Los conflictos en JxC y en UxP vuelven a poner en evidencia los problemas de las alianzas por conveniencia
Nota extraída de TN por Gonzalo Aziz
Los conflictos en JxC y en UxP vuelven a poner en evidencia los problemas de las alianzas por conveniencia
La crisis de 2001 derivó en el fin del bipartidismo histórico. En estas elecciones, la tendencia a buscar una coalición para ganar reemplazó a la competencia de los partidos políticos tradicionales, aunque esto signifique “juntarse con cualquiera”.
La Argentina experimenta en este 2023 la eclosión de un proceso de desfragmentación política que comenzó en los años ‘90 y tuvo a fines de 2001 un pico de tensión histórica. Hoy la ciudadanía recibe una oferta de alianzas compuestas de espacios políticos carentes de capacidad de ganar elecciones por sí solos. Espacios políticos que, con algunos consensos básicos, se unen en pos de la victoria. El problema ocurre cuando, en la necesidad de ganar, se conforman alianzas entre personas o grupos que piensan distinto en cuestiones nítidas en las cuales es imposible encontrar un gris. Es así que luego llegan al gobierno y chocan al momento de tomar decisiones trascendentales tales como un acuerdo con el FMI, o una reforma de la justicia, etc. Y los que pagan las consecuencias de semejantes cortocircuitos no son ellos sino la población, especialmente los pobres.
Diciembre de 2001 fue un antes y un después para la historia política argentina. Estallaba entonces un sistema que por muchas razones perdió capacidad de representar a la ciudadanía. Más allá de los ‘90 y sus consecuencias socioeconómicas, hubo otras variables que entraron en crisis. Sobre todo, la corrupción con todas sus causas y consecuencias llevó a una enorme porción de la población a pedir “que se vayan todos”. Gente harta de la política (mejor dicho, los políticos) que no resuelven sus problemas. Políticos a quienes justamente se les paga por eso.
Ahí se abre un tema interesante. Con el correr de los años, de las décadas, la humanidad ha avanzado hacia el progreso en muchos ámbitos de la vida. Sin embargo, en muchos otros no. Un mundo con cada vez más problemas. Y problemas cada vez más complejos. En consecuencia, un mundo que demanda políticas públicas más creativas capaces de ofrecer soluciones eficientes. Y un sistema político argentino que no está ofreciendo eso.
Producto de aquello, se multiplican los “ismos”. “Ismos” que en muchos casos le ofrecen a la ciudadanía aquella capacidad de representación que la política tradicional no le sabe dar.
Diciembre de 2001 vio cómo en la Argentina aparecían nuevos actores en el sistema político, con vocación de representar a un pueblo cansado. Algunos ya existían pero cobraron una fuerza especial en aquel momento tan particular. Movimientos sociales, asambleas barriales, ONGs venían a disputarle a los partidos políticos tradicionales la representación popular. Algunos dirigentes de la vieja escuela dejaban a los partidos clásicos para formar nuevos espacios más pequeños, hoy más crecidos en algunos casos.
Lo que estaba claro es que la Argentina confirmaba entonces el fin del bipartidismo histórico que había caracterizado al país durante más de medio siglo, para dar paso a un nuevo escenario, muy fragmentado. Se renunció así al dualismo para adoptar un sistema político multipartidista, que en un país como el nuestro, provocó enormes desafíos para quienes tienen la responsabilidad de gobernar. Se trata de un esquema con partidos políticos no tan grandes, algunos efímeros e inestables, que aparecen fuerte en momentos electorales y en algunos casos luego desaparecen.
Néstor Kirchner supo leer bien aquel estado de desfragmentación y apenas pudo acceder al poder, cuando Menem (que también leyó bien el contexto) se bajó del balotaje, abrió espacio en su gobierno a muchos de aquellos nuevos actores. Cuatro años después, en 2007, profundizó la idea de la transversalidad incorporando a un sector del radicalismo al gobierno Cristina Kirchner, de signo peronista.
La cuestión es que muchos de aquellos nuevos actores no tardaron en adoptar usos y costumbres de la vieja política. A medida que crecieron se convirtieron en mucho de aquello que ellos mismos combatieron. La codicia y la ambición humana trasciende a todo y pocos zafan de ellas.
Como si fuera poco, el kirchnerismo fue eficaz y eficiente en profanar causas nobles. Y el gobierno de Cambiemos no supo o no pudo revertir la situación.
La mala gestión de la macroeconomía del gobierno de Alberto Fernández sumado a episodios lamentables como el “vacunatorio vip” o la “fiesta de olivos” nos traen hasta aquí. Otra vez con una enorme porción de la ciudadanía descreyendo de los políticos. Y otra vez un escenario fragmentado. Aunque en este caso la fragmentación seguramente es cuantitativamente menos poderosa (muchos menos “ismos”) pero cualitativamente más. A punto tal de que por primera vez en la historia argentina una propuesta liberal parece tener un peso electoral gravitante, como mínimo para obligar a las fuerzas tradicionales a repensar sus estrategias.
