miércoles, septiembre 18

Cristina frena,por ahora:el único que queda por‘revolear’esAlberto Fernández

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Nota extraída de TN por Marcos Novaro

El presidente y la vice acordaron descargar culpas en Guzmán, quien se las hizo fácil con su irresponsable fuga por sorpresa. Si Batakis fracasa, habrá solo dos opciones: rearmar por completo el gabinete, o que la señora agarre personalmente la lapicera.

Alberto Fernández venía cayendo penosamente por la escalera. Con la renuncia sin aviso de su ministro preferido asomó la mitad del cuerpo por el hueco del ascensor.

Escalón tras escalón, la cabeza de nuestro gobierno empezó a rebotar cuesta abajo hace ya un buen tiempo. Más precisamente, desde que se empezaron a revelar y acumular los costos de la cuarentena eterna y de la procastinación sin plan de los problemas nuevos y viejos de nuestra economía.

Eso configuró un cuadro cada vez más desesperante. Pero a la vez, parecía ser uno más o menos controlable: todo sucedía a la velocidad de Alberto, en cámara lenta, y podía esperarse que él al menos fuera capaz de estirar las cosas lo suficiente como para llegar al final del mandato sin un estallido. Sostenido por los dólares y los waivers del FMI, que pensaba lo mismo.

Cuando Cristina decidió cortar toda relación con el presidente, para cargarle las culpas y lavarse las manos del malhumor social, sus tumbos y cabezasos contra los escalones cobraron nuevo ritmo, y todo empezó a adquirir un color más incierto.

La vice Cristina Kirchner y el presidente Alberto Fernández se mostraron juntos en  un acto cargado de tensión (Foto: NA - Juan Vargas).
La vice Cristina Kirchner y el presidente Alberto Fernández se mostraron juntos en un acto cargado de tensión (Foto: NA – Juan Vargas).

Pero lo que terminó de acelerar la crisis fue, sin duda, el cuchillazo por la espalda que recibió de su principal puntal en el gabinete. Tuvimos en consecuencia, a continuación, una semana de descalabro mayúsculo. Una pequeña muestra, convengamos, de lo que nos espera si seguimos por el camino que vamos.

Pero como suele decirse, no hay mal que por bien no venga: pareciera que al menos esa muestra sirvió para que Cristina se asustara un poco. Y entendiera que si seguía empujando, ya nada se le iba a resistir. Así que podía volverse dueña exclusiva de la situación, pero en la peor situación imaginable.

Optó entonces por detener su ofensiva contra Alberto. Ya en Ensenada había aclarado, contradiciendo anteriores desvalorizaciones de la unidad peronista, que el Frente de Todos va a continuar. Una buena noticia que no iba tanto dirigida al presidente, como a los gobernadores, que lo necesitan para tener más chances de retener sus cargos el año que viene. El viernes en Calafate, además, dejó por primera vez de manifestar todo el desprecio que siente hacía aquel, y que una semana antes había desplegado con saña, y aclaró que no pensaba revolear a ningún otro ministro por la ventana. Menos mal: ya no queda nadie por revolear, más que el propio presidente.

¿Y si Alberto decidiera imitar a Guzmán, ganarle de mano y tomárselas sin aviso?

Que esa posibilidad no dejó de barajarse en la semana se confirma en la aclaración hecha el jueves por el Chino Navarro, en cuanto a que una renuncia anticipada sería un acto de cobardía, y en el rechazo destemplado de Gabriela Cerruti a una pregunta que se le formuló al respecto al día siguiente: la periodista Silvia Mercado seguramente no esperaba una respuesta sincera, pero tampoco hacía falta que la vocera dejara tan en evidencia que ese fantasma se pasea aterrador por la Rosada.

Lo importante del asunto es que la propia Cristina debe haber percibido esa presencia, y actuó en consecuencia: ni le conviene ser vista empujando implacablemente a Alberto a renunciar, ni le conviene, al menos por ahora, tener que renunciar ella también, y buscar alguien de urgencia para reemplazarlos a ambos, lo que costaría tanto o más de lo que costó encontrar a Batakis, o peor, agarrar en sus propias y exclusivas manos la papa caliente de la gestión.

El problema es que la crisis económica cobró nuevos bríos en el ínterin. Tiene vida propia, y se alimenta vorazmente de la incertidumbre que el grupo gobernante genera. Así que los instrumentos con que Guzmán podía ir ganando tiempo, ahora ya no alcanzan, se vuelven alicientes de un mayor descalabro.

