miércoles, abril 24

Frente a problemas gravísimos el Presidente piensa en trasladar la Capital

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Por Cristina Pérez para Radio Mitre

Desde el comienzo mismo de su mandato Alberto Fernández les debe un plan a los argentinos, una hoja de ruta clara sobre cómo resolverá los problemas reales que no es lo mismo que un manifiesto de buenas intenciones con discurso adornado, ni promesas de campaña que son sólo eso, promesas

El Presidente dijo hoy que todos los días piensa si la Capital “no tendría que estar en otro lugar que no fuera Buenos Aires”. En Argentina hay problemas gravísimos para que piense con obsesión todos los días. Es notable realmente que este sea el que lo convoca y elige contar.

Hoy nomás se conoció que la inflación que según el presupuesto iba a ser de 29% en el año ya acumula 51,2% en los últimos doce meses y en 2021 suma 45,4% cuando todavía falta un mes, y a pesar de la grilla oculta de precios reprimidos. Casi 20 puntos se le escaparon a la estipulación del Gobierno, o simplemente ajustan con todos nosotros, pero lo que al Presidente lo obsesiona es el emplazamiento de la Capital. No es la primera vez que lo dice. Ya lo había sugerido al comenzar su mandato. Quizás le da complejo de porteño. O como dijo que debe ir al norte, lo que quiere en realidad es que sea peronista porque sólo ganaron las elecciones en el norte.

También puede ocurrir que se trata solamente de un acto de escapismo, de esos que afloran en el inconsciente y hacen pensar que si uno se aleja de los problemas estos dejan de existir. Se me vino a la cabeza una frase de Séneca, que afirma que “no hay viento favorable para el que no sabe dónde va”. Uno de los grandes problemas de Argentina es que no hay un horizonte, no hay un plan, no hay una dirección clara. Los padecimientos se potencian con la incertidumbre que imposibilita el mínimo plan o proyecto. Si la Capital pasara de Tucumán a Chubut o de Santiago a La Pampa, esos problemas seguirían siendo los que son. Seguiríamos sin ir a ninguna parte. Los planteos presidenciales hacen pensar que, o, uno, el mandatario esquiva hablar de los temas importantes y saca estas propuestas extemporáneas de la galera o, dos, el Presidente no tiene qué ofrecer y saca estas propuestas extemporáneas de la galera. Para cualquier caso, la galera no tiene magia.

Desde el comienzo mismo de su mandato Alberto Fernández les debe un plan a los argentinos, una hoja de ruta clara sobre cómo resolverá los problemas reales que no es lo mismo que un manifiesto de buenas intenciones con discurso adornado, ni promesas de campaña que son sólo eso, promesas. ¿Quién no se acuerda del famoso adagio del asado en la heladera para todas y todos? Y terminamos con cepos a la carne e inútiles congelamientos. Quizás con la Capital en Salta o Rio Negro, esto se solucionaba. Cómo no haberlo pensado antes.

A comienzos de su mandato el Presidente se jactó de no tener plan en una nota en el Financial Times, el diario económico más influyente del mundo. Y a lo largo de dos años de mandato se la pasó cambiando de idea y oscilando al ritmo de las órdenes de Cristina. Últimamente toda la impronta moderada sobre un acuerdo con el Fondo se convirtió en una libación contradictoria en el altar de la plaza de Cristina. Esa plaza de la rara democracia de Cristina donde todos los que no piensan como ella quedan afuera. Es de tal calibre la falta de respeto a la ciudadanía que significa no ofrecer una dirección, que cuando irrumpen estas actuaciones desubicadas como la de proponer como panacea cambiar de lugar la Capital, se llega a considerar como conclusión que el Presidente no entiende ni el nivel de su mala praxis. Pero la verdad, es que eso no lo exime de responsabilidades. Hoy los argentinos tienen que escuchar que en medio de sus intentos por hacer pie en aguas turbulentas esto es lo que ofrece el primer mandatario del país en vez de un rumbo.

¿Por qué es importante explicar un plan?

¿Por qué es autoritario no explicar un plan? Uno de los grandes males de la política argentina es el desapego por los resultados. No es un mal abstracto. Yace en el corazón de la legitimidad del sistema, pero es bastante ajeno a la forma de comprender el servicio público en nuestro país que a veces se parece más a un ejercicio de extracción de recursos de la teta del Estado y todo lo que este abarca como pulpo que a una vocación de servicio. Esa idiosincrasia rechaza o desprecia como tecnocrático cualquier reclamo de eficiencia. La política se mide por discursos, rosca, acumulación de poder y ocupación de cajas, pero casi nunca por logros reales, no de marketing. De hecho, a más logros reales, menos necesidad habría de marketing.

Uno de los mayores generadores de desconfianza en el sistema, es justamente que no está dando respuesta a las demandas de progreso y mejora en las condiciones de vida. Todo lo contrario. Redunda en decadencia y abuso de poder. Las grandes expectativas del apotegma de Alfonsin, según la cual “con la democracia, se come, se cura y se educa” han quedado como una vara altísima en medio de enorme decepción. Y en vez de plantear una solución seria, para los problemas económicos, educativos o de seguridad, el Presidente propone cambiar de lugar la Capital cuando ni siquiera mandó al Congreso el plan plurianual que había propuesto la noche de la derrota electoral a fin de afrontar al menos el futuro inmediato. Es realmente una tragedia. Y también, sin dudas, un fiasco.

Es probable que en el trasfondo de la aparente indefinición y en el costo altísimo de gobernabilidad que significa andar por el poder sin destino, esté la tensión entre lo que quiere Cristina y lo que puede Alberto. El tema es que ella parece saber muy bien lo que quiere, y él sólo propone trasladar la Capital. Sin coraje siquiera para intentar ganar su lugar desde la persuasión real y legítima a los ciudadanos y no actuando servilismo.

Alberto Fernandez actúa como un presidente que no asumió, que está recién electo, que espera contar con las atribuciones que le corresponden. Pero a dos años de ejercicio y con una elección de medio término que defenestró la gestión nacional, carga con toda la vejez de la falta resultados y con toda la responsabilidad por la continua improvisación. Cristina en cambio se saca juicios de encima y debe estar festejando porque encumbraron a uno de sus jueces más afines en la crucial presidencia de la Cámara de Casación. Ciertamente los problemas no se solucionan trasladando la Capital. Y como dice ese refrán popular, “dondequiera que vayas, allí estarás”. Al fin del cuento, nadie escapa. Mucho menos con cortinas de humo de baja estofa que se notan demasiado.