Ganar un Mundial no garantiza sostenerse en el poder

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Nota extraída deLa Nación `por Sergio Berensztein

El inicio del campeonato y el entendible entusiasmo que despiertan Messi y compañía dispararon las fantasías de quienes suponen que un eventual éxito deportivo podría mejorar la performance oficialista en las urnas 18 noviembre, 2022

La situación económica se deteriora día a día: la caída de la demanda de dinero, el impacto en la inflación y en la cotización de los dólares financieros, un Banco Central que no deja de perder reservas y el talón de Aquiles de la deuda en pesos, con vencimientos cada vez más cortos. Para peor, una de las principales calificadoras de riesgo soberano bajó la nota a los títulos públicos en moneda local, convalidando la sospecha que todo el mercado financiero ya tenía: difícilmente el próximo gobierno podrá evitar “reperfilarlos” (un nuevo default). Esto supone que la actual administración esquivaría un evento traumático similar al que parecía ineludible antes de que Sergio Massa trajera algo de calma pasajera. Sin embargo, muchos actores económicos y políticos sospechan que este interregno estaría agotándose. “La corrida de los pesos ya comenzó”, aseguró el miércoles uno de los principales economistas del país.

Ojalá los problemas se agotaran en la economía: el entorno político vuelve todo mucho más complejo, incierto, volátil y ambiguo. Y esto no tiene solo que ver con el adelantamiento de la dinámica electoral, con la cual aparece embriagado el conjunto del sistema político. Desde esta semana, el país experimenta un conflicto de poderes con pocos precedentes gracias a que la mayoría del Senado que controla CFK desconoció un fallo de la Corte Suprema, que había desarticulado una maniobra pergeñada por la vicepresidente para quedarse con un asiento que corresponde a la oposición en el Consejo de la Magistratura. Para peor, a la disfuncionalidad que caracteriza al Gobierno, en la que se destaca la extrema debilidad de la autoridad presidencial, se le suman las dudas sobre el estado de salud del mandatario, que debió interrumpir primero y acotar después su agenda en la reunión del G-20 en Bali. Esto impactó tanto en la enclenque coalición gobernante que la propia Cristina lo llamó para escuchar de primera mano cómo se sentía. Cabe recordar que el diálogo (en rigor, el vínculo) entre ambos está roto y la última vez que hablaron fue en ocasión del frustrado atentado que ella sufrió hace casi diez semanas. La fragmentación del FDT se reproduce a nivel provincial y hasta local, sobre todo en la provincia de Buenos Aires, favorecida por el reparto de recursos presupuestarios y objeto de una feroz disputa por su control que involucra a los principales protagonistas de la vida pública provincial, comenzando por el gobernador Axel Kicillof y un creciente número de intendentes que cuestionan su estilo de gestión y hasta imaginan mecanismos (que algunos interpretan como conspiraciones) para desplazarlo y ubicar a “uno de los nuestros”. El principal nombre es el de Martín Insaurralde.

Dadas las circunstancias, no sorprende que en el oficialismo se apele al pensamiento mágico para imaginar un golpe de suerte que modifique de plano el tortuoso horizonte: si tuvieran alguna idea sensata para salir del atolladero y lograsen el visto bueno de quienes mantienen capacidad de veto (básicamente Cristina), difícilmente conseguirían a tiempo efectos positivos en términos electorales. Falta muchísimo para el final de mandato, pero es tanto lo que debe hacerse para cambiar las expectativas (ni hablar de resolver en serio problemas estructurales) que probablemente sea demasiado tarde para intentarlo. Así, el inmediato inicio del Mundial de Qatar y el entendible entusiasmo que despiertan Messi y compañía dispararon las fantasías de muchos que suponen que un eventual éxito deportivo podría mejorar la performance oficialista en las urnas.

Mirando la experiencia histórica, no hay demasiada evidencia en la que anclar semejantes ilusiones: de los 16 mundiales ganados por selecciones de países democráticos a lo largo de la historia, en 10 casos el partido gobernante salió victorioso en las elecciones presidenciales siguientes, mientras que en los 6 casos restantes triunfó la oposición. Los otros 5 fueron obtenidos por dictaduras, incluidos dos de Benito Mussolini (1934 y 1938) y, por supuesto, la Argentina en 1978. El número de observaciones es bajo para hablar de conclusiones robustas. Sin embargo, la hipótesis de que con la foto de cualquier equipo nacional con la Copa del Mundo en alto alcanza para influir en las preferencias de los votantes no resulta sólida. Ahora que están de moda los años 80, podemos recordar que Raúl Alfonsín acompañó al balcón de la Casa Rosada a Diego Maradona luego del gran logro en México y no solo perdió las elecciones de renovación parlamentaria de 1987 sino que en 1989 se vio obligado a dejar anticipadamente su gobierno en manos de Carlos Menem. ¿Hipótesis alternativa? Altísima inflación mata Mundial (o cualquier otro milagro que los desamparados incumbentes puedan imaginar).

Si ponemos foco en las últimas dos décadas (o 5 mundiales), para capturar mejor el clima de época, el panorama luce complicado para quienes tienen la esperanza de que la vuelta olímpica revertiría las magras expectativas que según todos los sondeos, incluidos los que encarga el oficialismo, tiene el FDT de cara a proceso electoral del año próximo. Tanto Angela Merkel (2017) como Emmanuel Macron (2022) lograron ser reelegidos luego de que Alemania y Francia ganaron sus finales a la Argentina y Croacia, en 2014 y 2018, pero no corrió la misma suerte José Serra, el candidato de Fernando Henrique Cardoso, aunque Brasil se trajo la copa de Corea-Japón en 2002 (fue derrotado por Lula a meses de ese logro). Algo parecido ocurrió en Italia: Romano Prodi (con el gran logro de 2006) no pudo impedir que Silvio Berlusconi regresara al poder en 2008. Y por supuesto en España: el PSOE de José Luis Rodríguez Zapatero cayó frente al PP de Mariano Rajoy poco tiempo después de coronar una gran actuación en Sudáfrica. El humor de los votantes no se altera demasiado con los triunfos resonantes de sus selecciones nacionales.

La ministra de Trabajo, Kelly Olmos, desató un pequeño escándalo a comienzos de esta semana cuando sumó en una misma frase, y en líneas comparativas, el próximo Mundial y el flagelo de la inflación. ¿Acaso es cierto que un gol agónico de Lionel Messi en la final podría obnubilar nuestra capacidad de reflexión como ciudadanos? O, dicho aun en términos más coloquiales: ¿somos tan tontos como para que mientras nos trasladamos al Obelisco para celebrar cambie nuestra visión del mundo? A diferencia de lo que sostiene Olmos, ganar una tercera Copa del Mundo no borra la inflación –de hecho, el plan de olvidarse de ella durante un mes completo la empeora–, la pobreza, la inseguridad ni el rumbo errático que lleva la administración de Alberto Fernández.

La economía intenta desde hace un tiempo entender la lógica de los comportamientos y el impacto de la psicología en las decisiones de las personas, pero la de Olmos es apenas una visión hipersimplificada: un diagnóstico superficial de cómo funcionamos como individuos y como sociedades. El concepto de “pegarla y salvarse” está muy afincado en la idiosincrasia argentina: así como se especula con una buena cosecha para que los dólares fluyan en los momentos difíciles, también se enuncia esta idea de que una pelota de fútbol puede sostener un gobierno, que lo único que pone de manifiesto son las inseguridades de una gestión que se hunde cada vez más, que carece de base material para salir a la superficie y que necesita confiar en cualquier cosa que parezca un salvavidas.