La vicepresidenta de la Nación, Cristina Kirchner (AP/Natacha Pisarenko).
La vicepresidenta de la Nación, Cristina Kirchner (AP/Natacha Pisarenko).

El terreno en donde esto es más evidente es el de la deuda en pesos de corto plazo: ha dejado de ser una vía de escape para postergar el ajuste del gasto, y se volvió una amenaza candente de mayor emisión y aceleración inflacionaria. A menos que el gobierno opte por licuarla con un salto devaluatorio. Cosa que igual aceleraría la inflación, y sería como darle aún más la razón al Fondo, que lo reclamó ya meses atrás. En las actuales circunstancias, además, no hay garantías de que, pasado el chubasco de un shock de devaluación y recesión, se pudiera recomponer un mínimo equilibrio de las cuentas y habilitar una aunque sea breve recuperación de la actividad y el consumo durante el año electoral.

¿Qué intentará entonces Batakis? Probablemente más parches para evitar costos inmediatos demasiado serios. Parches que no van a durar, y apenas con suerte pueden estirar un poco las cosas. ¿Cuánto tiempo y a qué costo? Imposible saberlo. Si devalúa pero se queda corta, y además no encara a la vez en serio el recorte de subsidios, igual la bola de nieve del sobrante de pesos y el faltante de dólares va a seguir. Si nos empapela con un aún más escandaloso festival de bonos que su predecesor, e insiste en los controles de precios y de importaciones, la recesión y la inflación van a realimentarse ya no en cuestión de semanas, sino de días.

Un par de datos alcanza para medir la velocidad con que empeoran las cosas: hasta hace poco los más pesimistas hablaban de una inflación que podía acelerarse “hasta un 100% anual”; mientras que hoy si a los más optimistas les ofrecen cerrar en ese número aceptan gustosos, porque saben que los demás auguran un techo que lo duplica hacia fin de año. Inversamente, mientras que los más pesimistas sostenían pocas semanas atrás que la economía iba a dejar de crecer en el segundo semestre, ya pocos niegan que estamos entrando en recesión, y que aun cuando el gobierno intente evitarla con más cepo, más emisión y más deuda, la aceleración inflacionaria va a consumir en poco tiempo todos esos esfuerzos, y los problemas se van a agravar.

El problema político también se ha enredado, y eso no va a tardar en hacerse sentir. A Cristina se le hará más difícil, a partir de ahora, decir que no tiene nada que ver con lo que decida Economía. No podrá lavarse las manos tan fácilmente de lo que haga o deje de hacer Silvina Batakis. Por eso mismo, si las cosas empeoran, tendrá más razones para volver a descargar su furia en Alberto.

¿En quién si no, si se le han acabado los “ministros para revolear por la ventana”? Así que aunque por ahora haya clima de distención, conversaciones de aquí para allá, y un cierto “acuerdo” al menos sobre nombres de funcionarios, apenas se agote la tibia iniciativa que pueda mostrar Batakis, volverá a primar la lógica de la guerra interna: cargarle el muerto a alguien, asociarlo con el imperialismo financiero, con los remarcadores de precios, los codiciosos que se fugan al dólar, los porteños que derrochan viajando y en luces para las plantitas, lo que sea, y tomar la mayor distancia posible de él. Porque el muerto va a apestar cada vez más, así que ninguna distancia será suficiente.

¿Qué opciones tendrá entonces Alberto a la mano?

Podría intentar lo que la semana pasada naufragó, un cambio más amplio de gabinete y de políticas. Pero se ha visto que con Massa no alcanza. Ni siquiera es recomendable volver a intentarlo por ese lado. Una fórmula de ese tipo, para tener chances de funcionar, exigirá ante todo un esfuerzo de coordinación más amplio, que involucre a gobernadores y sindicatos, y obviamente en primerísimo lugar a Cristina y La Cámpora, detrás de un plan de emergencia capaz de evitar el colapso.

Sería lo mejor que nos puede suceder, pero es también lo más improbable. Porque esos actores tendrían que recomponer mínimamente la confianza mutua, que han ido perdiendo, y estar dispuestos a hacer sacrificios inmediatos, para no seguir alimentando la espiral de la crisis. Resulta muy difícil siquiera imaginar que se pudieran poner de acuerdo en algo tan complejo.

La otra opción sería muy mala: que Alberto haga la “gran Guzmán”, y le tire por la cabeza el gobierno a Cristina. Para no alterar los ánimos de Cerruti y el Chino Navarro mejor no hablar de las probabilidades que existen de que algo así suceda, ni de lo que vendría a continuación. Ya tenemos, además, suficientes problemas en la cabeza