Envidias, millones, amigos dictadores y abusadores: los secretos de los príncipes Carlos y Andrés, revelados en un libro explosivo

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“And what do you do?”, del ex miembro del parlamento británico Norman Baker, revela el funcionamiento interno de los Windsor. Entre ellos, los vínculos con Muamar el Gadafi y Jeffrey Epstein y la relación con un obispo pedófilo 1 de noviembre de 2019

La familia real británica en pleno durante el cumpleaños de la reina Isabel II (Daniel Leal-Olivas/ AFP)
La familia real británica en pleno durante el cumpleaños de la reina Isabel II (Daniel Leal-Olivas/ AFP)

Si usted fuera miembro de la familia real británica —bien una alteza reconocida o alguien muy, muy abajo en la línea de sucesión al trono— siempre llegaría a salas llenas de gente, que esperan alegremente de pie y aplauden con entusiasmo ante su entrada.

No, no sería el efecto de su aura nobiliaria.

“La hora de llegada que se da a los invitados en las visitas reales es siempre demasiado temprano”, explicó Norman Baker, “para prevenir la aparentemente espantosa posibilidad de que alguien llegue después que la realeza en cuestión”. Nunca hay sillas en esas salas, porque “no se permite tomar asiento en presencia de la reina” y otros Windsor. Y empleados pomposamente vestidos se anticipan a la llegada del royal y piden “una ronda de aplausos”, para construir buen clima.

Tendría también otras ventajas tal vez más interesantes, como no pagar impuestos (Isabel II y el príncipe Carlos lo hacen desde hace poco, pero “voluntariamente”: es decir, pueden optar por no hacerlo, a diferencia de usted), mantener sus secretos inmunes a las leyes de acceso a la información, volar en avión privado (o helicóptero, para las distancias más cortas) y recibir invitaciones a vacaciones en islas privadas en el Caribe y otros regalos suntuosos (que le permitirían, por ejemplo, no repetir los diseños de alta costura en sus salidas).

El príncipe de Gales, Carlos, heredero natural del trono, y su madre, la reina Isabel II (Ben Stansall/ various sources / AFP)
El príncipe de Gales, Carlos, heredero natural del trono, y su madre, la reina Isabel II (Ben Stansall/ various sources / AFP)

Y para lo demás estaría el fisco: todos sus gastos, dado que la línea entre lo público y lo privado en el caso de la realeza es casi invisible, estarían cubiertos por las arcas públicas. Así lograría pronto una fortuna individual de £ 20 millones (USD 25,89 millones), como se estima el patrimonio promedio de cada Windsor adulto.

Esos detalles y numerosas revelaciones se encuentran en And what do you do? (¿Y usted a qué se dedica?), el libro que acaba de publicar Baker, ex miembro de la Cámara de los Comunes (“el hombre más fastidioso del parlamento”, lo llamó el ex primer ministro David Cameron), ex ministro del gabinete y actual miembro del Consejo Privado, un grupo de asesores de la reina que puede emitir órdenes ejecutivas.

El título sale de “las reglas imperiales de la monarquía británica”, según las cuales cuando un mero mortal y un miembro de la familia real se encuentran, corresponde a la alteza iniciar la conversación. “Una apertura estándar es preguntar ‘¿Y usted a qué se dedica?’”.

Explicó Baker: «Es algo seguro, no revela nada y permite que el personaje real elija un elemento de la respuesta para continuar. Si la respuesta no brinda una línea adecuada, se puede seguir con la segunda pregunta estándar: ‘¿Ha venido desde lejos?’”.

Si Isabel II, su hermana Margaret y la Reina Madre son personajes destacados en el libro, al menos salen ligeramente mejor paradas que los príncipes Carlos y Andrés, a cuyas escabrosas maniobras patrimoniales y personales se dedican capítulos enteros. “Pensé que sabía bastante sobre los mecanismos internos de la familia real, pero me asombré a mí mismo con los hallazgos en el curso de la investigación de mi nuevo libro”, escribió Baker, un liberal demócrata que participó, como parte de la coalición con los conservadores, del gobierno de Theresa May hasta que en 2014 renunció a su puesto de ministro de Prevención del Crimen: trabajar con May era como “caminar en barro”, comparó.

