lunes, mayo 6

Feliz Domingo: historia y desgracias de un programa hecho con amor

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  • 2019-12-21

El ciclo nació en 1970 y terminó en 1999. Por el pasaron muchas caras que fueron los rostros más queridos en adolescentes de distintas generaciones. Mostró alegría, pero también luto en vivo. 

Un país hipnotizado por una escena final de cerrajería. Un cofre, un bolillero transparente en el que rodaban las llaves, distintas combinaciones y -en vivo y en directo- mirar cómo funcionaba el destino. «Cada domingo renace la esperanza», se escuchaba como cortina la reivindicación del día con más suicidios. Domingos para la juventud había nacido como un programa para jubilados. Terminó captando tanto público escolar como afiliado al PAMI.

El hito duró 30 años. Como pasó con ShowMatch, antes VideoMatch, nació con un nombre y mutó. Se llamaba Domingos de mi Ciudad y era conducido por el actor Orlando Marconi, pero el producto para la tercera edad se reconvirtió y pasó a bautizarse Feliz Domingo en 1970. Fueron más de 1.500 emisiones y unos 45 mil los chicos que gozaron del premio de viajar a Bariloche. Un pequeño país pasó por el programa: se estima que más de medio millón de jóvenes pisaron el estudio.

Hacer Feliz Domingo no era apto para débiles. Cada emisión duraba entre 10 y 12 horas al aire. En el estudio de Canal 9 había que soportar cantitos de cancha, hormonas púberes, avalanchas, pelotazos. Ante los empujones y codazos alguna vez salieron volando los anteojos del escribano Prato Murphy. Y alguna vez el golpe fue más duro: los militares sancionaron el programa.

Fue en 1969 cuando Marconi llamó a Silvio Soldán para explicarle que durante el segmento de preguntas y respuestas de Domingos de mi ciudad (producido por Gerardo Sofovich) se aburría. «Preferiría que esa parte la hicieras vos y yo todo lo otro, que es más divertido», le propuso a Silvio. La suerte estaba del lado del locutor, pero Soldán no imaginaba bestial éxito histórico. Marconi terminó yéndose de Canal 9 por diferencias con las autoridades y el programa quedó en sus manos.

De esa gema de la televisión no sólo sobrevive una página de Facebook «Yo fui a Feliz domingo para la Juventud, un programa hecho con amor», sino el espíritu transformado en un número especial para fiestas. Si usted, empresario o particular, quiere contratar a Don Silvio, arreglan un cachet y tiene en su evento el «Ping Pong de preguntas y respuestas» y hasta el Cofre de la felicidad para que intenten abrir la bendita puerta los invitados. 

El día de la censura y otras rarezas

De haber existido las redes sociales por entonces, el Trending Topic hubiera sido permanente. Las puertas del canal estaban abiertas para todo tipo de artistas. Un día, en plena Guerra de Malvinas, el invitado fue «El Chango» Acosta Villafañe, un humorista y guitarrero. Un chiste llamó la atención de los militares de turno y pasó lo que nadie esperaba: «Chicos, van a tener que ir aprendiendo el idioma inglés, porque es el que se va a hablar acá dentro de poco», bromeó el hombre sin imaginar las medidas siguientes. El programa dejó de salir en vivo por intervención militar.

«Feliz Domingo llevó felicidad a la familia argentina. Junto a Grandes valores del tango y El Special fueron mis hijos mimados», se emociona William Silvio Soldán a los 84 años. El hombre de hierro cuerpeaba el monstruo con una valentía a prueba de mareos, veranos y tragedias. «En algunas oportunidades soportábamos en el estudio más de 40 grados, sin refrigeración. Terminaba el programa y yo me iba a comer a La Costanera y a las 7 de la mañana del otro día ya estaba en Radio El Mundo. Hemos vivido tantas perlitas. Si hasta Mario Pergolini, rockero de ley, ganó como participante en una prenda de tango».

«Un día vino una chica a participar del ‘Yo sé’. Cantaba como los dioses y le dije: ‘Tenés que dedicarte a esto’. Ella me respondió: No sé si será lo mío. ¿Sabés quién era esa chiquita?», pregunta Soldán, que al frente del «gigante» llegó a cumplir las bodas de plata. «Era Elena Roger».

El día que todo fue tristeza

Pero no todo es el recuerdo de la felicidad. En Feliz Domingo también hubo luto. En vivo, mientras millones de hogares sintonizaban sin control remoto aún, se vivió uno de los capítulos más tristes de la pantalla chica argentina. 

Fue el Día del Padre de 1984. Y puso bajo la lupa los límites morales y éticos. Un padre del colegio Joaquín V. González se prestó a participar para intentar ayudar al curso de su hijo, pero se descompuso en el estudio. Había preparado su personaje de compadrito, pese a su timidez y a los nervios de la mirada de un país, y en plena actuación cayó al piso. La transmisión se cortó. En unas horas todo fue luto.

«Fue la desgracia más grande. Algo horrible que hubiésemos querido no vivir», recuerda Soldán, que jura que todavía no pudo borrar los gritos de los chicos. «El hombre padecía una enfermedad del corazón y tal vez no podía hacer ese esfuerzo y lo hizo. Al día siguiente yo fui a su velorio. Yo me negué a seguir al aire ese día, como correspondía». Al canal llamaban de a miles para preguntar qué pasaba, más de 2 millones de personas tenían sintonizado el 9. Alejandro Romay salió a aclarar lo sucedido porque «600 familias de estudiantes estaban preocupadas y confundidas sobre la identidad del padre».

El diario Clarín del 18 de junio salió a repudiar con un artículo: «La muerte en Replay». Fue después de que «a las 20 del día anterior se repitiera varias veces el desafortunado hecho de la caída».  «Eso fue algo impensado, pero hubo momentos de pura vida y felicidad», suma Soldán. «Como cuando el jurado Roberto Talice cumplió 90 y por las puertas aparecieron 90 chicos con 90 tortas para celebrar las nueve décadas».