La guerra en Israel abre un tiempo de definiciones y reconfiguración en Medio Oriente
Algunos países árabes advierten que es posible que se generen nuevos frentes del conflicto. La posición de Irán, Siria, Arabia Saudita, China y hasta de Rusia.
La tragedia del fin de semana pasado constituyó un punto de inflexión en las relaciones entre Palestina e Israel. El monstruoso ataque de Hamas fue catalizador de solidaridad inmediata en todo el mundo. Ahora, ante la posible incursión terrestre, también cabe preguntarse por la triste suerte que correrán los palestinos residentes en Gaza, una población empobrecida y prácticamente sin acceso a bienes básicos, desplazada de otros territorios.
Al analizar el Medio Oriente, es importante considerar la forma en la que los escenarios domésticos se entrelazan con los regionales, y la forma en la que éstos, a su vez, se insertan en las tendencias globales. Como afirmaba el célebre Leo Carl Brown, Medio Oriente es una región penetrada: no es simplemente una caja de resonancia que reproduce los sonidos externos, sino que enriquece y transforma esos ruidos a través de sus dinámicas internas. ¿Qué se puede esperar de la región en los próximos días?
La visita del canciller iraní Hussein Amir-Abdollahian a Bagdad y Beirut el pasado jueves es testimonio de ciertos cambios de actitud que se perciben en Teherán. El funcionario afirmó que, si los bombardeos a Gaza continúan,es posible que se abran otros frentes. Acudió allí a reunirse con sus aliados, contándose entre ellos el partido libanés Hezbollah, una pieza fundamental en una eventual ofensiva anti-israelí. Esta milicia, inspirada en la Revolución Islámica de 1979, opera en la frontera sur del Líbano y actuará únicamente en coordinación con las autoridades iraníes.
Esto constituye un retroceso en relación a la situación del miércoles, donde la histórica comunicación entre el príncipe heredero saudita Muhammad bin Salman y el presidente iraní Ebrahim Raisi dejó en claro que ambas naciones rivales perseguían la contención del conflicto, es decir, evitar un derrame regional. Ahora, están comenzando a surgir nuevas opciones, ninguna de ellas alentadora. La apertura del llamado “frente norte” implicaría para Israel una amenaza, ya que debería atender un nuevo espacio de disputa además del que ya mantiene con Hamas en la Franja de Gaza.
La frase disuasiva del ministro iraní podría concretarse de dos maneras, en caso de que continúen los bombardeos más allá de los niveles tolerables por la comunidad internacional y/o se realice la incursión terrestre. En primer lugar, podría dar, simplemente, libertad de acción a los grupos simpatizantes con Hamas que operan en los campamentos de refugiados palestinos en el sur del Líbano, sin involucrarse directamente en un combate con Israel. Este escenario conservador sería el más sensato.
En una segunda instancia, no se descarta que podría llegar a alentar la intervención de Hezbollah, veterano de la guerra en Siria contra el llamado “Estado Islámico”, en un enfrentamiento abierto con el vecino. Eso implicaría un cambio radical en la dinámica regional. La popularidad de Hezbollah en la opinión pública libanesa está en baja; la situación económica y social en Irán no está mucho mejor. Ni uno ni otro se beneficiarían en caso de un combate directo con las tropas de Netanyahu.
La diplomacia saudita suele ser reactiva, por lo que cabe esperar qué dirá Riad respecto a las afirmaciones del canciller iraní. El príncipe heredero Muhammad bin Salman está en una encrucijada difícil. Si se solidariza con los palestinos, como parece haberlo hecho en la comunicación que mantuvo con Raisi el pasado miércoles, se dañará el vínculo con los Estados Unidos, en una relación que viene con algunas complicaciones. Resulta paradójico que la última gran crisis entre Riad y Washington, enmarcada en el año 2000, haya tenido los mismos ingredientes. Por entonces, tenía lugar un acercamiento entre Arabia Saudita e Irán, al que Estados Unidos miraba con desconfianza. Además, las autoridades sauditas se mostraban displicentes con el posicionamiento pasivo que el presidente George Bush mostraba frente a la cuestión palestina, que atravesaba la segunda intifada. Finalmente, por entonces también gobernaba un príncipe heredero: Abdullah bin Abdulaziz.