Andrés: frustración, negocios turbios y un amigo pedófilo

“Un heredero y uno de repuesto”: ese fue el modelo tradicional para mantener la línea de sucesión. Pero ahora que la medicina preventiva ha extendido la expectativa de vida, se llega a situaciones como la actual: la reina tuvo cuatro hijos (Carlos, Ana, Andrés y Eduardo), el heredero natural, tuvo dos (William y Harry) y el siguiente en la línea tuvo tres (George, Charlotte y Louis). Entonces el primer repuesto, Andrés, que alguna vez fue el segundo en la línea hacia el trono, ahora descendió al séptimo lugar. Y ni siquiera ha quedado en pie el imperio para mandarlo como gobernador a alguno de sus confines.

El príncipe Andrés, duque de York (David Mirzoeff/ Pool vía Reuters)
El príncipe Andrés, duque de York (David Mirzoeff/ Pool vía Reuters)

“Andrés en particular parece no haber logrado reconciliarse con su estatus disminuido”, escribió Baker. “Una de las maneras en que esto se manifiesta es en sus demandas estentóreas de que a sus hijas se las trate de la misma manera que a los hijos de Carlos”. Eso hizo que la boda de su hija Eugenia costara £ 2 millones al contribuyente, y BBC ni siquiera consideró que fuera una noticia digna de cobertura.

Su hermano mayor no hace mucho por ayudarlo a sentirse mejor. “El príncipe de Gales ha dejado en claro que quiere ver, al menos públicamente, una monarquía reducida, con las altezas del montón silenciosamente retiradas. Según los rumores quiere restringir las obligaciones reales a él mismo, William y Kate y Harry y Meghan”, escribió Baker. En muchas ocasiones el duque de York ni siquiera sale en las fotos familiares.

Andrés completó 22 años en las fuerzas armadas y sirvió con valentía y distinción en la Guerra de Malvinas [Falklands War, en el libro] de 1982. El problema es que luego de su retiro de la actividad se encontró sin nada que hacer, y el resto de nosotros nos encontramos con una bala perdida”, sintetizó Baker.

Su Alteza Bufonesca

El príncipe Andrés, la duquesa de York, Sarah Ferguson, y sus hijas, las princesas Eugenia y Beatriz, en Suiza, en 2001 (Alan Davidson/ Shutterstock)
El príncipe Andrés, la duquesa de York, Sarah Ferguson, y sus hijas, las princesas Eugenia y Beatriz, en Suiza, en 2001 (Alan Davidson/ Shutterstock)

En 2001 el príncipe se convirtió en Representante Especial de Comercio e Inversiones de la corona, pero “desafortunadamente, la manera en que asumió este papel diplomático fue escasamente diplomática”. WikiLeaks difundió un cable de la embajadora de los Estados Unidos en Kirguistán en el que relató un almuerzo incómodo con Andrew: el royal se despachó contra Francia como un país “corrupto”, contra “los idiotas” de la fiscalía antifraude que investigaban por sobornos una operación de venta de armas a Arabia Saudita, contra “los periodistas de mierda” de The Guardian y hasta contra los estadounidenses, “que no saben de geografía, nunca han sabido”.

Andrés desarrolló un cariño especial por algunos países. Entre 2001 y 2008 hizo nueve visitas oficiales a Emiratos Árabes Unidos, cinco a Qatar y Kuwait, cuatro a Bahrain y Egipto y varias a Oman, Dubai, Jordania y Arabia Saudita. Pero —según el ministro de Comercio en 2006, Ian Pearson— “ningún contrato se podría atribuir a una contribución individual” del duque de York.

No era muy respetado por los diplomáticos británicos en el Golfo Pérsico —lo llamaban Su Alteza Bufonesca—; también criticaban su enorme séquito y en particular se burlaban de la tabla de planchar de casi dos metros de largo que hacía llevar adonde él fuera. “Era hilarante ver cómo el valet luchaba para sacarla del avión”, citó And what do you do? a uno de ellos.

