miércoles, mayo 1

El Gobierno se desangra atrapado por la crisis

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Nota extraída de Clarín por Eduardo van der Kooy

Alberto Fernández le echa la culpa a la derecha y Sergio Massa ve su poder licuarse. Los verdaderos problemas son, sin rodeos, de la economía estructural. Y la interna del Frente de Todos hace su aporte.

Existe una línea de perseverante incoherencia en el gobierno de Alberto y Cristina Fernández que explica, en buena medida, el agravamiento diario de la crisis. El ministro de Economía Sergio Massa debió hacer en las últimas horas dos pedidos al Fondo Monetario Internacional (FMI) para intentar frenar el descontrol financiero, económico y político que atraviesa a la Argentina.

En primer término, solicitó autorización a la entidad para una intervención fuerte en el mercado a fin de detener la estampida del dólar que llegó a los $ 500. Aunque terminó cerrando por debajo de ese valor: $ 495. Treinta y tres pesos por encima del día anterior. Demandó también alguna palabra que hiciera creíble su afirmación por tuit acerca de la buena marcha de las negociaciones en curso. El Fondo habló, enigmáticamente, de un avance constructivo. Massa percibió que, en medio del tembladeral, su mensaje inicial había quedado devaluado.

El sábado, con la crisis financiera en curso desde la semana anterior, el diputado Máximo Kirchner cerró un acto de la militancia kirchnerista en el micro estadio de Ferro con una aseveración tajante: “El acuerdo (con el FMI) es inflacionario e incumplible”. El martes anterior el ministro del Interior y miembro de La Cámpora, Eduardo De Pedro, había afirmado públicamente exactamente lo mismo. Se sabe, desde hace rato, cuál es el pensamiento de Cristina. Más allá de las conjeturas en el plano electoral, importará mucho escucharla el jueves en la disertación en La Plata, donde hablará de la inflación y del FMI.

La descripción sería indicativa de varias anomalías. La primera: el ministro de Economía se ve obligado a rastrear en el FMI el respaldo ante la crisis que le costaría rescatar en sectores preponderantes del gobierno que integra. La segunda: está obligado a poner su cara para repensar condiciones del acuerdo con el organismo mientras el kirchnerismo duro divulga que es incumplible. La tercera: el ministro logró que Alberto, finalmente, depusiera su sueño reeleccionista. Falló en el diagnóstico. Supuso que serviría para atenuar la tormenta.

Tampoco el apartamiento presidencial de la competencia 2023 despejó todas las dificultades con el ministro. Pareció revivir la puja entre ambos por el manejo monetario que ha hecho el Banco Central desde que se desató el nuevo ciclo de la crisis. Cuando asumió en 2023 Massa amasó una acumulación de poder que, en buena medida, consiguió. Sumó a la cartera de Economía, la de Desarrollo Productivo y Agricultura. Además, la relación directa con los organismos internacionales que hasta su arribo manejaba Gustavo Béliz. De allí el apodo de superministro.

Le quedó pendiente la presidencia del Banco Central que está a cargo de Miguel Angel Pesce. Funcionario de entera confianza de Alberto. En las últimas horas habría vuelto a la carga con el propósito de cubrir ese sillón con una persona de su entraña. Habría dejado trascender el malestar por la demora de Pesce en el aumento de las tasas de interés. Herramienta que siempre se utiliza en medio de las corridas con el dólar.

Tal presunción cobró volumen cuando el Presidente citó el lunes a Pesce en la Casa Rosada. Se dijeron muchas cosas en torno a ese diálogo. Lo concreto es que Alberto, en medio de una visita de Estado del mandatario de Rumania, confirmó en su cargo al titular del Banco Central. Detrás de cualquier necesidad de ratificación siempre se oculta algo.

El Presidente no sólo cree en la correcta praxis de Pesce para intentar atemperar la crisis. El funcionario simboliza, en otro orden, uno de las pocos símbolos de poder presidencial en el esquema oficial. Otro podría ser Aníbal Fernández, el ministro de Seguridad, lanzado a confrontar con la vicepresidenta y La Cámpora. También el jefe de Gabinete, Agustín Rossi, tironeado desde el kirchnerismo para que se sume al proyecto de la candidatura única, con prescindencia de las PASO. Sería todo, por ahora, en la viña de Alberto.

Tan ostensible y enconada resulta la división de bandos en el Gobierno que ni el Presidente atina a moderar sus expresiones cuando refiere al kirchnerismo. En el controvertido reportaje radial del lunes, en el cual deseó que alguna vez el actor estadounidense Rober De Niro pueda interpretar su vida como mandatario, impulsó a Rossi y a Daniel Scioli como posibles precandidatos en las PASO. Cuando le preguntaron sobre De Pedro soltó: “También puede serlo, pero pertenece a otro sector”. Se trata del ministro del Interior que lo acompaña desde diciembre del 2019.

Massa, con menos poder

El superministro de agosto del 2022 ya no sería el que fue. Su concentración de poder inicial parece haberse deshilachado por otras razones. En especial, la imposibilidad de ofrecerle al Gobierno y al kirchnerismo un ordenamiento de las variables básicas de la economía (la inflación). Y de no brindarle alguna certeza de competitividad para las elecciones. Retiene, pese a todo, una ventaja. Es tan enorme el vacío en el oficialismo que, aún sumergido por la crisis, su postulación no ha sido enterrada. El poder de Alberto está licuado. El liderazgo de Cristina, declinante. Tampoco se descarta que la dama pueda jugar la última carta electoral como candidata a senadora por Buenos Aires.

La debilidad del Gobierno no se explica únicamente con esa radiografía. Hay fracasos de gestión que conspiraron contra las expectativas recicladas después de la renuncia de Martín Guzmán y el tránsito traumático de Silvina Batakis. El principal sería la política de precios instrumentada por la Secretaria de Comercio que comanda Matías Tombolini. El funcionario ensayó todos los experimentos. El control de precios parcial. El control de precios acordado. El control de precios custodiado por intendentes bonaerenses y militantes de La Cámpora. Ninguno funcionó.

El apunte valdría para que algunos de los principales actores del oficialismo repensaran, tal vez, sus conductas. Alberto responsabilizó por el agravamiento de la crisis “a la derecha”. Maldita, le había dicho 48 horas antes. Un lugar tan vulgar y común que le hizo olvidar su propia historia. Cuando era presidente electo. Mauricio Macri también sufrió un su epílogo una corrida cambiaria. Alberto se acercó al ingeniero para evitar un desbande final. Pregunta: ¿En aquel momento también fue la derecha la culpable? Difícil de entender si, como perora el kirchnerismo, el macrismo representara dicha corriente ideológica. Los problemas son, sin rodeos, de la economía estructural.

Quizás la impotencia también indujo a Massa a colocarse el ropaje de hombre malo. En las horas en que el dólar blue tocó los $ 500, amenazó con hacer caer todo el peso de la ley del Estado sobre los especuladores. Y lavadores de dinero. Su discípula, Cecilia Moreau, titular de la Cámara de Diputados, subió la apuesta. Dijo que cuando el ministro de Economía se cansa “de que lo quieran boludear pelea con todo lo que tiene”.

Lo que tiene ahora, como todo el Gobierno, es la debilidad de quien hace tiempo se viene desangrando.