sábado, octubre 5

El plan de Cristina Kirchner para resurgir como jefa de la oposición

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Nota extraída de Nexofin por Marcos Novaro

El cuco de la ultraderecha ya le falló al kirchnerismo en la última campaña, pero va a insistir: pretenderá enfrentar al gobierno de Milei con la misma fórmula. La meta es que la actual vice logre así remontar la caída en la estima social, que se extiende incluso entre sus seguidores más fieles, y retenga el control del peronismo.

Hace unos días, Cristina Kirchner difundió un video desopilante tanto por su argumento como por su factura: en él pretendía alarmarnos, mientras correteaba por los pasillos del Congreso seguida por varias de sus secuaces más obnubiladas, como si estuviera tan ocupada que no pudiera sentarse a conversar con ellas, sobre lo peligroso que sería que se cumpliera el pronóstico que poco antes había formulado Javier Milei sobre la estanflación que acompañará, en el mejor de los casos, los primeros meses de su mandato.

Para Milei, digamos para empezar, que haya estanflación esos meses sería la menos mala de las opciones que tiene para elegir. Porque la alternativa es algo parecido a una hiperinflación, en la forma de un Rodrigazo o alguna variante peor.

Cristina Kirchner y la estanflación

Pero esa no es la disonancia más significativa entre los pronósticos de Milei y las advertencias de Cristina. Lo realmente sorprendente es que esta última esté asustándonos con el cuco de la estanflación, y queriendo explicarnos de qué se trata, cuando debería saber que estamos recontra curtidos en lidiar con ella: pocas sociedades han soportado una tan larga y tan profunda como la que su segundo gobierno nos impuso, a partir de 2012, y que todavía está lejos de terminar.

Desde entonces, es decir hace ya 12 años, nuestro PBI no ha dejado de contraerse, o apenas crecer marginal y esporádicamente, y la inflación no dejó de acelerarse, acumulando más del 5000%.

Sin embargo, según Cristina el problema que nos aqueja no sería ese, no tendría nada que ver con estos 12 (por lo menos) años perdidos, ni con la permanente caída de más y más argentinos en la pobreza originada en la incompetencia de los gobernantes para superar esta decadencia interminable. Y tampoco residiría en las raíces estructurales de tanta desgracia, que evidentemente hay que buscar en lo sucedido años antes, también bajo mandatos kirchneristas. Nada de eso: lo que realmente nos amenaza y nos complica la vida vendría a ser lo que está por hacer quien todavía no asumió el poder, y por de pronto solo atina a protegerse de la decepción que se generará cuando se advierta que los problemas no son tan fáciles de resolver como él mismo dijo en la última campaña electoral.

Viene el cuco”, advierte Cristina, que es Milei con su “estanflación”. Y de ellos deberíamos cuidarnos, según la vice, siguiendo sus desinteresados consejos.

La jugarreta es penosa, es alevosa, y es indigna de una dirigente que ha sido dos veces presidenta y una tercera vez, que todavía no terminó, vicepresidenta.

Lavarse las manos

Pero en verdad no es sorprendente. Porque si en algo se ha esmerado la señora durante su larga vida política es en lavarse las manos de las consecuencias de sus actos, y en volcar todas las responsabilidades en sus enemigos políticos. Lo ha hecho con tanta dedicación, sobre todo en los últimos años, a medida que las consecuencias de sus actos iban de mal en peor, que ya no puede sorprender que quiera dar una vuelta de tuerca más, invirtiendo la lógica temporal, y achaque ahora su fracaso a quien le acaba de ganar las elecciones y todavía no empezó a gobernar. Y, en el peor de los casos, si lo hace mal, habrá encabezado otro intento frustrado más de corregir su tóxico legado, pero nunca podrá achacársele, como a ella, haber inventado el monstruo económico y político que condena al país al atraso.

