viejos», escribió Mario Benedetti.

Séneca ya lo dijo mucho tiempo antes: “Unas horas nos han sido tomadas, otras nos han sido robadas, otras nos han huido. La pérdida más vergonzosa es, sin duda, la que acontece por negligencia… No pierdas, pues, hora alguna, recógelas todas. Asegura bien el contenido del día de hoy, y así será como dependerás menos del mañana”.

Hoy estamos preocupados por saber si hay vida después de la muerte, pero ¿hay vida antes de la muerte? La que yo vivo, ¿es vida?

Testimonios de especialistas en pacientes terminales permiten afirmar que en los últimos momentos se tiene más en cuenta lo no realizado que lo realizado. Es decir, las deudas con uno mismo. ¿Por qué no viajé si era lo que más me gustaba? ¿Por qué no estuve más tiempo con mis hijos? ¿Por qué no pinté? ¿Por qué no me divorcié?

"Mientras se pueda, hay que dar batalla al deterioro", dice Pacho O'Donnell, mientras se muestra haciendo ejercicio en su Instagram, donde tiene casi 80 mil seguidores.

«Mientras se pueda, hay que dar batalla al deterioro», dice Pacho O’Donnell, mientras se muestra haciendo ejercicio en su Instagram, donde tiene casi 80 mil seguidores.

“Viejos son los trapos”, escuchamos. Pero las personas también somos viejas. Es importante no negar la vejez. Y asumirla como una etapa dinámica, creativa.

La vejez puede ser la etapa más feliz de nuestras vidas. El tiempo que disponemos luego de los 65 nos puede permitir saldar nuestras deudas, hacer, pensar, estudiar aquello que deseábamos hacer pero que por distintos motivos no hicimos aún.

Un ejemplo literario es el de Don Quijote de la Mancha, viejo de 50 años, equivalentes a 70-75 años actuales, quien embriagado por la lectura de novelas de caballería, decide “hacerse caballero andante, y irse por todo el mundo con sus armas y caballo a buscar las aventuras y a ejercitarse en todo aquello que él había leído que los caballeros andantes se ejercitaban, deshaciendo todo género de agravio, y poniéndose en ocasiones y peligros donde, acabándolos, cobrase eterno nombre y fama”.

¿Qué cuántos años tengo? Al gran escritor portugués José Saramago, quien publicó su primera novela a los sesenta años y con quien compartí una luminosa epistolaridad, se le atribuye un manifiesto contra el “viejismo”: “¿Qué cuántos años tengo? ¡Qué importa!/¡Tengo la edad que quiero y siento!/La edad en que puedo gritar sin miedo lo que pienso/Hacer lo que deseo, sin miedo al fracaso o lo desconocido (…)¡Qué importa si cumplo cincuenta, sesenta o más!/Pues lo que importa: ¡es la edad que siento!»

*Pacho O’Donnell tiene 82 años. Es escritor, historiador, dramaturgo y médico psicoanalista. En «La nueva vejez», su último libro, explica por qué esa puede ser «la mejor etapa de la vida». En su Instagram lo encontrás en @pachoodonnell

F: Clarín.