domingo, junio 16

Los tres frentes de Massa, Bullrich o Larreta; Milei al acecho y una elección incierta

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Nota extraída de Clarín por Ricardo Kirschbaum

Massa le prende velas a Milei, presunto receptor de potenciales votos para Juntos por el Cambio. La principal oposición es favorita, pero exhibe dos proyectos: uno de centro y otro, más conservador.

Los argentinos vamos a comenzar a decidir hoy quién queremos que nos gobierne a partir de diciembre. El acto de votar, que primero es una selección y a la vez una notificación colectiva concreta del pulso de una sociedad alterada, es un derecho reconquistado hace 40 años, que exige, que merece ser ejercido. No es indiferente declinar ese derecho aunque se invoque la desesperanza. La abstención esgrimida como un castigo es, en realidad, un beneficio para los que se quiere impugnar. Aun cuando estas primarias obligatorias fueron un artificio creado por Néstor Kirchner para contener la disidencia peronista. Como tantas puestas en escena del kirchnerismo, se invocó la democratización para camuflar una necesidad política.

Los sondeos han demostrado lo evidente: la incertidumbre sobre lo que verdaderamente ocurrirá. Sólo un 30 por ciento de los consultados en las encuestas responde. La trascendencia del acto de hoy está oculta peligrosamente en la declinación argentina que se naturaliza y produce una desazón que termina minando al sistema; si se quiere a la vida misma. La resignación abre el escenario para el oportunismo que genera el azaroso, arriesgadísimo espejismo de soluciones mágicas para que todo cambie de golpe. En un contexto de polarización y de una dosis no menor de rencor sin disimulo.

Hoy habrá una elección en un país en el que el Presidente es solo una referencia institucional y que carece influencia. Un país paradójico: un sistema hiperpresidencialista en el que el Presidente es invisible y cuando trata de hacerse ver, es intrascendente. De hecho, Alberto Fernández ha transferido el eje del poder al ministro de Economía que, a la vez, es el candidato presidencial con más chances del oficialismo y que es el único al que se le puede tomar los signos vitales para determinar si el gobierno está vivo. Sergio Massa se propone tres cosas en una situación muy desfavorable: tratar de ser el candidato individualmente más votado, poner al oficialismo en competencia para llegar a la segunda vuelta en octubre y quedarse con la jefatura del peronismo. No son tareas fáciles: una inflación voraz y un dólar desbocado lo tienen en jaque; la inseguridad golpea sin cesar, y el kirchnerismo les presentará pelea. Massa por ahora le prende velas a Javier Milei, el libertario, presunto receptor de potenciales votos para Juntos por el Cambio.

El kirchnerismo aduce que mientras no se remuevan las causas que disparan la inseguridad es imposible erradicarla. Sin embargo, sus políticas hacen crecer esas causas: la pobreza no para de subir y el salario de caer. El narcomenudeo es una realidad cruel y dura. Una muestra de esa impotencia son los balbuceos de Aníbal Fernández y de Kicillof.

Las peculiaridades de este país no terminan allí. Cristina Kirchner, la vicepresidenta que seleccionó a dedo a Fernández y que accedió a que Massa sea candidato intenta hacerse la desentendida de lo que ocurre en el país con la vana creencia que ella está blindada a los resultados electorales y a las responsabilidades políticas, sabiendo además que cualquiera sea el veredicto de hoy y el de octubre, su liderazgo estará en disputa. Y para continuar esta saga de desatinos, el presunto jefe de campaña de Massa, Wado de Pedro, parece más interesado en la salud electoral de Juan Grabois que en la salud electoral de su candidato.

Otra faceta de lo extraño es un gobierno que está hace cuatro años en el poder, que utiliza como principal excusa de su propia torpeza la herencia de la administración de Macri y agita el fantasma del retorno de la derecha como si el actual gobierno y su candidato principal fueran la izquierda. Despotrica contra el FMI, pero le suplica ayuda, invoca los Derechos Humanos y le ruega a Qatar que le preste dólares para pagar al Fondo, reivindica a Putin y a su criminal invasión, violando incluso su tradicional posición respecto de las Malvinas.

Lo más grave, sin embargo, es su capacidad de desentenderse de los deberes de Estado más elementales, que son proveer seguridad, trabajo y educación, camuflando su deserción con un relato de ideología rancia e hipócrita.

La principal oposición es favorita en conjunto, pero exhibe impúdicamente dos proyectos. Una raíz más conservadora, en la que el orden es el eje ordenador y la determinación su atributo más poderoso, que encarna Patricia Bullrich, y otra propuesta de centro, con el consenso como método, que pregona Horacio Rodríguez Larreta. Está en juego, también, el liderazgo del espacio: Mauricio Macri ha tomado partido por su ex ministra y además esta elección determinará un candidato que comenzará a prevalecer en sus decisiones. Los conmocionantes crímenes de la última semana, además de afectar al oficialismo bonaerense, podrían favorecer a Bullrich, aunque uno de ellos -el asesinato de Morena -una niña de 11 años- ocurrió en Lanús, territorio de su candidato a gobernador, Néstor Grindetti.

La dirigencia argentina toda debe reflexionar en su conjunto. El plano inclinado no tiene únicos responsables y todos han contribuido -sin excepciones- a que nos aproximemos a ese país sin ley ni futuro en el que la vida no tiene ningún valor y en el que el cisne negro es usado como un elemento electoral para eludir responsabilidades evidentes. La monserga facilista de los predicadores es otra peculiaridad patética de este drama.

Los que hoy aspiran a ser elegidos para competir en la verdadera elección -Massa, Larreta, Bullrich, Milei, Schiaretti, entre otros- están frente a un punto histórico de inflexión para evitar un nuevo y más profundo fracaso.