El punto es de fundamental importancia en la coyuntura que vivimos porque Cristina no es la única que juega este juego. Es más: el oficialismo en pleno parece haberse sumergido en él desde el momento mismo en que se conocieron los resultados del balotaje. Sin ir más lejos, Sergio Massa dio la pauta en el discurso con que reconoció su derrota, cuando advirtió que “a partir de este momento es Milei el que deberá dar certezas sobre el rumbo de la economía”. Como si él hubiera automáticamente dejado de tener toda responsabilidad en lo que sucedía y seguiría sucediendo, por haber perdido la elección.

En la misma línea también abundan, en estos días de repliegue, que el kirchnerismo quiere usar para tomar impulso, los discursos intelectuales que insisten con que “la ultraderecha” habría estado detrás de todos los problemas que habitualmente se achacan a sus gobiernos. También en esos planteos se pretende, sin que sus autores se sonrojen, que el futuro explique el pasado: el ascenso de Milei al poder estaría demostrando que desde un principio la polarización y la radicalización política no fueron obra de los Kirchner y sus seguidores, sino de “enemigos del pacto democrático sobre derechos y valores” con los que ellos habrían tenido heroicamente que lidiar.

El argumento continúa una estrategia publicitaria concebida para la reciente campaña, según el cual la disputa Massa vs Milei habría recreado la oposición entre democracia y autoritarismo que protagonizó Raúl Alfonsín a comienzos de los años ochenta (con “la ultraderecha” haciendo las veces de los militares, pero también de figuras como Italo Lúder, Diego Ibáñez, Herminio Iglesias y tantos otros próceres del campo nacional y popular, a quienes mejor no recordar). Una pretensión bastante desopilante, pero que de todos modos logró cierto eco en nuestro progresismo. Aunque en el electorado parece que funcionó más bien a favor que en contra de Javier Milei: la descalificación de su candidatura como ajena a una supuesta “comunidad democrática de valores”, que nada menos que el inefable Sergio Massa venía a representar, generó en muchos votantes dubitativos el rechazo suficiente para convencerlos de dejar de lado todas las resistencias que pudieran generarles las listas y las propuestas de LLA, y votarlas.

La parábola del “nuevo Massa”

Es que una cosa es hacer campaña negativa, y otra muy distinta pretender expulsar al adversario del campo de juego, y peor, pretender que al hacerlo se está “defendiendo la comunidad democrática”. Justamente, se dejó ver así que, asustando con el cuco de “la ultraderecha”, el kirchnerismo pretendía asegurar su continuidad en el poder y su impunidad para seguir abusando de él. Por ejemplo, descalificando a sus antagonistas.

Que el encargado de encarnar, por parte del oficialismo, los valores del pluralismo, la tolerancia y el gobierno de la ley, fuera nada menos que un “nuevo Massa”, dispuesto supuestamente a dejar atrás sus vicios, no ayudó. Y tampoco lo hizo que él no pudiera disimular su falta de convicción al respecto, por ejemplo, cuando se negó a despegarse siquiera del vergonzoso juicio político iniciado contra la Corte Suprema; o cuando calló frente al escándalo de corrupción protagonizado por sus punteros bonaerenses, después de haber sacado chapa de guapo cuando simuló encabezar la defenestración, que terminó siendo más bien un ocultamiento, de Martín Insaurralde por el escándalo inmediato anterior. Y lo peor fue que, mientras se negaba a romper en nada importante con las pautas que guían al buen kirchnerista, se animó en cambio a hacer todo tipo de desmanes, económicos e institucionales, con tal de ganar la contienda. Lo que, como comentaba un experimentado dirigente peronista en los días previos a la votación, hacía sospechar que los haría aún peores para conservar el poder en caso de conquistarlo. Así fue que, entre un autoritarismo bien concreto y un autoritarismo declamado, muchos votantes terminaron inclinándose por el segundo. No sin darse tiempo para dudar, desconfiar y calcular hasta último momento.