La reina Isabel II con su esposo, el príncipe consorte Felipe, y sus cuatro hijos: Andrés, Ana y Eduardo (atrás) y Carlos (el heredero del trono) a su lado, en 2007 (Shutterstock)
La reina Isabel II con su esposo, el príncipe consorte Felipe, y sus cuatro hijos: Andrés, Ana y Eduardo (atrás) y Carlos (el heredero del trono) a su lado, en 2007 (Shutterstock)

En 2011 se descubrió que Andrés llegó oficialmente a Qatar cuatro días después de haber salido del Reino Unido. No era que el avión privado lo había dejado haciendo dedo en el camino: “Andrés había hecho una parada en Azerbaiyán”, donde —averiguó el Daily Mail— ya había estado ocho veces en los seis años anteriores. Aunque sobre el presidente de Azerbaiyán, Ilham Aliyev, pesaban sospechas de fraude electoral y represión a los oponentes, Andrés “visitó un spa de lujo propiedad del presidente, donde trabaja una masajista rusa ciega con las mejores manos del mundo, según se dice”.

¿Quién paga £ 15 millones por una casa de £ 12 millones?

Luego se conocieron sus visitas aun más frecuentes a Kazajistán, cuyo ex presidente Nursultan Nazarbayev patrocinó la Sociedad Británico-Kazaja junto con el duque de York. Solían salir juntos a cazar gansos; Andrew era también amigo del yerno multimillonario de Nazarbayev, Timur Kulibayev. Tan amigos que Kulibayev le compró por £ 15 millones la casa —que durante años no se había podido vender tasada a £ 12 millones— que la reina le había dado como regalo por su boda con Sarah Ferguson. Kulibayev utilizó una muñeca rusa de empresas fantasmas para comprar la propiedad, que nunca nadie ocupó, se vino abajo y fue demolida en 2016.

Ese mismo año, Nazarbayev visitó Londres. El príncipe Andrés le brindó un honor único: organizó un almuerzo para él con la reina y el príncipe Felipe en el palacio de Buckingham.

Muamar el Gadafi, uno de los contactos en el extranjero del príncipe Andrés durante sus años de Representante Especial de Comercio e Inversiones (Reuters)
Muamar el Gadafi, uno de los contactos en el extranjero del príncipe Andrés durante sus años de Representante Especial de Comercio e Inversiones (Reuters)

Entre las “conexiones extravagantes de Andrew con extranjeros poderosos”, Baker citó el conglomerado saudí Binladin Group, fundado por el padre de Osama Bin Laden; el yerno del autócrata tunecino depuesto Ben Ali y “Tarek Kaituni, un libio traficante de armas convicto”, con quien Andrew compartió una breve vacación y de quien aceptó “un regalo personal: un collar de diamantes de £ 18.000 para su hija Beatriz”.

Andrés también se encontró con Muamar Gaddafi en más de una ocasión, y numerosas veces con su hijo Saif Al-Islam. En uno de sus viajes secretos para reunirse con el depuesto Gaddafi lo acompañó el ex tesorero del partido Conservador, David Rowland. “Sabemos que hizo visitas privadas a lugares que también visitaba oficialmente, pero bien podría haber más visitas de las que nada sabemos”, agregó Baker. “Lo que sí sabemos es que en muchos casos sus vuelos y su hospitalidad fueron pagados por otros, lo cual puso a Andrew al menos moralmente en deuda con ellos”.

Los gastos de Sarah

Hoy Andrés hace conexiones comerciales, sobre todo en Medio Oriente, mediante Pitch@Palace que, por ejemplo, organizó un seminario en el palacio de Buckingham para Bahrain, uno de sus lugares favoritos. A su pensión naval de £ 20.000 anuales suma £ 249.000 que su madre le otorga para su oficina. “Sin embargo sus hábitos de gastos sugieren un ingreso mucho más allá de eso”, observó Baker. Citó, por ejemplo, el chalet de ski en Verbier, Suiza, que compró con su ex mujer por £ 13 millones; los £ 7,5 millones que utilizó para reformar Royal Lodge, su casa en Windsor Great Park y los pequeños gustos, como un Apple Watch de oro de unos £ 12.000.

La duquesa de York, Sarah Ferguson, quedó en muy buenos términos con su ex marido, el príncipe Andrés (Tim Rooke/ Shutterstock)
La duquesa de York, Sarah Ferguson, quedó en muy buenos términos con su ex marido, el príncipe Andrés (Tim Rooke/ Shutterstock)

Tan problemática como estas sospechas de tráfico de influencia con poderosos —por las que finalmente el duque de York renunció a su puesto de representante especial— es su vinculación con ricos como el financista Jeffrey Epstein, quien era juzgado por ser parte de una red de tráfico de menores y abusos sexuales cuando apareció muerto en su celda el 10 de agosto.