Esta vez no hay un “que se vayan todos”, muy probablemente por la existencia de esta nueva propuesta política que cala hondo cuestionando al sistema, a la casta, de la cual paradójicamente también es parte. Tampoco hay estallido social, muy probablemente por la multiplicación de la asistencia social del Estado, en forma de transferencias (asignaciones) y planes.
La sensación es que 2023 consolidó en la Argentina algo que se viene gestando desde hace 25 años: el fin (al menos por ahora) de los partidos políticos y el éxito del fenómeno de las alianzas. Hoy la política le ofrece a la ciudadanía alianzas de partidos que se unen en pos de un objetivo común. Partidos grandes y pequeños que por sí solos carecen de representatividad (y de votos) suficiente para ganar las elecciones y que, por lo tanto, se unen con otros en pos de lograr el objetivo.
Para el politólogo Daniel Chasquetti (2001), las coaliciones de gobierno parecen ser el tipo de gobierno más eficiente para resolver el problema de un presidencialismo con minoría parlamentaria y los problemas del multipartidismo. En la última década, los presidentes que asumen con menos del 45% de los votos tienen la tendencia de buscar una coalición.
Es cierto que en el afán de juntar fuerzas con otros uno tiene que ceder algunas cosas. Pero todo tiene un límite.
Esto nos permite pensar por qué Juntos por el Cambio agrupa a dirigentes tan distintos como José Luis Espert (precandidato a senador nacional por la provincia de Buenos Aires) y a Elisa Carrió (precandidata al Parlasur). O el caso de Horacio Rodríguez Larreta buscando incorporar a las PASO a Juan Schiaretti para buscar ampliar la alianza y ganarle al kirchnerismo. Lo mismo ocurre con el nexo de sintonía la relación que existe entre Patricia Bullrich y Javier Milei.
El gobierno nacional del Frente de Todos (ahora Unión por la Patria) ofrece ejemplos de sobra. Basta entrar en Google y fijarse las cosas que decían de Sergio Massa los integrantes de la Cámpora hasta hace muy poco tiempo. Y más: no hay que ir muy atrás en el archivo. Hace días nomás unos y otros se tiraban con munición gruesa.
La preguntas son:
- ¿Pueden compartir alianza personas o grupos que discrepan en qué hacer con el déficit fiscal?
- ¿Puede compartir proyecto de alianza alguien que cree que hay que bajar el gasto público con alguien que considera que hay que expandirlo?
- ¿Puede compartir alianza política alguien que cree que hay que acordar con el FMI con otro que crea que hay que ir al default?
- ¿Puede compartir alianza alguien que cree que hay que subsidiar los servicios energéticos con alguien que cree que no?
- ¿Puede compartir alianza alguien que cree que hay que reprimir la protesta social con alguien que cree que no?
Podría seguir haciendo preguntas que nacen de clivajes blanco/negro para persuadir al lector a pensar si en pos de ganar vale juntarse con cualquiera.
El diálogo es la base del desarrollo. Pero es diálogo entre fuerzas políticas diferentes que ceden en sus intereses en pos del bien común. Diálogo no supone eliminar la nitidez de los partidos o alianzas en pos de meter en una misma bolsa a personas diametralmente opuestas. Diálogo es, desde la nitidez de un espacio político, abrirse al otro, ceder, buscar acuerdos.
Ejemplo de esto es EEUU. Allí, si una persona tiene una mirada ortodoxa de la economía, si cree que hay que achicar el gasto público por que eso baja la inflación que es el impuesto contra los pobres, si prioriza los derechos civiles y políticos porque ordenan a una sociedad que así se vuelve más atractiva a la inversión privada, es republicana. Si, por el contrario, cree que hay que expandir el gasto para ayudar a las personas en estado de vulnerabilidad, si cree que jugar con cierto déficit es sano, es demócrata. Las propuestas son nítidas. Y desde esa nitidez surge la vocación de dialogar con el otro diferente, de ceder en intereses, de buscar acuerdos y promover políticas co-creadas.
Más allá de los nuevos matices y de las nuevas apariciones de fenómenos hasta hace poco desconocidos (por ej: Trump) EEUU cultiva el bipartidismo.
Multiplicidad de problemas cada día más complejos, falta de creatividad política para ofrecer soluciones eficaces, bajo nivel de representatividad, desfragmentación política, fenómeno de alianzas débiles en coherencia: un cóctel explosivo.
Quizás, como en todo momento crítico, sea hora de que la Argentina se plantee a sí misma el desafío de barajar y dar de nuevo, de reagrupar al electorado según sus preferencias y convicciones, no según su conveniencia. La hora de volver a ofrecerle a la ciudadanía propuestas políticas nítidas, coherentes. De recuperar representatividad.
Y desde ese lugar, promover la cultura del diálogo entre distintos, poniendo sobre las diferencias al bien común, base del bienestar, camino al desarrollo.