Rodríguez Larreta,PatriciaBullrich y los dos Macri: historias y traiciones de una pelea cada vez más feroz
Nota extraída de Clarín por Santiago Fioriti
La intimidad del poder. Cómo se viven las horas de tensión en el PRO. La maniobra de la UCR y Lousteau y la apuesta que celebra Milei. Siguen las fugas en la Casa Rosada.
—¿No lo vamos a rajar?
Si la historia tiene un comienzo, ese comienzo hay que remontarlo al cierre de listas de 2021. Jorge Macri declaraba entonces que no pensaba bajarse de la candidatura a diputado y que iría a una interna con Diego Santilli porque no podía permitir que la Provincia fuera liderada por un porteño. Horacio Rodríguez Larreta se reunió varias veces con él para intentar que desistiera y no alterara sus planes. Nunca quedó del todo claro qué negociaron -o todo lo que negociaron-, pero puede imaginarse, por la voracidad de sus protagonistas, que no fue poco.
Lo cierto es que, tiempo después de aquellas charlas, a Jorge dejó de parecerle tan injurioso el cambio de distrito y abandonó la intendencia de Vicente López para saltar a la Ciudad. El alcalde le abrió la puerta: le otorgó el Ministerio de Gobierno, le concedió libertad mediática (toda una proeza en el PRO) y lo benefició con una serie de recursos que generaron recelos en el resto del Gabinete. Jorge ya no tenía una puerta abierta sino un maravilloso pasaporte hacia un mundo de oportunidades políticas.
La historia puede prescindir de algunos capítulos, no así del último: el martes, Patricia Bullrich y Jorge Macri armaron una reunión con jóvenes en un bar de la Plaza Houssay y ella lo bautizó como candidato a la sucesión de Larreta. Dijo que lo veía con la fuerza suficiente para impedir que se siga tomando la Avenida de Mayo, justo en el momento en que las encuestas empiezan a mostrar una paridad con Rodríguez Larreta en la interna de Juntos por el Cambio por la candidatura presidencial del año próximo; Jorge destacó el coraje de la ex ministra y afirmó que confiaba mucho en su capacidad. Nada dijo, sin embargo, sobre los piquetes que perturban a diario la vida de los ciudadanos y que Bullrich acababa de usar para clavarle un puñal a su adversario interno. El jefe, o el supuesto jefe, de Jorge Macri.
Dos días antes, a la salida de la presentación del libro de Mauricio Macri, el jefe de Gobierno había intentado convencer a su funcionario de que se bajara de la presentación con Bullrich. Fue una conversación al paso, en la misma calle, muy corta y muy tensa. “Es tu decisión. Vos sabés lo que hacés”, fue lo último que le dijo Larreta. Jorge había acordado la movida con Patricia, pero sobre todo lo había planificado en los últimos meses con su primo, Mauricio Macri, su mentor y principal auspiciante del desembarco en tierra porteña.
—¿No lo vamos a rajar?
La pregunta resonó entonces con esa simple construcción, no una, sino varias veces y con distinto tono (algunas incluyeron insultos) en muchos despachos larretistas. Antes de que la pregunta fuera posible, uno de esos dirigentes que maldecía la situación había realizado el último intento por impedir la foto. Lo hizo con un mensaje intimidante que trasladó a un incondicional de Macri. “Si hacen el encuentro con Patricia nos van a obligar a pensar en pedirle la renuncia a Jorge”. Cuando recibió el mensaje, el dirigente macrista estaba jugando al tenis en el mejor polvo de ladrillo de Buenos Aires. Guardó la raqueta para contarle la historia a Macri. La foto, en lugar de detenerse, se aceleró. “Es mañana”, avisaron.
No es frecuente que los discípulos del orden larretista agiten las diferencias sin siquiera asegurarse de que no haya periodistas cerca. Ocurrió en los últimos días, hasta que la mesa chica debatió formalmente qué actitud adoptar. Al ver la reacción de su líder, en vez de subir la apuesta, hubo intentos por contenerlo.
Como pocas veces, lo vieron nervioso y enojado. “Si lo veto lo convierto en ‘el’ candidato”, fue el razonamiento del alcalde. No pasa por su cabeza echarlo porque eso representaría, además, un punto de no retorno con Mauricio. En el Gabinete hay una rebelión generalizada y se preparan para arrinconar a su ministro de Gobierno. “Delante suyo no podremos hablar una palabra. Traicionó la confianza del equipo”, es el dardo que sacuden sus compañeros.
Larreta y Mauricio Macri han abordado la cuestión de las candidaturas en sus recurrentes charlas privadas. El fundador del PRO está convencido de que su aliado se ha sumergido en largos circunloquios para no confesar que podría entregarle las llaves de Uspallata a la UCR si eso lo beneficiara en la carrera por la presidencia. No está dispuesto a tolerarlo. En su entorno también deslizan la palabra traición. “La Ciudad es la criatura de Mauricio y no la vamos a negociar. Horacio se está olvidando de que Mauricio se jugó por él cuando perdía en todas las encuestas con Michetti”, sostienen los macristas más puros.