Epstein tenía registrados 14 números de teléfono para comunicarse con el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, pero incluso más para comunicarse con Andrés, 16, y con Sarah, 18.

El vínculo entre los tres tiene que ver, en parte, con el estilo de vida de la duquesa de York, que en una ocasión llegó a acumular una deuda de £ 5 millones. Para financiarse, en una ocasión, Sarah firmó un contrato millonario con Weight Watchers, y se convirtió en su rostro: “El palacio se horrorizó, como corresponde”. También promovió una juguera, escribió un libro para niños (hubo rumores de plagio) y vendió su historia a Oprah Winfrey para un reality de seis partes. Aun así, “Andrew debió rescatarla regularmente”.

En una ocasión la filmaron con cámara oculta ofreciendo acceso al príncipe, para acelerar negocios, a cambio de £ 500.000; ella hizo juicio a Rupert Murdoch porque sus medios arruinaron oportunidades comerciales de £ 45 millones. Y en diciembre de 2010 Epstein entró en escena en sus finanzas.

El escándalo de Jeffrey Epstein

Jeffrey Epstein y Ghislaine Maxwell en 2005. Se sospecha que ella ayudó a administrar las casas de Epstein, facilitar sus relaciones sociales y reclutar jóvenes
Jeffrey Epstein y Ghislaine Maxwell en 2005. Se sospecha que ella ayudó a administrar las casas de Epstein, facilitar sus relaciones sociales y reclutar jóvenes

Andrés fue fotografiado con Epstein caminando por Central Park, en Nueva York. Epstein llevaba un año libre luego de 13 meses en prisión, cumplimiento de una condena de 18 meses por un delito sexual que involucraba a una menor de edad. Días después de esa caminata, “Sarah recibió £ 15.000 del delincuente sexual”; luego ella hablaría de haber cometido “un error gigantesco”.

La alteza y Epstein se conocían desde los ‘90s. «En julio de 1999 el financista había disfrutado de un fin de semana en Craigowan Lodge, una propiedad de siete dormitorios en los terrenos de Balmoral, escribió Baker”. Y tres meses antes “Andrew había asistido a una fiesta que Epstein hizo en su honor. La fiesta fue en Mar-a-Lago, el club privado de Donald Trump en Palm Beach, en la florida, del cual Epstein era miembro. Trump estuvo entre los invitados”.

Una de las víctimas de Epstein, Virginia Roberts, declaró que “tuvo relaciones sexuales con Andrew tres veces mientras era menor”, reseñó Baker: “Una vez en Londres, una en Nueva York y otra en una orgía con la isla privada de Epstein”. Aunque Andrew lo negó, se difundió una foto suya, con el brazo en la cintura de Roberts, en 2001.

El príncipe Andrés con Virginia Roberts (de 17 años en la foto), una de las denunciantes de Jeffrey Epstein (Eliot Press/ The Grosby Group)
El príncipe Andrés con Virginia Roberts (de 17 años en la foto), una de las denunciantes de Jeffrey Epstein (Eliot Press/ The Grosby Group)

Otra de las denunciantes de Epstein, Johanna Sjoberg, mencionó también al duque de York; una foto lo mostró rodeado de mujeres en topless en un yate de Epstein en Phuket, Tailandia, en 2001, y otra en una fiesta de Halloween con el tema “prostitutas y proxenetas” en Manhattan, junto con Ghislaine Maxwell, la mujer que presuntamente reclutaba chicas para Epstein.

“El palacio se ha negado a responder preguntas sobre la relación de Andrew con Epstein, o a enfrentar el hecho de que los registros de vuelo del avión privado de Epstein lo ubican a Andrew con él regularmente”, subrayó Baker. En medio del escándalo, la reina honró a su hijo con la Gran Cruz de la Real Orden Victoriana, por “servicios personales” al trono.

Carlos: contradicciones, caridad para sí mismo y otros amigos pedófilos

El problema de los abusadores de menores también rozó a Carlos, doblemente: sus amigos Sir James Wilson Vincent Savile, más conocido como Jimmy Savile, presentador de televisión, y el obispo de Lewes, Peter Ball.

