Cristina amenaza con ponerle fin a la paz social si cae en desgracia

0
207

Nota extraída de TN por Marcos Novaro

La vicepresidenta parece querer mostrar que si avanzan las acusaciones en su contra, la gobernabilidad y hasta la paz social estarán en riesgo. Pero sus amenazas carecen de la eficacia de otros tiempos. Y ni a ella misma le conviene agitarlas demasiado.

La estrategia judicial de la vicepresidenta fue estirar lo más posible los procesos judiciales en su contra, entorpecer a jueces y fiscales con la idea de que así “ganaba tiempo”. Con la expectativa de que en el medio algo iba a pasar, algún juez amigo iba a hacer desaparecer las pruebas, Alberto Fernández iba a cumplir su promesa de reacomodar los juzgados y las cámaras de manera de que las causas se perdieran en la nebulosa, o algún otro milagro por el estilo.

Fue una mala idea: ahora Cristina Kirchner tiene que enfrentar la acusación más resonante y sólida en su contra, cuando carece por completo de poder político para siquiera amedrentar con una retaliación a los responsables de sus desvelos.

Ni siquiera está en condiciones de movilizar a su tropa, sin pagar un costo político aún mayor: ¿qué van a hacer, salir a la calle para tratar de blindar la cascoteada impunidad de Cristina Kirchner, justo cuando sus propios votantes están sufriendo lo peor de la crisis económica y social, la caída de los ingresos y el alza de la pobreza arrecian, y les reclaman a viva voz que el gobierno dedique toda su atención, cuanto antes, a que la situación al menos no siga empeorando?

Vamos a ver seguramente a muchos dirigentes peronistas firmando solicitadas contra los jueces y fiscales que hacen su trabajo, pero tal vez no tantos de ellos arriesgando el capital político electoral que les queda detrás de la quimera de defender la inocencia de la jefa. Inocencia en la que ninguno de ellos cree realmente, y tampoco creen muchos de los votantes que aún los acompañan.

Cristina Kirchner y la opinión pública

En una encuesta reciente organizada por la UBA se informa que solo el 43% del menguado voto oficialista afirma que Cristina Kirchner es inocente y las acusaciones en su contra son un invento de sus adversarios políticos. Otro 26% en cambio afirma directamente que es culpable. No parece una base demasiado sólida como para hacer de la “lucha contra el lawfare” el eje de la gestión de gobierno y de la estrategia pública del Frente de Todos, cuando está por empezar una campaña electoral en que se juega su futuro.

Así que los dirigentes del oficialismo que quieran preservar el capital político que les queda, probablemente duden de hacer mucho ruido con la cuestión. Le estarán haciendo así un gran favor a la democracia, aunque sea por un interés puramente egoísta y personal. Y puede que la propia Cristina Kirchner no se los reproche demasiado. Porque también ella necesita mucho más conservar los votos que intentar inútilmente amedrentar a los jueces.

Las guerras de corto y de largo plazo de Cristina Kirchner

La señora jefa del kirchnerismo, como se sabe, es una gran admiradora del presidente ruso, así que debe estar muy atenta a los desvelos que enfrenta Putin en Ucrania, y a las lecciones que esa experiencia arroja.

¿Y qué es lo que muestra la situación en que derivó el ataque ruso contra Ucrania? Que Putin perdió la guerra de corto plazo, la que encaró con el objetivo de tomar Kiev y cambiar el régimen político y la ubicación estratégica de ese país frente a la OTAN. Pero lejos de desesperarse, el bueno de Putin reordenó sus prioridades y encaró una guerra de más largo plazo, dirigida a desgastar lo más posible a sus enemigos ucranianos, desangrar al país, empobrecerlo y destruir su voluntad de combate, al tiempo que polarizaba al máximo con sus enemigos occidentales en general, para fortalecer la unidad del pueblo ruso en torno suyo. Esa guerra no está claro cómo va a terminar, pero por ahora la va ganando.

Cristina Kirchner debe estar pensando que a ella le puede pasar lo mismo.

Está perdiendo la guerra del Frente de Todos, contra sus enemigos de afuera y de adentro. Porque la unidad del peronismo en los términos en que se planteó para desplazar del poder a Macri no funcionó. Y porque las políticas económicas gestionadas por la dupla Alberto Fernández-Guzmán terminaron en lo que hoy se ve, y aún cuando ella haya logrado forzar un cambio, nada asegura que no sea para peor. Y también está perdiendo, finalmente, la guerra en los tribunales, dirigida a desarmar las causas en su contra dinamitando los tribunales a cargo.

Pero no desespera, tiene tiempo para recuperar lo perdido, y continuar su guerra de largo plazo. Esa es la más importante, es una guerra de desgaste dirigida a minar la voluntad de combate y los recursos de sus enemigos, suprimir a los actores que podrían encarar un alineamiento occidental y un desarrollo económico e institucional acorde para el país. Hoy esas fuerzas, es bastante evidente, son bastante más débiles que en 2015, están mucho más desanimadas. Y solo con eso alcanza para que Cristina Kirchner sienta que la guerra que realmente importa todavía podría ganarla.

Ojalá se equivoque. Pero lo importante es que detrás de esa ilusión, tal vez no apueste a dinamitar el Palacio de Tribunales en una “pueblada” como la que reclama Hebe de Bonafini. Ni a hacerle juicio político a los jueces que la investigan y a la Corte Suprema que se ha negado a desplazarlos. Si apuesta a conservar los votos que le quedan, le va a convenir moderarse. Y entonces la democracia argentina va a tener más chances de sobrevivir más o menos entera a la penosa experiencia gubernamental en curso.