viernes, octubre 18

Eva Perón,mito que cumple70 años pese a los increíbles intentos de hacerla desaparecer

0
291

Nota extraída de TN por Sergio Rubín

Cómo y por qué la Iglesia ocultó el cuerpo de Eva Perón durante 14 años y cuál fue el fin del secreto mejor guardado de la historia argentina.

Pasaron 70 años desde el 26 de julio de 1952, a las 20,25, en que murió Eva Duarte de Perón, la “jefa espiritual de la nación”, según el anuncio oficial. Y del comienzo de un mito que suscitó y sigue suscitando las opiniones más contrapuestas.

Entre ser considerada una santa -un sindicato le pidió a la Iglesia en aquellos años que le abriera una causa de canonización– y ser vista como una mujerzuela fanática y rencorosa, los sentimientos fueron y van del amor al odio.

Sea como fuere, la también llamada “abanderada de los humildes” sobrevivió al paso del tiempo -además, gracias al teatro y al cine, su figura creció en las últimas décadas a nivel mundial-, pese a los increíbles intentos de “hacerla desaparecer”.

Porque, tras el derrocamiento de Perón y el triunfo del sector más antiperonista de las Fuerzas Armadas, se empezó a pensar en cómo destruir u ocultar su cuerpo. O sea, en cómo emprenderla contra un cadáver.

Eva Perón, un mito que cumple 70 años pese a los increíbles intentos de hacerla desaparecer

Por extraño que parezca, la dictadura militar le tenía miedo al cuerpo de Evita. En rigor, lo que temía es que un comando peronista se alzara con el féretro y lo llevara como bandera por todo el país incitando a una contrarrevolución.

O, en el mejor de los casos, temía que su tumba se convirtiera en un lugar de peregrinación y ruego por el retorno al poder de su exiliado líder en tiempos en que la palabra “Perón” estaba prohibida por decreto.

Eva Perón, un mito que cumple 70 años pese a los increíbles intentos de hacerla desaparecer

¿Pero qué hacer con el cuerpo? ¿Enterrarlo en un lugar secreto? ¿Destruirlo? Todo eso empezó a considerarse. En una reunión de gabinete nacional se barajaron alternativas: ¿Arrojarlo al río en un escabroso anticipo de los horrorosos “vuelo de la muerte” llevados a cabo durante la última dictadura? ¿Quemarlo? De hecho, se le cortó una parte de un dedo -como lo atestigua su cadáver- para probar su grado de combustión.

Para colmo, el féretro -que desde los imponentes funerales- estaba depositado en el segundo piso de la CGT -donde el doctor Pedro Ara completó el proceso de embalsamamiento- inició un alocado periplo por Buenos Aires luego de ser retirado subrepticiamente una noche de noviembre de 1955 por un comando militar liderado por el jefe del Servicio de Inteligencia del Ejército (SIE), el teniente coronel Moori Koenig.

No solo estuvo parado en la sede del SIE, en Callao y Viamonte y Koenig -que enloqueció- se los mostraba a sus allegados. También estuvo detrás de una pantalla de un cine en la avenida Córdoba, y hasta en el altillo de la casa del barrio de Belgrano del segundo del SIE, el mayor Arandía, que una noche al oír ruidos, disparó asustado con su arma en medio de la oscuridad y mató a su mujer embarazada.

La cineasta María Luisa Bemberg fue una de las que pasó por la SIE, vio el féretro y, espantada, se lo transmitió a las autoridades militares.

Al tanto de todo el zafarrancho y en medio de la creciente ansiedad de sus camaradas, el presidente Aramburu no sabía qué hacer. Eso sí: como católico rechazaba su cremación -la Iglesia aún no la había aceptado-, pero la solución no aparecía.

Eva Perón, un mito que cumple 70 años pese a los increíbles intentos de hacerla desaparecer

Enterado de la angustia de su admirado presidente, el entonces jefe de Granaderos, teniente coronel Alejandro Lanusse, le transmitió su preocupación a un gran amigo, el padre Paco Rotger, que era el capellán de esa unidad. A partir de entonces, el sacerdote comenzó a imaginar un plan de ocultamiento del cuerpo que inicialmente sonaba a una propuesta inverosímil.

Sin embargo, por la tenacidad del sacerdote -y en ausencia de una alternativa-, empezó a cuajar. Consistía en sacar el féretro del país con un nombre falso, enterrarlo en un cementerio de Italia bajo el cuidado de la orden religiosa a la que pertenecía el padre Rotger y tenerlo oculto allí por mucho tiempo hasta que -quizá pensaron- el peronismo sea un mal recuerdo.

El plan satisfacía a Aramburu porque, a la vez que se ocultaba el cuerpo, no era destruido. Claro que requería de una condición sine qua non: el asentimiento de la Iglesia y, más específicamente, del entonces Papa Pío XII, quien finalmente -al más puro estilo eclesiástico- dejó hacer, es decir, no opuso resistencia al delicado operativo.

Entonces, llevaron el cuerpo con el nombre de María Maggi de Magistris en barco a Génova y en furgón hasta el cementerio Mayor de Milán acompañado por un falso viudo.

Durante 14 años una monja le llevó flores para controlar que seguía estando allí, aunque desconociendo su verdadera identidad para cortar la cadena informativa.

El paradero solo lo conocían el nuevo jefe del SIE, coronel Cabanillas, y el falso viudo. Cuando Montoneros secuestra a Aramburu y le preguntan sobre el destino del cuerpo, él les dice que realmente no lo sabía. Al año siguiente, Lanusse, como presidente, se compromete a devolverle el cuerpo a Perón como parte de un deshielo.

Era 1971 y de nuevo el falso viudo marchó a Italia, ahora para transportar el féretro hasta la residencia de Puerta de Hierro, en Madrid, donde lo esperaba el viudo. Entre los testigos, se contaba el coronel Cabanillas y un cura de la orden religiosa, quienes asistieron a la apertura del cajón para confirmar su contenido.

Llegaba a su fin el secreto mejor guardado de la historia argentina que motivó hace unos años una investigación de este cronista y un grupo de colegas del diario Clarín para establecer con testimonios y documentos cómo había sido esa operación de inteligencia con la imprescindible participación de la Iglesia.

En el libro “Secreto de confesión: cómo y por qué la Iglesia ocultó el cuerpo de Eva Perón durante 14 años”, que acaba de reeditarse, terminé de desentrañar los increíbles entretelones de una acción que posibilitó ocultar el principal emblema peronista, pero también preservar el cuerpo de Eva.

Una historia fascinante, pero a la vez lamentable, porque patentiza los odios que deben ser definitivamente desterrados de la política argentina.