Una lección para los cráneos del kirchnerismo

No conviene seguir agitando fantasmas, si se pueden volver en su contra; en vez de “clima alfonsinista”, lo que se consigue así es una polarización extrema que no los beneficia, pues los confirma como el “malo conocido”. Más si la figura para jugar ese juego es una tan desgastada y tan complicada en los dislates de estos años como fue la de Sergio Massa. Y como lo será Cristina ahora que quiere volver a la palestra.

El problema es, de todos modos, que tal vez el kirchnerismo no tenga otras armas para enfrentar las batallas que tiene por delante. Y no le quede otra que insistir con las que le han fallado, rezando para que, en nuevas circunstancias, dejen de fallarle.

Y justamente parece ser esto lo que Cristina cree que va a suceder: gracias a un pronto, rápido e irreversible desgaste de Milei una vez que su gobierno entre en funciones. Y que, más allá de los gestos de relativa moderación que pueda haber hecho tras la elección, vuelva a las andadas con su extremismo declamativo y sus iniciativas motosierra. Con lo cual el escenario político se volvería favorable para que ella recupere crédito social y no se escuchen otras voces opositoras más contemplativas, ambiguas o colaborativas: de allí que esté ya la señora ensayando su nuevo discurso, con la excusa de la estanflación, preparándose para interpelarnos con un “¿vieron que la nuestra no fue la peor gestión de la historia democrática?”, y “¿vieron que se podía estar peor?”

Es predecible lo que hará Milei ante ese planteo

Igual que durante la campaña, seguramente propondrá una lectura histórica e intelectualmente en espejo, según la cual sus “fuerzas del cielo” serían la encarnación de la democracia liberal y de nuestras mejores tradiciones constitucionales, las alberdianas en particular, contra el abuso sistemático del poder por parte de una “casta” que Cristina representa mejor que nadie. Y buscará entonces sacar provecho del choque definitivo y excluyente con el kirchnerismo, en una clave semejante a la que entre 2015 y 2019 utilizó Mauricio Macri: Cristina volverá a ser la enemiga soñada de un gobierno débil, que para no ser tan débil necesitará que la oposición esté lo más dividida posible, lo que conseguirá agitando su propio cuco, la amenaza que en ningún caso los demás querrán favorecer, por más criticables o deficientes que sean las políticas oficiales.

Tendremos entonces no uno sino dos cordones sanitarios tratando de ordenar la competencia, entre dos polos que competirán por ver cuál es más exitoso como interpelación populista, para arrogarse la titularidad de “lo democrático”. El problema es que, a diferencia de lo que terminó pasando entre 2017 y 2019, esta vez es muy improbable que a cualquiera de esos dos polos la mayoría del electorado lo considere en serio como su única opción para evitar un desastre mayor.

Cristina porque ya es la sombra de lo que fue, y por más que siga teniendo el acompañamiento de la mayoría de los legisladores nacionales y los gobernadores del peronismo, se trata de un peronismo muy disminuido en su capacidad de generar consenso y disimular sus fracasos. Que lo único que él tenga para ofrecer como “novedad”, entre los Insfrán, Zamora y Quintela que aún quedan en pie, sea Axel Kicillof, prueba las dificultades que va a tener para volver a hacer el juego que tan bien le funcionó en las presidenciales de 2019.

Milei porque difícilmente va a poder recrear la escena que tan bien montó en esta elección, contraponiendo su radical novedad y virginidad con el desgaste e ilegitimidad de una “casta” protagonista de “un siglo de fracasos”. Aún en el mejor de los casos, lo que tiene por delante son años de administrar penurias. Y cualquier sueño que haya concebido de emular el desempeño de Menem desde la puesta en marcha de la Convertibilidad, será mejor que lo guarde, porque la situación que enfrenta es mucho peor que aquella, sus recursos son más escasos y sus opciones muchísimo menos auspiciosas.

La “avenida del medio” es muy probable que sea, para esos dos contendientes, una realidad más difícil de desestimar que en tiempos de Macri. Y tendrán que elegir si prefieren competir con ella, o atraerla como aliado. En cualquier caso, con alto riesgo de que les robe buena parte de sus apoyos, electorales e institucionales.