La segunda alternativa saudita implica resguardar el vínculo con Estados Unidos, su principal aliado global, desentendiéndose del escenario regional, condenando la muerte de inocentes pero evitando posturas rudas que compliquen la posición israelí. De tomar esta opción, le dará una importante ventaja a Irán en ia disputa por el control regional, de la que luego se arrepentirá, y recibirá, además, muchos cuestionamientos de los países árabes y musulmanes a causa del valor simbólico que guarda la causa palestina. Esta postura agradará a Estados Unidos pero generará rechazo en China, que en marzo pasado, en una gestión que sorprendió y generó admiración, auspició el reanudamiento de relaciones diplomáticas entre Riad y Teherán, que habían sido interrumpidas en 2016.
La llegada del secretario de Estado Antony Blinken y el de su par de Defensa, Lloyd Austin, a la zona de conflicto, marcan el pulso de la posición estadounidense, donde el apoyo a Israel es una de las pocas certezas que muestra el presidente Joe Biden. Por ahora, la estrategia del gran hegemón parece ser condicionar a través del despliegue militar cualquier posible contagio regional, alentando así la distensión. Washington ha sostenido una postura errática en Medio Oriente en las últimas décadas.
Frente al memorándum de entendimiento entre iraníes y sauditas logrado por China, estaba apurado por presentar el ingreso de la monarquía de la familia Saud a los Acuerdos de Abraham como un logro propio, que le permitiera recuperar la iniciativa. Sin embargo, la guerra alejó esa posibilidad. Riad no suscribirá un acuerdo con Israel en el corto plazo. Blinken, por su parte, acaba de comenzar una gira por Jordania, Egipto y los países miembros del Consejo de Cooperación del Golfo, buscando generar cierto consenso en torno a la incursión israelí en Gaza, aunque con bajas expectativas.
El bombardeo del aeropuerto internacional de Damasco, en Siria, incomodó a Rusia. Desde el comienzo de la guerra allí, Moscú, a cargo del aparato de defensa sirio, ha servido como agente conciliador entre Israel y el gobierno de Al-Assad. Ahora queda en una posición difícil. Indirectamente, el canciller Sergei Lavrov le advirtió a Estados Unidos que había que evitar el involucramiento de “terceros Estados” en la disputa. Tampoco se muestra dispuesto a levantar el perfil, salvo que sea necesario. En Tartus, al noroeste de Siria, se encuentra su última base marítima en el mar Mediterráneo, que viene reforzando desde 2021 y es un punto importante en su estrategia hacia Ucrania.
La estrategia china ha sido observar la situación con enorme mesura y en un relativo silencio. Por ahora, anunció la llegada de ayuda a Gaza a través de las agencias de la ONU. También resolvió enviar a un delegado especial del Ministerio de Relaciones Exteriores a la región, buscando arbitrar los medios para lograr un acuerdo. La estabilidad de Medio Oriente es fundamental para su crecimiento económico. Además, la experiencia del acuerdo irano-saudita lo dejó con ganas de más: hace apenas algunos meses, había comenzado rondas de diálogo con la Autoridad Nacional Palestina con el objetivo de adentrarse más en la cuestión.
En nuestra región, solo la voz del presidente brasileño Lula parece encarnar una cierta fuerza que le permita tomar relevancia en la disputa que acontece en Medio Oriente. Sus declaraciones han sido propositivas, comprometiéndose a usar su posición en la Presidencia del Consejo de Seguridad de la ONU para lograr un alto al fuego y buscando alternativas para el rescate de niños en Gaza. Nuestro país, especialmente el presidente y los candidatos, se limitaron a condenar el ataque terrorista.
A estas horas, evitar la catástrofe que sería el advenimiento de un conflicto regional parece una tarea difícil. Sobre el final de la operación militar concreta en Gaza, quedará por ver si, finalmente, se avanzará hacia un escenario de negociación o si, en cambio, el conflicto se prolongará indefinidamente con el ingreso de nuevos actores a la escena.
*Said Chaya es coordinador del Núcleo de Estudios de Medio Oriente de la Universidad Austral y miembro del Comité de Medio Oriente del Consejo Argentino para las Relaciones Internacionales (CARI)