El heredero del trono británico, Carlos, príncipe de Gales y duque de Cornwall (Stuart Wilson/Pool vía Reuters)
El heredero del trono británico, Carlos, príncipe de Gales y duque de Cornwall (Stuart Wilson/Pool vía Reuters)

Savile escapó de las acusaciones en vida, pero tras su muerte en 2011 más de 120 denuncias hicieron que la policía comprobara que había sido un error no seguir las pistas antes. Carlos patrocinó una de las organizaciones benéficas de Savile, Stoke Mandeville Appeal, aunque Sir Roger Jones había cerrado la puerta de Children in Need, otra fundación de caridad, de BBC, a la estrella.

Aun cuando los rumores hicieron que Savile dejara la televisión en los 90s, el príncipe siguió confiando en él, y hasta le dio a leer algunos borradores de sus discursos para que los comentara. Dickie Arbiter, a cargo de las relaciones con los medios, le advirtió que no era bueno que lo asociaran con Savile; “Charles recibió cartas del público con acusaciones sobre Savile, pero las desestimó como locuras o celos”, escribió Baker.

Cuando el presentador cumplió 80 años le envió una caja de cigarros y gemelos de oro, con una nota que decía: “Nadie sabrá nunca lo que has hecho por este país, Jimmy”. (Baker ironizó: “Bueno, ahora saben”.) Charles y su segunda esposa, Camilla Parker-Bowles, encabezaron los tributos póstumos a Savile.

En defensa de un cura pedófilo

A diferencia de ese caso, el de Ball requirió que Charles se disculpara: “Cesé todo contacto con Ball una vez que el proceso judicial concluyó que era culpable de delitos graves contra jóvenes”, dijo durante la investigación oficial del caso.

La reina Isabel II durante la lectura de su discurso de apertura del Parlamento en 2017, junto con el príncipe Carlos (Shutterstock)
La reina Isabel II durante la lectura de su discurso de apertura del Parlamento en 2017, junto con el príncipe Carlos (Shutterstock)

En 1993 el obispo se declaró culpable de conducta obscena: ordenó a un menor, Neil Todd, que rezara desnudo junto a él y lo azotó para que “llevara las marcas” de la fe. La justicia fue leve: una advertencia escrita. La había precedido una lluvia de apoyo de figuras encumbradas, como el MP Tim Rathbone y el propio Charles, amigo del religioso.

“Quisiera poder hacer más”, le escribió al religioso en 1995, “Me siento tan profundamente afectado por los monstruosos errores que se han cometido en tu contra y el modo en que has sido tratado”. También la reina había manifestado su “amor y aliento” por el obispo en público.

En 1997 Todd advirtió al obispo que revelaría más detalles de los abusos, en busca de justicia. Ball se quejó a Charles, quien le escribió su apoyo y su fastidio por la presión de ese “hombre espantoso”, que era la víctima.

Peter Ball asistió a la boda de Carlos y Camilla en Windsor, en 2005. También pronunció el discurso en el funeral del padre de Camilla, al año siguiente. Carlos también hizo arreglos para que Peter Ball pudiera vivir en una propiedad ducal, Manor Lodge, en el pueblo de Aller en Somerset. Vivió allí desde 1997 hasta 2011”, reveló Baker. Carlos también le dio “pequeños regalos en efectivo” al religioso.

En el funeral de la princesa Diana, Carlos con sus hijos William y Harry, y el hermano de Lady Di, el conde de Spencer (David O'Neil/ ANL/ Shutterstock)
En el funeral de la princesa Diana, Carlos con sus hijos William y Harry, y el hermano de Lady Di, el conde de Spencer (David O’Neil/ ANL/ Shutterstock)

En 2007 se habían acumulado tantas denuncias contra distintos religiosos por abuso de menores que el Sínodo de la Iglesia Anglicana comenzó una investigación. Pasado un año, cuando nada se dijo de Ball, Todd se suicidó. Pero los cargos contra el obispo aparecieron y se multiplicaron: en octubre de 2015 fue condenado a 32 meses de cárcel tras haber reconocido el abuso de 18 jóvenes a lo largo de 15 años.

