martes, octubre 15

VIVIR LA FE EN LO ORDINARIO

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VIVIR LA FE EN LO ORDINARIO

— La fe es para vivirla, y debe informar los acontecimientos menudos del día.

— Fe y «visión sobrenatural».

— Fe y virtudes humanas.

I. Entró Jesús en una sinagoga, y allí encontró a un hombre que tenía una mano seca, paralizada. San Marcos nos dice que todos le espiaban para ver si curaba en sábado1. El Señor no se esconde ni disimula; por el contrario, pidió a este hombre que se colocara en medio, para que todos lo pudieran ver bien. Y les dijo: ¿Es lícito en sábado hacer el bien o el mal, salvar una vida o perderla? Ellos permanecieron callados. Entonces, Jesús, indignado por su hipocresía, los miró airado y, a la vez, entristecido por la ceguera de sus corazones. Fue patente para todos esta mirada llena de indignación de Jesús ante la dureza de sus almas. Y le habló al hombre: extiende tu mano. La extendió, y su mano quedó curada.

Aquel enfermo, en el centro de todos, se llenó de confianza en Jesús. Su fe se manifiesta en obedecer al Señor y en poner por obra aquello que, con sobrada experiencia, sabe que hasta ahora no puede realizar: extender la mano. La confianza en el Señor, dejando a un lado su experiencia, hizo el milagro. Todo es posible con Jesús. La fe nos permite lograr metas que siempre habíamos creído inalcanzables, resolver viejos problemas personales o de una tarea apostólica que parecían insolubles, echar fuera defectos que estaban arraigados.

La vida de este hombre tomaría un nuevo rumbo después del pequeño esfuerzo exigido por Cristo; es el que nos pide también en los asuntos más normales de la vida diaria. Hoy debemos considerar «cómo el cristiano, en su existencia ordinaria y corriente, en los detalles más sencillos, en las circunstancias normales de su jornada habitual, pone en ejercicio la fe, la esperanza y la caridad, porque allí reposa la esencia de la conducta de un alma que cuenta con el auxilio divino»2 y necesitamos esta ayuda del Señor para salir de nuestra incapacidad.

La fe es para vivirla, y debe informar las grandes y las pequeñas decisiones; y, a la vez, se manifiesta de ordinario en la manera de enfrentarse con los deberes de cada día. No basta asentir a las grandes verdades del Credo, tener una buena formación quizá; es necesario, además, vivirla, practicarla, ejercerla, debe generar una «vida de fe» que sea, a la vez, fruto y manifestación de lo que se cree. Dios nos pide servirle con la vida, con las obras, con todas las fuerzas del cuerpo y del alma. La fe es algo referido a la vida, a la vida de todos los días, y la existencia cristiana aparece como un despliegue de la fe, como un vivir con arreglo a lo que se cree3, a lo que se conoce como querer de Dios para la propia vida. ¿Llevamos nosotros una «vida de fe»? ¿Influye en el comportamiento, en las decisiones que tomamos…?

II. El ejercicio de la virtud de la fe en la vida cotidiana se traduce en lo que comúnmente se conoce como «visión sobrenatural», que consiste en ver las cosas, incluso las más corrientes, lo que parece intrascendente, en relación con el plan de Dios sobre cada criatura en orden a su salvación y a la de otros muchos; en acostumbrarse «a andar en los quehaceres cotidianos como mirando al Señor por el rabillo del ojo para ver si es aquella, realmente, su voluntad, si es aquel el modo como desea que hagamos las cosas; en habituarse a descubrir a Dios a través de las criaturas, a adivinarle tras lo que el mundo llama azar o casualidad, a percibir su huella por doquier»4.

La vida cristiana, la santidad, no es un revestimiento externo que recubre al cristiano, ignorando lo propiamente humano. De ahí que las virtudes sobrenaturales influyan en las virtudes humanas y hagan del cristiano un hombre honrado, ejemplar en su trabajo y en su familia, lleno de sentido del honor y de la justicia, que se distingue ante los demás hombres por un estilo de conducta en el que destacan la lealtad, la veracidad, la reciedumbre, la alegría…: cuanto hay de verdadero, de honorable, de justo, de íntegro, de amable y de encomiable, tenedlo en estima5, recordaba San Pablo a los primeros cristianos de Filipo.

La vida de fe del cristiano le lleva, por tanto, a ser un hombre con virtudes humanas, porque hace realidad su fe en sus actuaciones corrientes. No solo se sentirá movido a realizar un acto de fe al divisar los muros de una iglesia, sino que se dirigirá a su Señor para pedirle luz y ayuda ante un problema laboral o doméstico, a la hora de aceptar una contradicción, ante el dolor o la enfermedad, al ofrecer una alegría, al continuar por amor un trabajo que estaba a punto de abandonar por cansancio; en el apostolado, para pedir las luces de la gracia para esas personas que pretende acercar al sacramento de la Penitencia. Visión sobrenatural cuando no se ven frutos, quizá porque se está realizando la primera labor en aquella alma y «la reja que rotura y abre el surco, no ve la semilla ni el fruto»…6. La fe está continuamente en ejercicio, y la esperanza, y la caridad… Ante problemas y obstáculos quizá ya viejos, el Señor nos dice: extiende tu mano… La fe no es una virtud para ejercerla solo en unas cuantas ocasiones, en los momentos de las prácticas de piedad, sino en el deporte, en la oficina, en medio del tráfico. Mucho menos, como hacen algunos cristianos, que parecen tener reservada la fe para el domingo a la hora de cumplir con el precepto dominical.

