Potenciales consecuencias de la “fractura” en el Frente de Todos

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Nota extraída de La Nación por Sergio Berensztein

Una ruptura en el oficialismo estimularía las pulsiones para escindir Juntos por el Cambio, en particular entre un grupo de radicales que podría mostrarse tentado a pactar con el peronismo más “moderado”

¿Es la decisión de CFK de fragmentar el bloque oficialista en el Senado un ardid para que un senador afín ocupe un asiento en el Consejo de Magistratura que, de haberse mantenido la unidad, hubiera correspondido a Luis Juez? ¿O estamos observando un cambio más profundo en su estrategia política, con importantes derivaciones en especial en materia electoral de cara a los comicios de 2023? ¿Fue una reacción espontánea frente al desarrollo de un proceso en el que quedaba al descubierto una derrota política dolorosa o una acción premeditada que se vincula con los conflictos internos del FDT? Son interrogantes cruciales para comprender el nuevo entorno político que se abre a partir de esta crisis, cuyas consecuencias pueden ser más determinantes de lo que podría suponerse: una simple “avivada criolla” estaría en condiciones de descerrajar una escalada de peleas y situaciones con costos significativos para los propios actores involucrados.

Si se tratase de un sorpresivo artilugio para aprovechar la relativa pasividad de la oposición (“Cristina se robó un asiento en el Consejo de la Magistratura mientras estábamos durmiendo”, confesó en declaraciones radiales el senador cordobés), de todas formas los efectos potenciales son y serán relevantes. Al margen de lo que ocurra con la esperada judicialización, este hecho acrecienta el deterioro institucional del país y representa un nuevo manoseo a las reglas formales del sistema democrático, al tiempo que aumenta la desconfianza en ambos lados de una grieta demasiado profunda, en la que se destaca una similitud en el arsenal de adjetivos: se acusan de golpistas y amenazan con juicios políticos aunque carezcan de las mayorías para llevarlos a cabo.

El plano reputacional parecería constituir, no obstante, el más cuestionable y costoso de esta polémica jugada. La vicepresidenta revela una notable desesperación y una disposición a redoblar la apuesta sin evaluar ni mensurar los impactos de corto, mediano y largo plazo de una movida que podría disparar una catarata de sucesos no del todo deseados. ¿Venía planificando hace tiempo este giro o fue fruto de la improvisación y de su frustración ante la certidumbre de que el fallo de la Corte y su retorno al Consejo de Magistratura eran hechos consumados? En cualquier caso, CFK sangra de nuevo por una vieja herida que “los funcionarios que no funcionan” (ese populoso club en el que debería incluir a su ministro de Justicia, Martín Soria) no ayudan a suturar.

No se trata solo del temor a que avancen las causas de corrupción en las que están comprometidos ella y sus hijos. En verdad, ella pretende designar magistrados (e influir y disuadir a otros que están en funciones) a los efectos de demostrar de cualquier manera su inocencia, consagrando la reiterada doctrina del lawfare: todas esas acusaciones responden a una sucia campaña de difamación orquestada por oscuros intereses (sus enemigos de siempre: los bonistas, los medios concentrados, etcétera), decididos a empañar su prístino liderazgo por haber defendido causas justas y nobles. Que esta narrativa ficcional ignora y queda desdibujada frente a las pruebas que la Justicia vino acumulando en distintas causas es un detalle que la señora Kirchner y sus fieles seguidores prefieren ignorar. Esto incluye confesiones en casos de coimas (cuadernos), la expresa admisión de delitos por parte de Ricardo Jaime o incluso las vergonzosas andanzas de su condenado exvicepresidente, Amado Boudou. Como canta Silvio Rodríguez en “Resumen de noticias”: “Aunque se dice que me sobran enemigos, todo el mundo me escucha […] Yo he preferido hablar de cosas imposibles, porque de lo posible se sabe demasiado”.

¿Podríamos estar viviendo una profundización de los conflictos internos del Frente de Todos? Tal vez no sea el principio del fin, pero podría tratarse de un salto cualitativo y cuantitativo significativo. En ese caso, las implicancias serían aún más hondas: aunque por el momento no se haya replicado esta división del bloque en la Cámara de Diputados, las diferencias entre el Presidente y la vice habían llegado a un punto de no retorno bastante antes de la decisión tomada la medianoche del martes pasado. El capítulo que precipitó la ruptura fue el acuerdo con el FMI, pero el desgaste se generó de manera gradual: en los 30 meses de gestión las fricciones fueron variadas y, en la mayoría de los casos, humillantes para el primer mandatario. Voceros calificados de ambas facciones, como Victoria Tolosa Paz o el inefable Oscar Parrilli, blanquearon por estas horas las irreconciliables diferencias, mientras que el Presidente en persona atacó a aquellos que “dicen que ya perdimos”, una frase que en cualquier contexto razonable parecería apuntar a la oposición, pero que en este escenario parece dirigida a sus antiguos socios como Máximo Kirchner, que, ante una derrota cada vez más probable en 2023, prefieren romper para conservar la pureza ideológica. “Un carajo ya perdimos”, repitió a los gritos en José C. Paz.

La política especula con múltiples alternativas. ¿Es posible que presenten candidatos diferentes que diriman su pelea en una PASO? ¿O podrían ir separados a las elecciones para ganar más asientos en el Congreso? ¿Habrá una estrategia ad hoc en función del distrito, como ocurre ahora en el Senado y en Diputados? ¿Abandonarán los cuadros de La Cámpora y de los sectores más duros del kirchnerismo los cargos (las cajas) en el Ejecutivo? ¿Aparecerán denuncias judiciales cruzadas relacionadas con cuestiones de la gestión (como amenazó el jefe del bloque del FDT al presidente de la Cámara, Sergio Massa) o por casos de corrupción?

Esta aceleración de la dinámica entrópica dentro del sistema político, con peleas por los medios de comunicación y en las redes sociales en la que distintos actores debaten cuestiones abstractas y disociadas de la agenda de prioridades que atormentan hoy al ciudadano promedio, aleja todavía más a la política de la sociedad. Esa brecha se constituye como el entorno ideal para que crezcan y se consoliden opciones ideológicas de características reactivas y hasta revolucionarias que desde los bordes o incluso “fuera” del sistema cuestionen su lógica de privilegios y su incapacidad para responder a las demandas de la ciudadanía. Es el caso de Javier Milei, como en otros países y momentos fueron Donald Trump, Jair Bolsonaro o Marine Le Pen. Fue lo que hace más de una década intentaron representar los integrantes de Occupy Wall St.. El “antisistema” se alimenta de los fracasos, las groserías y los disparates con los que con ahínco contribuyen los integrantes del “campo democrático”.

Una presión adicional para la oposición, que enfrenta el desafío de entender cómo plantarse frente a este insólito escenario. Si se tratara de la primera hipótesis, es decir, de una avivada para quedarse con un asiento en el Consejo, las consecuencias quedarían en un plano simbólico y superficial: algunos de sus líderes podrán victimizarse mientras que otros saldrán una vez más con el discurso sobre la cuestión republicana. En cambio, si la hipótesis que prevalece es la segunda, las tensiones podrían generar heridas importantes. Una ruptura en el FDT estimularía las pulsiones para escindir también Juntos por el Cambio, en particular entre un grupo de radicales que podría mostrarse tentado a pactar con el peronismo más moderado. La dinámica electoral podría modificarse de manera drástica. Develar este interrogante constituye un desafío prioritario: su posicionamiento y sus estrategias deberían estar diagramadas en función de cómo se desenvuelve esta crisis disparada, una vez más, por decisión de CFK.