sábado, septiembre 7

Derrotas ajenas que luego serán fracasos propios

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Nota extraída de Infobae por Julio Bárbaro

La reflexión debería ayudarnos a superar esa enfermedad que alguien llamó “grieta” y es sólo un rencor de decadencia.

Antes, en tiempos no tan lejanos, abundaban grupos de orientación intelectual, eran en su mayoría de orígenes ideológicos católicos o marxistas, unos pocos liberales, de socialismos varios y casi todos enamorados de la política. Los curas que respondían al Movimiento de Sacerdotes del Tercer Mundo fueron sin duda mi pertenencia central, luego amigos como el Colorado Ramos, Lino Enea Spilimbergo, grupos militantes como Guardia de Hierro o el MRP (Movimiento Revolucionario Peronista) fueron los compañeros de tiempos de sueños y apasionamientos, violencia o democracia, reformismo o revolución. Nos dejó Pedro Pablo García Caffi quien con su Cuarteto Zupay en plena dictadura fuimos a acompañar a los presos de Trelew, un militante desde siempre.

Mi nieta decidió profesar la religión de su padre, Gerardo Rozín y en mi familia católica fue asumido con enorme alegría porque sabemos que toda religiosidad es un buen modo de elegir por lo mejor de la vida. Hubo una emocionante ceremonia ancestral en la Sinagoga realizada por un Rabino que nos deslumbró con su presencia y su pensamiento. Vinieron recuerdos de las prédicas de Carlos Mujica y del Padre Pepe, queridos y respetados curas. La espiritualidad tiene eso indescriptible que permite forjar personas que transmiten su fuerza y su sabiduría más allá de la raíz de su fe. Escuchando al Rabino pensaba en la milenaria sabiduría de las diferentes religiones y la dimensión de su cercanía. Un Papa argentino mostró a la humanidad que bajo un mismo cielo se podía orar y compartir la paz, recordemos el encuentro de oración que realizó en el Muro de los Lamentos junto a un rabino y a un religioso musulmán. La visión de tanta grandeza, trascendencia que aportaban los tres credos allí presentes, no se correspondía con el mundo de las ideas y las pasiones humanas cargadas de antagonismos. Aquella Rusia comunista y atea que expandía el marxismo y que pondría en órbita el primer satélite de la historia, sufrió la demencia de Stalin y ahora las miserias de Putin, y también, demasiados buscaron canalizar sus broncas contra el país del norte en una esperanza que devino en el más patético de los fracasos. Entre el marxismo y el liberalismo, entre las ideas del ayer imperio bifronte, entre ambos, se forjaron las sutiles variantes de las naciones que supieron definir su destino.

Luego de atravesar diferentes visiones materialistas, bien lejos de la concepción europea de las artes, de la sociedad y del Estado, en Argentina surge la figura de Menem quien se mofaba de Alfonsín, pero la historia está haciendo justicia y respetando a quien lo merecía, que no era el experto en oportunismo. Ahora nos quedamos sin hombres con vocación de trascender, en una sociedad donde ganaron los acumuladores compulsivos sobre los necesitados e impusieron su pensamiento económico como única versión del rumbo humano. El dinero expandió sus ideas y devaluó a sus cuestionadores. Claro que del otro lado no florece ni el talento, ni la ética ni la entrega.

Necesitamos recuperar el patriotismo que sólo aporta la política frente a la obsesión numérica de los economistas. Pensar, recordar, que un argentino como Daniel Barenboim deslumbra al mundo y pisa callos de fanatismos con tinte fascista al integrar una orquesta entre palestinos e israelíes. Un Santo Padre que acerca religiones y un músico que une pueblos en conflicto, aportes que le hicimos al mundo desde una sociedad donde una caterva de mediocres agoniza en el odio, el resentimiento y el sueño de expulsar a su enemigo del que no lo diferencian concepciones profundas sino tan solo un colectivo de prebendas. Dos versiones de burocracia confrontan por el reparto de los bienes usurpados a un pueblo al que dicen van a beneficiar, pareciera que lo postergan para después de sus propios beneficios. Adoradores del “becerro de oro”, gente verbalmente violenta contra toda versión del espíritu, como si el “tener” necesitara eliminar la categoría del “ser”. No solo se hicieron ricos, además necesitan que asumamos su superioridad e ignoremos la agresión de su mediocridad.

Su Santidad Francisco se refirió a una pensadora, Amelia Podetti; tuve el honor de ser docente asociado de su cátedra en la Facultad de Derecho. Una filósofa con pensamiento propio, original, de los pocos que nos cruzamos en la vida. Y cita también a Rodolfo Kusch cuyas obras completas publicó y me obsequió la Editorial Fundación Ross. Kusch vivía en el norte y estudió como pocos nuestros orígenes nativos, la América profunda que nos ligaba desde los extremos de esa cordillera que habitaba. Un antropólogo brillante que estudiaba la dimensión y el peso de tradiciones, contracara de los imbéciles que defienden la violencia de los resentimientos. Retazos de esfuerzos intentan revivir nuestras raíces, reencontrarlas al menos.

El presente me duele, la espiritualidad me cruzó en su versión más casual, la reflexión debería ayudarnos a superar esa enfermedad que alguien llamó “grieta” y es sólo un rencor de decadencia. Un gobierno prolífero en errores y dogmas, una oposición enamorada de la denuncia que amenaza festejar los datos que nos hunden en el sinsentido. Una ministra que sale al ruedo y pareciera romper el festejo de enfervorizadas almas puras que no conocieron el fracaso en la amnesia de sus limitaciones. Una frase de sentido común, el dólar del que viaja debe costar lo mismo que el negro de quien se queda, no se debe financiar gastos en el exterior. Inmediatamente surge el griterío de personajes que desgarran sus vestiduras frente a tamaña imposición de la realidad. Damos pena, todos, fanáticos del odio, dueños de brumosas propuestas, y los ricos enojados de siempre que deben viajar a Miami para poder disfrutar sus desmesuras. Una multitud pedirá renuncias y retiradas, razones sobran, como en cada golpe de Estado, triunfar sobre el otro no implica reencontrar un rumbo y mucho menos la salida.

La parte no podrá jamás resolver los conflictos de todos y hasta el momento nadie siquiera intenta pensar asumiendo una visión patriótica. Son ya varias décadas festejando derrotas ajenas que serían luego fracasos propios. La unidad nacional es un desafío que podemos postergar pero no evitar. Grandeza no abunda, resulta complicado encontrar un destino amontonando pequeñeces. Estamos obligados a intentarlo. Denunciar es fácil, proponer es otra cosa, y hasta ahora, propuestas no hay. Solo crecen la deuda y la pobreza, por ahora no hay opciones de cambio y capacidad de hacerlo. Sigamos gritando contra el otro, no sirve para nada, solo alivia frustraciones. Llevamos casi cinco décadas de caída, sin nadie serio que pueda demostrar mejorías, sólo hay reiteración de fracasos, y nadie se atreve a la autocrítica. La frase de siempre, “la patria es un dolor que aún no tuvo bautismo”.

Columna publicada originalmente en Infobae.