20 DE Febrero 2020 –
Instalado Manuel Belgrano en Jujuy,
festejó el segundo aniversario de la Revolución de Mayo con el fin de
levantar la moral de la tropa vencida en Huaqui, haciendo jurar la
bandera celeste y blanca el 25 de mayo de 1812, la que mandó izar en el
Cabildo en reemplazo del estandarte real y que hizo bendecir por su
amigo el vicario foráneo de Jujuy, doctor Juan Ignacio de Gorriti.
El
general Pío Tristán, encomendado por el jefe realista José Manuel de
Goyeneche, inicia su marcha el 1º de agosto desde Suipacha hacia Jujuy y
Salta, con un ejército que doblaba el de los patriotas. Poco después,
el 23 de agosto, y ante la amenaza de las fuerzas enemigas, Belgrano
exigió a todos los habitantes que abandonaran la ciudad, ocasionando el
memorable Éxodo Jujeño. Al día siguiente, en San Salvador de Jujuy el
ejército de Tristán se enfrentó con la retaguardia patriota, luego, tras
una marcha de cinco días, el 29 llegan los patriotas al río Pasaje.
Los
realistas continuaron su persecución al ejército, alcanzándolo en Río
Piedras, donde se iniciará el ataque, pero Belgrano se bate
victoriosamente en aquel memorable combate el 3 de septiembre. Luego de
esta jornada marcha hacia Tucumán, donde encontró a su pueblo en armas.
Seguido
de cerca por Tristán, obtuvo el 24 de septiembre la victoria en la
Batalla de Tucumán, nombrando a la Virgen de la Merced generala del
Ejército Argentino en agradecimiento al triunfo, y bajo cuya advocación
se había puesto la suerte de las armas de la Patria antes de la batalla.
A esta imagen, que hoy se encuentra en la Iglesia de La Merced en San
Miguel de Tucumán, le ofrendó por su protección y auxilio el bastón de
mando que llevaba en su mano.
Tristán, en la noche del 25, se retiró
con el resto de su ejército sigilosamente hacia Salta, dejando en el
campo de batalla numerosos muertos, prisioneros, banderas, cañones,
fusiles, bayonetas y municiones. El resonante triunfo puso en vilo al
país e hizo cantar al impulso de la frase “Tucumán, cuna de la libertad y
sepulcro de la tiranía”.
Durante los cuatro meses siguientes se
refuerzan los efectivos del ejército y se lo aprovisiona adecuadamente
para hacer frente a la nueva campaña, cuyo destino final, será la ciudad
de Salta.
Pese a ciertos criterios adversos y mezquinos, es digno
de aplauso Mandelli, cuando señala que los dos grandes triunfos en las
horas iniciales fueron Tucumán y Salta. La de Tucumán fue la batalla
providencial de nuestra historia, y que hizo realidad lo de gesta jamás
vencida. La de Salta significó el afianzamiento definitivo de la
soberanía, y ambas son jalones belgranianos frutos de su genial
desobediencia de 1812.
A principios de 1813 el ejército se pone en
marcha hacia el Norte y el 13 de febrero Belgrano decide hacer jurar
fidelidad a la Asamblea General Constituyente de las Provincias Unidas
del Río de la Plata, que había inaugurado sus sesiones el 31 de enero en
Buenos Aires. Para su cometido preparó el vencedor de Tucumán una
bandera blanca, sobre la cual hizo pintar el sello de la Asamblea.
En
el actual río Juramento, Belgrano desenvainando su espada da a conocer
al ejército “el escudo de la nueva divisa con que marcharán al combate
los defensores de la Patria”, luego formó una cruz con el asta de la
bandera y su sable, la que fue besada de rodillas por cada uno de los
jefes y soldados. Y esa misma tarde reanuda la marcha.
Con casi
cuatro mil hombres, Pío Tristán espera en Salta a Manuel Belgrano. Los
patriotas amagan atacar por el Este, pero luego de una azarosa marcha
por Chachapoyas, conducidos por uno de los mejores asesores del general
Belgrano, José Apolinario “Chocolate” Saravia, aparecen por el Norte,
aislando de esta manera a Tristán de sus bases.
El 20 de febrero de
1813 obtuvo la rendición de Tristán en la Batalla de Salta. El general
realista pidió la capitulación en momentos en que Belgrano se proponía
ordenar el asalto final, y los casi seiscientos muertos de ambos bandos
fueron enterrados en una fosa común, bajo la misma gigantesca cruz de
madera que hoy se conserva en la iglesia de La Merced, en Salta.
Esta
actitud magnánima de Belgrano no fue aprobada por el gobierno y fue
duramente criticada por quienes eran partidarios de acciones más
enérgicas, a lo que el creador de nuestra enseña, herido en lo más
profundo, se desahoga con sus amigos diciéndoles: “Siempre se divierten
los que están lejos de las balas y no ven la sangre de sus hermanos ni
oyen los clamores de los infelices heridos. Yo me río de ellos y hago lo
que me dicta la razón, la justicia y la prudencia, y no busco glorias
sino la unión de los americanos y la prosperidad de la Patria”.