Conflicto de intereses millonarios

Como el trono no es un cargo electivo, nada de eso afectará el ascenso de Carlos tras la muerte de su madre. Lleva décadas esperándolo; en un momento opinó que los monarcas deberían retirarse hacia los 70 años, pero calló al aproximarse a esa edad sin haber sido coronado. El 14 de noviembre cumplirá 71 años. Su madre goza de buena salud a los 93.

Durante todos esos años Carlos se dedicó a convertir el ducado de Cornwall —donde Camilla es duquesa, ya que Lady Diana Spencer fue princesa de Gales— en un negocio próspero. El ducado es suyo, no es parte de las tierras de la corona, del mismo modo que a la reina le pertenece personalmente el ducado de Lancaster. Posee tierras, ríos y hasta edificios en Londres; si sus ganancias eran de £ 10 millones en 2003, el príncipe logró llevarlas a £ 21,7 millones en 2018.

Carlos ha argumentado que, como él paga impuestos personalmente, el ducado no debe hacerlo. Cuando en 2005 se hizo la primera investigación pública en 600 años sobre el asunto, el comité oficial encontró un conflicto de intereses. Dado que el duque es también el administrador, el erario público debe pagar también a los 28 empleados de su atención personal.

El príncipe Carlos con su esposa Camilla, duquesa de Cornwall; detrás, el príncipe Harry con su esposa Meghan (Tim Rooke/Shutterstock)
El príncipe Carlos con su esposa Camilla, duquesa de Cornwall; detrás, el príncipe Harry con su esposa Meghan (Tim Rooke/Shutterstock)

“Aparecieron además incluidos ‘algunos costos personales de la señora Parker Bowles’ mucho antes de que se casaran«, destacó Baker. «Estos costos cubrían el personal en su casa de Wiltshire, sus viajes, sus guardaespaldas, sus joyas, sus ropas, los establos de sus caballos”.

Contradicciones del príncipe de Gales

Un capítulo entero de And what do you do? se dedica a otra misión de Carlos, la defensa del medioambiente. O, mejor dicho, a sus contradicciones: “Aparentemente no ve conflicto entre su preocupación por algunos animales y su entusiasmo desenfrenado por cazar o disparar a otros”, ni en la importación de ostras del Pacífico para cultivar en Cornwall (donde dejaron sin hábitat a las nativas, pero “aparecen en caros restaurantes londinenses con la descripción de ‘sustentables’), ni en su preferencia por el avión privado, que multiplica enormemente su contribución a las emisiones de carbono.

En 2007, cuando el príncipe solicitó a su personal que fuera al trabajo en bicicleta y aceptó que la compañía eléctrica le regalara dos turbinas eólicas para el Castillo de Windsor, recibió el premio de la Universidad de Harvard a la protección ambiental. Paradójicamente eligió un avión privado para cruzar el Atlántico y recibirlo.

El príncipe Carlos con la iguana azul Peter, en el Parque Botánico Reina Isabel II, en las Islas Cayman (Chris Jackson/Pool vía Reuters)
El príncipe Carlos con la iguana azul Peter, en el Parque Botánico Reina Isabel II, en las Islas Cayman (Chris Jackson/Pool vía Reuters)

Lo mismo hizo cuando recorrió Europa para dar una serie de discursos sobre el cambio climático, en lugar de “usar los vuelos comerciales o incluso el tren”, observó Baker. En esa ocasión se estimó que la huella de carbono de su jet fue de 52,95 toneladas, “o cinco veces más que la de la persona promedio en un año entero”. Si hubiera usado aviones de línea se hubiera ahorrado el 93% de las emisiones asociadas a sus viajes; pero el príncipe juró que no volvería a usar British Airways por considerar muy incómodos sus asientos de primera clase. En una ocasión, en gira por Canadá, al llegar a Victoria Island “se puso furioso al descubrir que su valet había olvidado su calzador favorito en la parada anterior, en Winnipeg”, contó el libro. “Un jet de la fuerza aérea canadiense fue la respuesta”.

Además de contaminante, el jet privado es costoso: “En julio de 2017 Carlos presentó una cuenta de viaje de £ 30.414 por un traslado de un día en un charter a Bélgica”. Ese mismo mes, a bordo del Voyager de la fuerza aérea británica, él y Camilla recorrieron Brunei, India, Malasia y Singapur con un costo de £ 362.149. En el último año, sus viajes llegaron a £ 1,3 millones y contribuyeron a que “las emisiones de carbono por los viajes de la realeza aumentaran de 1.687 a 3.344 toneladas”.

