Javier Milei y la metáfora de la motosierra

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Las raíces de la crisis empiezan, por lo menos, en 1975. Pero el kirchnerismo expandió el gasto improductivo de un modo descomunal. Lo alarmante es que todo podría catapultar al gobierno a un conjunto de talibanes de la libertad.

No deberíamos ser indiferentes a manifestaciones como las de Javier Milei, que si tiene alguna virtud (sospecho que la perderá muy pronto) es la de decir crudamente lo que piensa. Y haciéndolo nos prefigura los ideales predilectos de su mundo que son, para muchos de nosotros, para mí por lo menos, componentes de un distopía espantosa.

En estos días, nos arrojó a la cara dos misiles tierra-tierra: la libertad para portar armas y la libertad para el comercio de órganos. No tuvo nada de gracioso. Al contrario; desde luego, ni Milei ni nadie conseguirán que esas monstruosidades se realicen, no porque sean malas, cosa que se puede decir desde un ángulo moral. Sino porque todavía queda un Estado en la Argentina – destruido, más que maltrecho, corrompido hasta el tuétano, pero – y esto lo digo desde otro ángulo, propiamente político, no moral – todavía queda algo de él, lo suficiente como para recordarnos a nosotros mismos – no a Milei, es inútil – que los Estados no se inventaron por pura perversión: proporcionan con suerte y viento a favor bienes públicos, como por ejemplo orden.

Javier Milei y la metáfora de la motosierra

Dicho de un modo que desataría furias incontrolables por parte de los so called libertarios, sin Estado no hay ley ni orden. La imagen de una sociedad “autorregulada” (entiéndase, sin Estado), en la que Vicky Xipolitakis, sólo a título de ejemplo, podría vender uno de sus riñones a un ricachón interesado en comprarlo –tasémoslo en 10 millones de dólares, ¿está bien?–, en la que los hinchas de fútbol dispuestos a dar la vida por su club cobrándola también muy caro, podrían asistir a los partidos con excelentes subametralladoras Uzi, en la que una cárcel privada (otra joyita de Milei) pueda quebrar como cualquier empresa y entonces “vender” a sus presidiarios, es la imagen de una pesadilla que está, si nos distraemos, a la vuelta de la esquina, pero no porque Milei así lo sueñe, sino porque poco a poco, y a veces mucho a mucho, estamos destruyendo la capacidad del Estado de proporcionar bienes públicos y no puede sorprender a nadie que, pari passu, estemos corroyendo su legitimidad.

Cuanto más el Estado se convierte en ese ogro nada filantrópico (para robar una imagen a Octavio Paz) que lamentablemente ya es, menos es percibido por los ciudadanos como un mal necesario, legítimo, que no queda más remedio que soportar porque aunque a uno le guste escupir contra él, es necesario.

No, esa es ya una imagen del pasado en la Argentina; ¿cómo podría, un rosarino que sufre el azote del narcotráfico –escucharme sin poner el grito en el cielo o sacarme a las patadas– si intento explicarle en una clave cínica que el Estado es indispensable porque sin él todo sería mucho peor?

Javier Milei es un emergente

Milei es una voz enfática, simplista, que muchos escuchan como expresiva de las fórmulas necesarias porque ya el Estado realmente existente –el único que les importa, porque son ciudadanos comunes, no politólogos– ha devenido en algo insoportable.

Milei no se toma el trabajo de defender el mercado con argumentos sofisticados (algo que por cierto la Argentina necesita muchísimo); no se esfuerza por elaborar una crítica del Estado argentino de hoy intentando no tirar al niño con el agua sucia. Al contrario, al niño le hunde la cabeza sin la menor misericordia, y a mucha gente esto le está pareciendo bien, ya no estamos para sutilezas.

Javier Milei en el lanzamiento de su candidatura a diputado, en Palermo, en agosto de 2021 (Foto: Instagram @javiermilei).
Javier Milei en el lanzamiento de su candidatura a diputado, en Palermo, en agosto de 2021 (Foto: Instagram @javiermilei).

Aunque no atravesamos una de las conocidas hipercrisis –como las del 1989 y 2001– y por tanto se supone que la gente no estaría dispuesta a tomar ciegamente riesgos con tal de salir de lo que se sufre como el peor de los mundos posibles– ya no es tan así, ese 20% de intención de votos indica otra cosa.

Sería muy injusto culpar de esto a Milei. Si seguimos diez años más –por echar un número– gobernándonos –en los tres niveles– del modo en que lo estamos haciendo, todas las propuestas libertarias se realizarán de un modo u otro, fuera de un marco legal.

Tendremos un mercado ilegal de órganos, una circulación abrumadoramente mayor a la actual de armas privadas, y el Banco Central no habrá detonado, simplemente la moneda doméstica, que ha perdido su función de reserva de valor, y está dejando de ser unidad de cuenta, dejará de ser también medio de cambio, y el edificio de Reconquista 266 podrá convertirse en un bonito museo.

Claro, la dolarización será implacable con los argentinos, en especial con los sectores populares, porque el dilema distributivo que hace girar el tipo de cambio en la Argentina se esfumará, definitivamente en contra del poder adquisitivo popular. Pero eso a quién le importa.

Escalofríos

Que una propuesta de trazos más truculentos haya ensanchado su respaldo electoral personalmente me da escalofríos. Sin dudas, todo esto tiene raíces de largo plazo (el hilo empieza por lo menos en 1975) pero una razón es muy reciente y crucial: el kirchnerismo expandió el gasto improductivo, el gasto político (y despótico), el gasto social-clientelar, etc. de un modo descomunal, al tiempo que incrementó fuertemente la presión tributaria; el Estado cobró rasgos predatorios inusitados.

Esta es una gran novedad que le hizo el caldo gordo a nuestro gran amigo Javier Milei. Él tiene todo para agradecer al kirchnerismo, que no solamente estableció un nuevo nivel de Estado predatorio, sino que le puso el moñito a la “casta” política.

La motosierra

Estamos corriendo el riesgo de abrazar, si no tenemos un poco de cuidado, el diagnóstico de la motosierra. Lo alarmante es que este diagnóstico podría hacer base en una mayoría electoral y catapultar al gobierno a un conjunto de talibanes de la libertad. No lo creo, pero podría ocurrir.

Sean numeritos, o alquimia política, ahí están las intenciones de voto favorables a Milei y a los halcones de Juntos por el Cambio. Desde luego, si la motosierra llegara a la Presidencia no podrá hacer nada (como los Bolsonaros de este mundo), no contará con los recursos políticos indispensables para ello, y el Ricardo III de turno podrá lamentarse: la vida es un cuento, lleno de ruido y furia, contado por un idiota, y que no significa nada.

Su amargo aprendizaje lo pagaremos todos, lo hayamos votado o no. O sea que en lugar de una coalición capitalista de prosperidad y modernización (como la que todavía es posible estructurar) tenemos por este lado la triste promesa de una nueva vuelta de tuerca en el tornillo del conservadurismo decadente, cuyo peor rostro (hasta ahora) nos ha mostrado el tío Alberto Fernández.