Para Macri, la posibilidad de que Lousteau herede el trono que supo ser suyo durante ocho años es indigerible. Hace un tiempo le preguntaron si podría ser capaz de terminar votando a un candidato radical para la Ciudad a cambio de que el PRO se asegure el poder en la Nación. El ex presidente hizo un repentino movimiento de brazos: cruzó la mano derecha sobre la muñeca izquierda y simuló utilizarla como un serrucho: “Antes me corto la mano”, dijo.
Este es el corazón de la principal pelea que se libra por estas horas en el PRO rumbo a 2023. De cómo termine esa novela dependerá la continuidad de la alianza a nivel nacional. Se trata de una pelea que al principio fue silenciosa, que ahora nadie puede ocultar y que, posiblemente, se vuelva sangrienta. Si es que ya no lo es.
Tras soplar las velitas por su cumpleaños número 57, Larreta se sumó ayer al acto que hicieron los radicales en homenaje a los 39 años del triunfo de Raúl Alfonsín. Hay que decirlo: de a ratos, por lo que se vio en los últimos meses, el jefe de Gobierno se ha sentido más cómodo con los radicales que con los macristas más duros.
La relación con Lousteau transita por su mejor etapa. Ambos aseguran que no hicieron ningún pacto que le garantice a Lousteau la candidatura, pero, sugestivamente, el economista dejó trascender que si la cosa se complica él podría pensar en disputar las presidenciales. Un llamado de atención.
Para apaciguar esa maniobra, un colaborador de Lousteau reveló que la fantasía que sobrevuela las conversaciones entre radicales y larretistas es armar una fórmula compartida si, llegado el caso, hay que competir contra Macri y Bullrich. De nuevo: para el macrismo se trata de un sapo intragable. El diputado Fernando Iglesias, un halcón que atrae a Mauricio Macri, arrojó la primera granada contra Lousteau: “Pongan nomás al pibe 125. Nos vamos a divertir”, tuiteó.
Lousteau podría ser acompañado por Soledad Acuña. La ministra de Educación, en verdad, trabaja para ser ella quien encabece el binomio. Larreta tiene debilidad por su ministra. Es ambiciosa y se curtió la piel de tanto pelear con los gremios. Su líder, en algún momento, pensó en el binomio Acuña-Fernán Quirós, o viceversa. Pero el médico no se decide y sus tiempos no van de la mano de los de la política, según cuentan quienes, días atrás, quisieron convencerlo de dar el paso mientras comían sushi con vista a la avenida Figueroa Alcorta. Dicen que Quirós es otro que vio algo que no le gustó.
A Rodríguez Larreta le atrae explicar que la mayoría silenciosa que quiere expulsar al kirchnerismo del poder está en el centro del escenario y no en los extremos. Es un punto que comparte la mayoría del radicalismo. Macri piensa lo contrario. Hay que decir también esto: el ingeniero ve con buenos ojos algún tipo de entendimiento con Javier Milei. No ha hablado con él en las últimas semanas, pero sí lo ha hecho Bullrich.
Macristas y bullrichistas razonan igual: habrá que abrazarse a Milei para ganar el balotaje. El libertario se regocija con la grieta en el PRO. Es un escenario que le sienta a gusto porque, si no le tocase a él llegar a la Casa Rosada, le permitiría un acercamiento y algún tipo de incidencia en el gobierno que alumbre el año que viene.
Desde luego, para eso debería perder antes el oficialismo.Y eso, como siempre, está por verse, pese a que la oposición se mueve como si fuera un hecho consumado. Para no ir tan lejos: un año antes de las elecciones de 2015 las encuestas las lideraba Massa, Daniel Scioli iba segundo y Macri, tercero; y en 2018 todas las encuestas vaticinaban un camino seguro de Macri hacia la reelección.
Es cierto que casi no hay registros de un derrumbe tan pronunciado de un gobierno como el que atraviesa el que conduce Alberto Fernández. Pelea permanente entre el Presidente, su vice y La Cámpora (ahora focalizada en la suspensión de las PASO), salarios que permiten comprar cada vez menos en el supermercado, conflictividad en las calles, y aumento de la inseguridad, en especial en el Conurbano, donde radica el poder de Cristina.
A eso se suma una fuga constante en el Gabinete que hace inestable cualquier política de mediano plazo. Ya no es como en los dos primeros años, cuando Cristina debía ejercer una fenomenal presión para que se alejaran los ministros que se aferraban a sus escritorios. Ahora se quieren ir solos. Cuanto antes, incluso, mejor.
Alberto les debe pedir por favor que se queden. Les dice que ya vendrán tiempos mejores. Que no todo está perdido.