Nota extraída de Clarín por Eduardo Van Der Kooy
La frase que circula entre sindicalistas y gobernadores del PJ es: Hay que rescatar al Presidente. Piden una gestión más dinámica. Y menos injerencia del ultrakirchnerismo.
Cuando Alberto Fernández está en problemas, como ahora, Cristina Fernández permanece en silencio. Casi indiferente. Cuando la vicepresidenta está en problemas, el Presidente sale enseguida a socorrerla. El comportamiento de ambos define dos cosas. La ecuación del poder se mantiene intacta. Igual que cuando se comunicó la fórmula en mayo del 2019. Hay un liderazgo, el de la ex presidenta, que no ha cedido espacio. Existe un acompañante, Alberto, que no pudo cercar alguna comarca política de su propiedad.
Varios ejemplos ilustran la situación. El Presidente cargó con la responsabilidad de la ofensiva por Vicentin que, en verdad, fue maquinada por Cristina. La echó atrás para no reavivar el pleito con el campo. Pero las cenizas quedaron. El sector recela la baja de retenciones por tres meses a la soja. Cuestiona el impuesto a la riqueza que empuja el kirchnerismo en el Congreso. Alberto se subió, sin vacilar, al proyecto de la reforma judicial y el embate contra la Corte Suprema. Es decir, a resguardar a Cristina para desarticular sus causas de corrupción.
La última semana se produjo uno de los hechos más relevantes. Que desnudaron dos simultaneidades. La soledad del Presidente para defender la crítica del Gobierno al régimen de Nicolás Maduro por la violación de derechos humanos en Venezuela. El desgaste exprofeso a que, por esa actitud, lo sometió el ala dura del cristinismo. Valdría marcarlo: La Cámpora fue prescindente.
El problema no responde sólo a un desacople importante de la política exterior. Trasluce además la crisis interna que parece ir ahondándose en el Frente de Todos. El embajador en la OEA, Carlos Raimundi, desoyó las instrucciones de la Cancillería y habló sobre una supuesta mirada sesgada del caso Venezuela. Felipe Solá, el ministro, debió tragarse el sapo.
Alicia Castro sobreactuó su renuncia a la Embajada en Rusia luego que el embajador en la ONU, Federico Villegas, cumplió en apoyar el terrorífico informe de la Comisionada por los Derechos Humanos, la ex presidente de Chile, Michelle Bachelet, sobre asesinatos, torturas y secuestros en Venezuela. La ex azafata de Aerolíneas Argentinas se empeñó en declarar que, pese a todo, Alberto le pidió que reviera su decisión. Como un ruego. No hay constancia de eso. Pero el Presidente se calló.
La historia de Castro venía mal barajada. En principio, no tenía los votos necesarios para la aprobación del pliego en el Senado. Después adujo que prefería esperar por la pandemia en Rusia. Pertenece al segmento de riesgo. En el interín, reclamó ciertas restauraciones en la sede diplomática en Moscú. Por caso, la instalación de un ascensor.
Otra de las tantas voces que planteó severas disidencias por la postura del Gobierno fue la de Hebe de Bonafini. La titular de las Madres de Plaza de Mayo acostumbra a ser eco de la vicepresidenta. Fue durísima. Quizá su defensa de Maduro no haya sido lo más llamativo. Dijo que Solá le daba vergüenza como canciller. Se ocupó además de arrojar un balde de estiércol contra Sergio Massa.
Le disparó, de ese modo, al engranaje político más valioso que tiene el Presidente dentro del sistema de poder. Representaría, en hipótesis, la moderación perseguida en el Frente de Todos. Monopolizada desde hace rato por los núcleos intransigentes que apaña Cristina. El líder renovador sostuvo siempre que la de Maduro es una dictadura.
Los antecedentes certifican el enorme esfuerzo que Alberto debió hacer frente a Cristina para acercar a Solá y Massa a la coalición oficial. Al ahora canciller, antes de la campaña, se negó a recibirlo en dos ocasiones. Cuando lo hizo le envió un mensaje lapidario al profesor de Derecho. Incluso una vez Alberto lo sugirió como posible compañero de fórmula de ella: “Va a ser mi Lenin Moreno”, fumigó Cristina. Se trata del hoy mandatario de Ecuador que llegó al cargo como discípulo de Rafael Correa. Pesa ahora sobre el ex presidente, radicado en Bélgica, un pedido de prisión de ocho años por causas de corrupción.
Con Massa fue menos impiadosa. Entendió el valor electoral que tenía para el Frente de Todos. Se prestó a la paz forzada. Y aceptó que ocupe la titularidad de la Cámara de Diputados a cambio de convertir a Máximo Kirchner, su hijo, en jefe de la bancada oficialista. A Cristina la separan de Massa muchas formas de pensar. También algunas relaciones intragables: la amistad con Horacio Rodríguez Larreta, el jefe de la Ciudad. Una sombra política que empieza a preocupar al kirchnerismo.