Examinemos nosotros hoy con qué frecuencia hacemos realidad el ideal cristiano que informa y da un sentido nuevo a todo lo humano que realizamos, lo amplía y lo hace fecundo sobrenaturalmente. Examinemos también cómo vamos de «visión sobrenatural» ante los acontecimientos diarios.

III. La fe cristiana conduce a la reforma de la propia vida, exigiéndonos una continua rectificación de la conducta, una mejora en el modo de ser y de actuar. Entre otras consecuencias, la fe nos llevará a imitar a Jesucristo, que fue «perfecto Dios, y hombre perfecto»7, a ser hombres y mujeres de temple, sin complejos, sin respetos humanos, veraces, honrados, justos en los juicios, en sus negocios, en la conversación… Las virtudes humanas son las propias del hombre en cuanto hombre, y por eso Jesucristo, perfecto hombre, las vivió en plenitud. Hasta sus propios enemigos estaban asombrados del vigor humano de su figura: Maestro -le dicen en cierta ocasión-, sabemos que eres veraz, y que no tienes respetos humanos, y que enseñas el camino de Dios con autoridad…8. «Lo primero que llama la atención al estudiar la fisonomía humana de Jesús es su clarividencia viril en la acción, su lealtad impresionante, su áspera sinceridad, en una palabra, el carácter heroico de su personalidad. Esto era, en primer término, lo que atraía a sus discípulos»9. Él nos dio ejemplo de una serie de cualidades humanas bien entrelazadas, que compete vivir a cualquier cristiano.

Considera tan importante la perfección de las virtudes humanas que apremia a sus discípulos: si no entendéis las cosas de la tierra, ¿cómo entenderéis las celestiales?10. Si no se vive la reciedumbre humana ante una dificultad, el frío o el calor, ante una pequeña enfermedad, ¿dónde se podrá asentar la virtud cardinal de la fortaleza? ¿Cómo puede ser fuerte una persona que se queja continuamente? ¿Cómo llegará a ser responsable y prudente un estudiante que deja a un lado su estudio? O ¿cómo podrá vivir la caridad quien descuida la cordialidad, la afabilidad o los detalles de educación? Aunque la gracia de Dios puede transformar enteramente a una persona –y encontramos ejemplos en la Sagrada Escritura y en la vida de la Iglesia–, lo normal es que el Señor cuente con la colaboración de las virtudes humanas.

La vida cristiana se expresa a través del actuar humano, al que dignifica y eleva al plano sobrenatural. Por otra parte, lo humano sustenta y hace posibles las virtudes sobrenaturales. Quizá, a lo largo de nuestra vida, hayamos encontrado a «tantos que se dicen cristianos –porque han sido bautizados y reciben otros Sacramentos–, pero que se muestran desleales, mentirosos, insinceros, soberbios… Y caen de golpe. Parecen estrellas que brillan un momento en el cielo y, de pronto, se precipitan irremisiblemente»11. Les fallaron los cimientos humanos y no pudieron mantenerse en pie. El ejercicio de la fe, de la esperanza, de la caridad y de las virtudes morales llevará al cristiano a ser ese ejemplo vivo que el mundo espera. Dios busca madres de familia fuertes que den testimonio a través de su maternidad y de su alegría, que sepan entablar amistad con sus hijos; y hombres de negocios justos; y médicos que no descuidan su formación profesional porque saben sacar unas horas para el estudio, que atienden al enfermo con comprensión, como él quisiera ser tratado en esas mismas circunstancias: con eficiencia y amabilidad; y estudiantes con prestigio y que se preocupan de sus compañeros de Facultad, y campesinos, artesanos, obreros de las fábricas y de la construcción… Dios quiere hombres y mujeres cabales, que expresen en la realidad menuda de su vida el gran ideal que han encontrado.

En San José encontramos un modelo espléndido de varón justo, vir iustus12, que vivió de fe en todas las circunstancias de su vida. Pidámosle que sepamos ser lo que Cristo espera de cada uno en el propio ambiente y circunstancias.

1 Mc, 1-6. — 2 San Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, 169. — 3 Cfr P. Rodríguez, Fe y vida de fe, EUNSA, Pamplona 1974, p. 172. — 4 F. Suárez, El sacerdote y su ministerio, Rialp, Madrid 1969, p. 194. — 5 Flp 4, 8. — 6 San Josemaría Escrivá, Surco, n. 215. — 7 Symbolo Quicumque. — 8 Mt 22, 16. — 9 K. Adam, Jesucristo, Herder, Barcelona 1953, p. 110. — 10 Jn 3, 5. — 11 San Josemaría Escrivá, Amigos de Dios, 75. — 12 Mt 1, 19.