Nota extraída de The Post Argentina por Carlos Mira
Nada de lo ocurrido en Brasília habría ocurrido con hombres considerados de a uno. Solo el nublamiento mental que supone la imposición del hombre masa sobre el hombre individual torna posibles hechos como ese
Lo que ha ocurrido en Brasil debe ser un llamado de atención sobre los problemas que la democracia liberal esta teniendo para llevar un mensaje claro a la población sobre cuáles son los valores en los que se basa y cómo funciona el sistema para, de ese modo, sacar de él lo mejor que tiene, esto es, elevar la condición social de la enorme mayoría de la población y hacerlo de una manera tal que las infaltables (y necesarias) diferencias entre los seres humanos no sean visualmente percibibles de modo autoevidente sino que, siendo todos diferentes, parezca que son todos iguales.
Esto nos lleva al principal punto de engaño de las revoluciones comunistas del pasado y de los populismos corruptos de hoy: que mediante la acción pro-activa del Estado se puede alcanzar una igualdad real de hecho (no visual) entre los seres humanos.
La introducción de esa anomalía en el cerebro humano como una utopía alcanzable trajo consecuencias de todo tipo a la humanidad.
Por empezar, profundizó los sentimientos más bajos del ser humano como el resentimiento y la envidia.
Sin la actuación combinada de esos cánceres del espíritu el avance comunista del siglo XX y el del populismo corrupto en el siglo XXI no hubiera sido posible.
La democracia liberal, naturalmente, supone el permiso para que ideas que tienen como objetivo justamente la destrucción de la democracia liberal proliferen en su seno. La prohibición a la circulación de esas ideas sería, para la democracia liberal caer en una contradicción de los términos.
Para que esas ideas circulen libremente pero aún así la democracia liberal produzca anticuerpos que la pongan a salvo de la amenaza que ella misma permite, es necesaria una educación cívica muy fuerte y sólida para que el discurso totalitario no prenda.
De allí que el copamiento de la educación es un objetivo central de todos los totalitarismos: lo fue del comunismo en el siglo XX y lo es del populismo corrupto en el siglo XXI.
Lamentablemente en América Latina las clases dirigentes han estado más concentradas en volverse millonarias con el saqueo del Tesoro Público que con la construcción de sociedades más educadas, mas civilizadas y mas ricas.
El robo al erario también influyó en el sometimiento a la pobreza de importante franjas sociales. Esa pobreza impidió que la gente acceda a darle a sus descendientes las proteínas que el cerebro humano necesita (y en el momento que las necesita) para que, de ese modo, estén preparados para entender y aprender los palotes principales sobre los que se asienta el sistema democrático.
El avance de la tecnología, a su vez, puso al alcance de las masas dispositivos de información que la gente comenzó a demandar con inmediatez.
La explotación demagógica del populismo, a su turno, hizo creer que esas demandas debían ser satisfechas en cuanto nacieran, bajo el imperio del principio heredado del comunismo de que donde hay una necesidad nace un derecho.
Esta combinación de demandas, derechos y reclamos de satisfacciones infinitas con una sociedad diseñada no para producir sino para consumir, está estallando en mil pedazos bajo el formato de acusaciones de injusticias, de justificaciones de conductas ilícitas que tengan por finalidad obtener por fuera de la ley lo que no se puede conseguir dentro de ella y, también, bajo el respaldo a sistemas autocráticos en donde la creencia en un líder salvador reemplace el funcionamiento de las instrucciones.
Otra cuestión que tiene un enorme influencia en lo que ocurre a nivel mundial con la democracia liberal es el factor demográfico. La simple existencia de las muchedumbres torna más difícil el sostenimiento de los valores democráticos clásicos.
Dichos valores tienen una alta dependencia de la racionalidad. La racionalidad, a su vez, esta íntimamente vinculada con la condición individual del ser humano.
Sin embargo, la sociedad que la democracia liberal hizo paradójicamente posible es una sociedad de masas en donde el pensamiento del hombre individual es reemplazado por el pensamiento del hombre masa.
Nada de lo ocurrido en Brasília habría ocurrido con hombres considerados de a uno. Solo el nublamiento mental que supone la imposición del hombre masa sobre el hombre individual torna posibles hechos como ese.
La solución a esta encrucijada es compleja porque se precisaría de la concurrencia de la voluntad, la acción y la decisión de actores cuya conveniencia está asociada al mantenimiento de las condiciones actuales. En otras palabras, el restablecimiento del funcionamiento normal de la democracia clásica no les conviene a aquellos de cuyas conducta depende el restablecimiento de la democracia clásica.
El único protagonista que sacaría un provecho del restablecimiento de la democracia clásica sería el ciudadano individual, libre, seguro de sí mismo y dispuesto a competir en un ambiente de igualdad ante la ley y de justicia imparcial.
Los demás -los dirigentes populistas, las masas sin preparación para competir, los prendidos en los curros público/privados que les dan más dividendos que un trabajo competitivo, los delincuentes lisos y llanos, etcétera- no tienen interés en que se restaure la democracia clásica.
Por eso hechos como los de Brasília son preocupantes. Quienes presumen que Lula es un populista corrupto que no debería haber tenido acceso a la presidencia no tienen mejor idea que organizarse en hordas callejeras para tomar los edificios cuya separación simboliza también la separación del poder, elemento básico para el mantenimiento de la libertad individual.
Esta frustración que los mecanismos naturales de la democracia liberal están manifestando puede tener derivas insospechadas, incluso en países en donde -como en Brasil- quienes difieren del pensamiento del presidente tienen el control de otros poderes del Estado con capacidad para bloquear iniciativas con las que ellos no están de acuerdo.
Cuando era chico no entendía la enfermiza costumbre de algunos dibujos animados de combinar escenas en donde se veían artefactos de ultimísima tecnología que, sin embargo, eran manejados por seres que eran poco menos que dinosaurios.
El mundo de hoy se va pareciendo peligrosamente a eso: avances descomunales de las ciencias combinados con regresos a lo peor de la evolución política del hombre: la inteligencia artificial duerme al lado de la intención de volver a los absolutismos de la Edad Media.
Es de la mayor urgencia que lo racional se torne popular, algo que, como vienen las cosas, parecería más una contradicción en los términos que otra co