La preeminencia de Cristina y de los sectores intransigentes ha producido el primer atisbo de reacción en el peronismo clásico. Es un mundo desnortado que tampoco alcanza a comprender el juego presidencial. Si tal juego existe. La iniciativa provino de la CGT y de un puñado de gobernadores, donde sobresale el tucumano Juan Manzur.
Para el sábado próximo (17 de octubre) Héctor Daer propuso a Alberto una celebración virtual desde el salón Felipe Vallese de la central obrera. Con miles de personas conectadas por las redes. Modernidad que al pejotismo le cuesta. Aunque sirva de bálsamo ante las protestas callejeras contra el Gobierno que se hicieron costumbre.
Otro eslabón para arrancar al Presidente del aislamiento en que lo observan sería su asunción como jefe del PJ. A Alberto nunca le desagradó pero sus planes se demoraron por la pandemia. Entre sindicalistas y gobernadores pejotistas circula una frase descriptiva de la delicada situación: “Es necesario rescatar al Presidente”, repiten.
Ninguno de ellos ignora que el momento no es el mejor. La maniobra –en el caso del PJ—debió haberse hecho con mayor antelación. Cuando Alberto, al comienzo de la pandemia, trepó a elevadísimos niveles de popularidad. Afincado en la foto armónica junto a Axel Kicillof y Rodríguez Larreta. Dicho capital se fue dilapidando a medida que Cristina impuso su agenda.
Aquellos gobernadores y gremialistas están llenos de preguntas. Como todos. ¿Subestimó Alberto la construcción de su poder? ¿Creyó, en serio, que la reconciliación política con Cristina para vencer a Mauricio Macri sellaba también una relación personal? “Sería no conocer a ella. Nunca tuvo una amistad”, comentó de modo lapidario un ex funcionario que convivió por años con la vicepresidenta.
Parece advertirse que el Presidente rastrea escapes. Aunque siempre choca con el muro kirchnerista. Hace dos semanas se juntó con empresarios en Olivos. El martes relanzó la idea del pacto económico-social tratando de reeditar aquella cita del 9 de Julio, cuestionada por los K. Esta vez cumplió con la exigencia de incorporar a Hugo Yasky, de la CTA. Pero también afloró la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular (CTEP), que lidera Juan Grabois. Dejó el mando de la tertulia en manos de Santiago Cafiero, el jefe de Gabinete. Los límites de siempre.
Gobernadores y sindicalistas sostienen que Alberto debería resetearse. De allí la oferta que le hicieron. En un punto, quizás involuntario, coincidirían con el kirchnerismo. El Gobierno tiene que revitalizar su gestión. Reanimar un equipo que apenas asomó en dos oportunidades. Cuando aterrizó la pandemia. Además, al sellar Martín Guzmán, el ministro de Economía, el acuerdo con los bonistas. Ambas situaciones fueron devoradas por la dinámica de la realidad. La pandemia y la cuarentena carecen de un rumbo. Alberto volvió a ponerse al frente. La desconfianza sobre la economía sigue en un tobogán.
El Presidente está considerando aquellos cambios que le piden. La vicepresidenta también se lo hizo saber. Aunque en este caso circulan dos versiones: Cristina se lo pidió de manera personal; el mensaje llegó a través de Eduardo De Pedro, el ministro del Interior, y de Máximo K. Hubo un mensajero de otra línea que también le comentó su parecer: Massa. El nombre del titular de la Cámara de Diputados circuló entre los candidatos para la Jefatura de Gabinete. Pero arrastra una lección. No querría verse emboscado de nuevo por un poder en las sombras. Le pasó en 2009 cuando reemplazó en aquel cargo a Alberto. En su nuca respiraba siempre Néstor Kirchner.
El gran dilema pasa por el sector económico. No solamente sobre los posibles aspirantes. El Presidente, aquellos gobernadores y sindicalistas y el ala moderada del Gobierno suponen que no será factible ninguna salida del atolladero sin la alianza con algún sector productivo que inyecte fuertemente dólares. La moneda estadounidense se dispara y tiene ya 15 cotizaciones. Contando las variantes de exportación. Cuando repasan el tablero se encuentran con una realidad: el que está a mano es el sector agro-industrial. Eso obligaría a una discusión política y estratégica con Cristina y su tropa.
Parece difícil darla en un contexto de corrientes encontradas. El Presidente habló en un foro organizado por la Cámara de Comercio de Estados Unidos y sostuvo que lo principal para el país sería recuperar la confianza de los inversores. A la par, el kirchnerismo, vía una diputada que responde a De Pedro, lanzó un pedido de juicio político contra el titular de la Corte Suprema, Carlos Rosenkrantz. Leopoldo Moreau, otro que no habla sin consultar a Cristina, resultó aún más ambicioso. Degradó también a Ricardo Lorenzetti, Juan Carlos Maqueda, Elena Highton y Horacio Rosatti.
El Estado, por su parte, carece de respuesta frente a las usurpaciones de tierras que no cesan. ¿Cómo entender la incongruencia entre el pedido de confianza a los inversores y una realidad donde cualquier disparate es posible?