La caridad empieza por casa

El príncipe también encontró dificultades en una de las actividades más habituales de la nobleza, las organizaciones de caridad. Debutó con éxito en 1976, cuando estableció Prince’s Trust con el pago de £ 7.000 que recibió al salir de la armada. Pero con el tiempo sumó emprendimientos, como si midiera “su éxito, y la profundidad de su compromiso benéfico, por la cantidad de organizaciones que podía crear, aun si con frecuencia esto implicaba superponer o duplicar el trabajo de otras, incluidas las propias”. En un momento llegó a tener 24, dijo Baker.

El príncipe de Gales y la duquesa de Cornwall aprendieron a hacer mojitos en su visita oficial a Cuba (Chris Jackson/Pool vía Reuters)
El príncipe de Gales y la duquesa de Cornwall aprendieron a hacer mojitos en su visita oficial a Cuba (Chris Jackson/Pool vía Reuters)

Por fin las reunió bajo un paraguas, la Fundación del Príncipe. Pero al hacerlo, “en un esfuerzo por maximizar la corriente de ingresos, se adoptaron prácticas cuestionables y se involucraron individuos cuestionables”.

Primero fueron las donaciones millonarias que el Prince’s Trust recibió entre 1991 y 1999 de Enron, la empresa que se desmoronó en 2001 tras años de prácticas de sobornos y fraudes. “Los ejecutivos de Enron se convirtieron en visitantes regulares a la residencia de Charles en el palacio de St James, y en reciprocidad Charles viajó a Houston para ser invitado de honor en un almuerzo en la casa del fundador de Enron, Kenneth Lay”.

Rent-a-royal

Después estuvo el caso de Cem Uzan, “un oscuro multimillonario turco”, según el Daily Mail, quien pagó £ 200.000 para que su esposa se sentara junto a Carlos en la cena de una de sus fundaciones, dedicada a la arquitectura. “El arreglo turbio no fue negociado por el príncipe Carlos, desde luego, sino por su leal servidor Michael Fawcett”, destacó Baker. Rent-a-royal« (“Se alquila realeza”) ironizó su padre, el príncipe Felipe.

El hijo mayor de Carlos y tercero en la sucesión al trono, el príncipe William, y su esposa, la duquesa de Cambridge, Kate, junto a sus hijos, los príncipes Louis, George y Charlotte (Daniel Leal-Olivas/ AFP)
El hijo mayor de Carlos y tercero en la sucesión al trono, el príncipe William, y su esposa, la duquesa de Cambridge, Kate, junto a sus hijos, los príncipes Louis, George y Charlotte (Daniel Leal-Olivas/ AFP)

Al año siguiente Uzan pagó otras £ 200.000 por otra silla en otra cena, esa vez en el palacio de Buckingham. “Y así siguió. Otra cena en Buckingham, un partido de polo en Cirencester, tragos con el hijo de la princesa Margaret, Lord Linley, un día en las carreras de Ascot, y mientras tanto el dinero entraba”, describió el libro. Pero un día Uzan ya no pudo asistir: en Estados Unidos lo habían condenado por asociación ilícita y fraude.

El método de efectivo a cambio de acceso mostró un problema adicional: era escaso para cubrir los enormes gastos de estructura de las organizaciones benéficas reales. Uno de los directivos de la Fundación Príncipe de Gales, Robert Higdon, recibía en salario y devolución de gastos más o menos lo mismo que obtenía la fundación de su gestión.

Pero al menos algo ingresaba, a diferencia de lo que sucedió en otra entidad principesca, A.G. Carrick, que en 2011 fue denunciada por el Daily Telegraph: no solo nunca había distribuido en beneficencia los £ 4,35 millones juntados en dos años sino que además había recibido otros £ 40.000 de otra fundación de Carlos. La compra de una propiedad en Escocia por £ 43 millones (con un crédito por £ 20) y las donaciones de una red de empresas offshore administradas por un banco ruso, Troika Dialog, tampoco alcanzaron a mejorar la imagen de las fundaciones de Carlos.

f:Infobae