Nota extraída de Clarín porFernando González
La ruptura en el bloque de Diputados adelanta la batalla por el 2023, que también complica al PRO
No hay nada que hacer. Los radicales llevan el internismo en la sangre. Pocas cosas le hicieron tanto daño a Yrigoyen como su enfrentamiento con Alvear. Balbín combatió más a Frondizi que al adversario, y al final amigo, Juan Domingo Perón. Alfonsín soportó el fuego de los radicales cordobeses y De la Rúa sufrió más a Alfonsín y a Moreau que al peronismo y al Oso Arturo. Toda confrontación en política es un camino hacia algo nuevo. El problema es cuando la confrontación pasa a ser permanente y se convierte en una imagen repetida y desgastada.
Algo de eso está viviendo el radicalismo en estos días. La buena performance electoral de Juntos por el Cambio en todo el país fortaleció también a la UCR. Ganaron muy bien en Mendoza, en Corrientes y en Jujuy, tres provincias que gobiernan. Perdieron en las PASO, pero recuperaron competitividad con Facundo Manes en Buenos Aires. Y obtuvieron una formidable victoria en Córdoba, aventajando al peronismo de Juan Schiaretti y dejando en un dígito muy lejano al kirchnerismo. Tanto como para que varios de sus dirigentes piensen ahora en disputarle al PRO la candidatura presidencial en 2023.
Todo iba bien hasta que se pusieron a discutir quién iba a ser el jefe del bloque de la UCR en la Cámara de Diputados. Allí lleva cinco mandatos el cordobés Mario Negri, dueño de una muñeca negociadora que nadie le discute y apoyado desde el off radicalismo por la temida Elisa Carrió. El problema es que, justamente en Córdoba, Negri perdió las internas por 250 mil votos contra Rodrigo Loredo, aliado de Martín Lousteau. Y ese sector planteó desde un principio quedarse con ese espacio de poder levantando las banderas de la renovación.
Entonces apareció el ADN autodestructivo de los radicales. Detrás de Negri y de De Loredo se alinearon los dirigentes que miran hacia el 2023. Lousteau dio la batalla con el expertise nosiglista de Emiliano Yacobitti y la habilidad mediática de Martín Tetaz. Pero Negri sumó a los diputados de Gerardo Morales, los de Alfredo Cornejo y a los correntinos de Gustavo Valdes. Los números le sonrieron y se dispuso enseguida a hacerse reelegir otra vez.
Hubo hasta respaldos cruzados. Manes decidió apoyar a Negri y la segunda en su lista, Danya Tavela, terminó del lado de Lousteau y De Loredo. Se multiplicaron en las redes las acusaciones de traidores, hacia uno y otro lado. Y el lunes temprano, comenzó la ruptura. Evolución Radical junto a 12 legisladores y se independizó como mini bloque. Horas más tarde, Negri anunció los nombres de la nueva conducción, con la bonaerense Karina Banfi como su segunda.
La sensación de resquebrajamiento entre los radicales se volvió tan desconcertante que hasta logró doblarle el optimismo a Andrés Malamud, politólogo con base en Lisboa y poseedor de una de las miradas mas agudas sobre la política argentina. Integró la lista de Manes en un lugar secundario y fue quien, en su cuenta de Twitter, emitió la opinión más psicológica sobre el conflicto. “El radicalismo olfatea el poder y corre para el otro lado”. Hay que leer su tweet line para comprobar la pasión incandescente de la UCR para las internas.
Como sucede en el PSOE y en el Partido Popular de España, en el radicalismo el candidato que quiere ser presidente tiene que quedarse con la conducción partidaria. Por eso, Morales pidió que se vote este 17 de diciembre la presidencia del Comité Nacional para tratar de aprovechar la ventaja conseguida en el Congreso. Ese día habrá una nueva batalla. El jujeño, pero también Cornejo (actual titular de la UCR), Manes, Valdés y ¿Lousteau?, sueñan con una postulación que les devuelva el protagonismo opositor y una chance de regresar al Gobierno.
Internismo contagioso
Como la cepa ómicron del Covid, el internismo de los radicales también parece ser contagioso. El bloque de Juntos por el Cambio va camino a tener seis mini bloques que volverán un infierno cada una de sus discusiones por las leyes fundamentales. Además de los dos bloques de la UCR, está el mayoritario del PRO, otro que formaron Emilio Monzó y la nacida en el radicalismo Margarita Stolbizer, más un par de bloques con legisladores provinciales que prefieren la unidad en la diversidad. Además, digamos todo. Los mini bloques tienen autoridades propias, oficinas propias, pasajes y viáticos propios. Las efectividades conducentes de las que hablaba Don Hipólito.
Está claro que el virus internista de la UCR también circula sin frenos entre las celebridades del PRO. Ni siquiera la campaña electoral de los últimos meses pudo acallar las disputas entre Horacio Rodríguez Larreta, Patricia Bullrich y Mauricio Macri. Los tres creen que el 2023 será su momento para pelear por llegar a la presidencia (los dos primeros), y por volver a ese cargo el ex presidente, tras su experiencia fallida en la que no logró obtener su reelección.
En estos dos años, nada será ajeno a la batalla interna de Juntos por el Cambio. Este martes, por ejemplo, está en Buenos Aires Pablo Casado, el líder del Partido Popular español, candidato a suceder al jefe de gobierno Pedro Sánchez si se mantienen las encuestas como hasta ahora. Al mediodía estará en la sede de la calle Uspallata para reunirse con el jefe del gobierno porteño. Y un rato después, almorzará con el ex presidente, como parte de una gira sudamericana que incluye encuentros con Luis Lacalle Pou en Uruguay, y con Sebastián Piñera en Chile.
Rodríguez Larreta y Macri comparten la fundación del PRO, el crecimiento desde la Ciudad y una parábola parecida que debería terminar con el heredero en la Casa Rosada. Pero la política tiene sutilezas que no se basan en la lógica cartesiana.
Son las pasiones las que gobiernan en estas horas los movimientos de los hombres y mujeres de Juntos por el Cambio. Demasiada pasión cuando faltan todavía dos años largos y los observa con extrañeza una sociedad que acaba de votarlos para ponerle precisamente algo de racionalidad y de expectativa al país dominado por la inflación, por la pobreza y por la desesperanza.