Tengamos
en cuenta que al momento de la capitulación, Belgrano respondió al
emisario de Tristán: “Diga usted a su general que se despedaza mi
corazón al ver derramar tanta sangre americana; que haga cesar
inmediatamente el fuego en todos los puntos que ocupan sus tropas, como
yo voy a mandar que se haga en todos los que ocupan los míos”. Es que
como bien opina Röttjer “americanos eran los dos ejércitos, y americanos
eran sus jefes”. Además, el vencedor de Salta garantizó la libertad al
vencido general realista y a sus hombres, a cambio del juramento de no
volver a tomar las armas contra las Provincias Unidas.
Luego de esta
victoria del 20 de febrero, la Soberana Asamblea General Constituyente
resolvió premiar a los vencedores de la gesta: jefes, oficiales,
suboficiales y soldados, entregándoles un escudo de oro, plata y paño,
respectivamente, cuyas palmas y laureles rodeaban una inscripción que
decía “La Patria a los vencedores en Salta”. Así, tras derrotar al
ejército realista y colmados de distinciones recibieron sus escudos Luis
Borja Díaz, Ruiz de Llanos, los Lea y Plaza, los Saravia, los Fernández
Cornejo, Puch, Gorriti, Tedín, los Castellanos, los López, Alvarado,
Arenales, Arias de Navamuel, entre otros destacados jefes y oficiales.
Belgrano
fue gobernador interino de Salta por algunos días, hasta la llegada de
Feliciano Antonio de Chiclana el 13 de marzo de 1813. La Soberana
Asamblea había decretado el 8 de marzo que el general Belgrano recibiese
en premio por sus servicios, un sable con guarniciones de oro,
gravándose en la hoja la inscripción “La Asamblea Constituyente al
Benemérito General Belgrano”, y también que se le hiciese la donación de
40.000 pesos señalados en valor de fincas pertenecientes al Estado.
Cabe
señalar aquí la filantropía, la grandeza, el civismo, modestia y
desprecio por las riquezas materiales, como esa magnífica visión por la
educación de Manuel Belgrano, al destinar esa suma dineraria a la
creación de cuatro escuelas públicas de primeras letras para que se
enseñase a leer y escribir la aritmética, la doctrina cristiana, la
gramática castellana y los primeros rudimentos de los derechos y
obligaciones del hombre en sociedad.
Belgrano, que estaba en Jujuy,
contesta al Triunvirato el 31 de marzo, entre otras especies, que: (à)
he creído propio de mi honor y de los deseos que me inflaman por la
prosperidad de mi Patria, destinar los expresados quarenta mil pesos
para la dotación de quatro escuelas…”
La aceptación por parte de la
Soberana Asamblea se firmaría el 27 de abril. Pero no fue este el
primer y único gesto de desprendimiento del general Belgrano, no
olvidemos que siendo vocal del Primer Gobierno Patrio renunció en 1810 a
su sueldo de 3.000 pesos.
De la misma manera, cuando lo hicieron
jefe del Regimiento Patricios solo pudo renunciar a la mitad de su
sueldo, manifestando que “siéndome sensible no poder hacer demostración
mayor, pues mis facultades son ningunas y mi subsistencia pende de
aquél; pero en todo evento sabré también reducirme a la ración del
soldado”.
Pues para Belgrano, que no era un hombre de fortuna y pese
a que la cantidad asignada era muy elevada, la pobreza era una virtud
que practicaba sin alardes y modestamente.
Aquellas escuelas debían
establecerse en las ciudades de Tarija, Jujuy, Tucumán y Santiago del
Estero, que carecían de un establecimiento de esa clase, además, debían
manejarse con el orden y método que prescribe el reglamento redactado
por Belgrano y que constituye, en muchos aspectos, un documento de
progreso educacional. Indiscutiblemente Belgrano pertenece a la primera
época de la educación argentina; fue un visionario que se anticipó a su
tiempo e incluso a muchos que lo siguieron, como Rivadavia y Sarmiento.
* Rodolfo Leandro Plaza Navamuel es historiador, diplomado universitario en genealogía y heráldica (USP-T); presidente de la Federación Argentina de Genealogía y Heráldica: presidente de la Academia Güemesiana del Instituto Güemesiano de Salta y del Centro de Investigaciones Genealógicas de Salta.
Es académico correspondiente de la Academia Sanmartiniana del Instituto Nacional Sanmartiniano y de la Academia Argentina de Artes y Ciencias de la Comunicación. Además, es autor de numerosos libros y de diversos artículos históricos y culturales en diarios y revistas argentinas.
Notaextraída de El Tribuno por Rodolfo Plaza Navamuel