“Si repaso mi vinculación con el juego, con las apuestas, me doy cuenta de que aposté siempre, desde la escuela primaria, a los 10 u 11 años”, contó lo que desde su perspectiva fue su punto de partida en la adicción al juego. “Armaba torneos en los recreos de quinto grado de ping pong, sonaba el timbre, juntaba las mesas, llevaba una red, paletas y pelotitas, todos me tenían que dar un peso y organizaba, juegan Gastón contra Cacho, sonaba el timbre, me llevaba la mitad y el campeón se llevaba la mitad. No era apostar, pero era una vinculación entre jugar y la plata”.
Otro de los momentos cruciales en el desarrollo de su ludopatía fue un verano en la casa que la familia alquiló en Miramar y su papá le enseñó a jugar al blackjack y al póker, cosa que él aprendió entusiasmado. Con el tiempo, esa fascinación fue creciendo hasta que se apoderó de él. Según él mismo detalló, fue algo “paulatino”, aunque él era bastante consciente de que tenía un problema.
A su vez, era eso lo que le gustaba ya que su “adrenalina estaba vinculada a vivir en problemas” y explicó: “La vida me aburría, un embole, no me alcanzaban las cosas que me pasaban, podía apostar en fútbol, diez mil pesos al Boca-River, pero no me divertía, me divertía apostar la cifra que me complicara la vida. Si había ganado 50 en el mes, apostar 10 no me divertía, me divertía apostar 60″.“Estaba en un quilombo pero me divertía, o pensaba que me divertía, es una enfermedad. Ganar un día significaba perder al otro día, si ganaba lunes perdía el martes, si ganaba lunes y martes perdía el miércoles. Una vez me pasó de ganar cinco meses seguidos apuestas deportivas”, analizó.
Esta adicción lo llevó a comenzar a dejar de ver a sus amigos y familia, a quienes les mentía para que no se enteraran de su afán por el juego: “En los momentos de consciencia decía ‘pará esto está mal’ y después me decía ‘si es lo que te divierte, viví así’”.
El estilo de vida que llevaba le trajo consecuencias físicas: “Mi papá no es pelado, creo que no era mi destino ser pelado, probablemente sea estrés de lo que he vivido; dormís mal, poco, fumás mucho, te despertás a mitad de la noche. Cenaba mate con galletitas de agua, pedir un plato de comida era gastar plata en algo, cuando tenía que ir al juego, para qué quiero ravioles si tengo mate y galletitas”.
A este ritmo, no tardó mucho en contraer deudas. Por eso en un momento tuvo que desprenderse de algo muy preciado para él y su familia. “Soy nieto de una sobreviviente de Auschwitz y mi abuelo sobreviviente de la lista de Schindler, mi abuela me regaló un departamento en el 2002 antes de morir y yo años después viví ahí, un dos ambientes en Villa Crespo. Yo lo perdí jugando, no voy a decir la cifra, pero perdí mucha plata y al tipo al que le debía y me apretaba le dije ‘tomá la llave de mi departamento’, dije: ‘acabo de entregar mi historia’. Hoy digo que no me voy a morir sin comprar ese departamento, no un cuatro ambientes con pileta, ese, porque es parte de mi sangre”.La venta del depratamento de su abuela fue un momento culmine en el que tocó fondo y contó como fue que pudo salir de ese “pozo” y comenzar el camino de la recuperación: “Fui un año a jugadores anónimos en una iglesia que se llamaba San Cayetano. Un judío en una iglesia… yo siempre trabajé y ahí escuché cada historia durísima, de intento de suicidio, de quedar en la calle. Dije ‘tengo una oportunidad acá, soy el que mejor está’. Fui todo un año, me hizo muy bien, hice buena relación con algunas personas. Con mi familia y la psicóloga y jugadores anónimos logré rescatarme”, concluyó.